jueves, noviembre 26, 2020

Prisión como Punto de Inflexión: Pastoral Penitenciaria en España

Publicado en el canal divulgativo: Mosaicos Teológicos | Citación

Prisión como Punto de Inflexión: Pastoral Penitenciaria en España

Man behind bars
Fuente: www.rawpixel.com

Sara Martínez Baño

1. Historia y evolución de la Pastoral Penitenciaria Española

La Pastoral Penitenciaria de la Iglesia Católica Romana, en España, nace oficialmente en el año 1970. Esta se basa en la Sagrada Escritura, la que a su vez ha dejado ver como a lo largo de la historia bíblica aparece la misericordia entre los más pobres. La Pastoral Penitenciaria, se sustenta especialmente en los siguientes pasajes:

  1. Jesús se encarna para dignificar a los hombres y mujeres que han sido tratados socialmente como privados de la dignidad de ser hijos de Dios y se identifica con todos y cada uno de ellos, ensalzándolos a Dios Padre y recuperándolos (Mt 25, 35 y ss.).
  2. Experimenta la exclusión y marginación en Belén, la persecución a Egipto, la prisión en Jerusalén, muere crucificado. Acoge y sana a leprosos, perdona a pecadores, vive como un preso, incluyendo la realidad de la cárcel cuando le abandonan y se ve solo. Se identifica con los presos, enfermos, desnudos, emigrantes, sedientos, hambrientos (Mt 25, 34-45).
  3. Los apóstoles siguen sus pasos y se muestran preocupados y orantes por Pedro cuando estuve preso (Hch 12,5). También Pablo, al estar preso, cuenta con discípulos que le visitan y atienden (2Tm 4, 9-17). En la Carta a los Hebreos (13,3) también se hace referencia a ello, “acordaos de los presos como si estuvierais con ellos encarcelados”.

En cuanto a la composición de la Pastoral Penitenciaria, señalar que está integrada por el Capellán y el voluntariado católico. Y su misión es hacer presente a la Iglesia Católica en las prisiones a través de actividades, celebraciones, diaconía, etc. Como no podía ser de otra forma, apuesta por la fe, la cultura, la justicia, lo social, la familia, la sanidad, la recreación o el deporte entre otras. Según el último informe estadístico realizado por la Conferencia Episcopal Española, en el año 2018, se registró un total de:

  • 2.755 voluntarios (766 fuera de centros penitenciarios y 1.989 dentro).
  • 164 capellanes.
  • 756 entidades colaboradoras.
  • 239.844 euros en peculio (para 9.530 internos).
  • 10.448 paquetes de ropa (para 7.166 internos).
  • 718 encuentros.
  • 1.302.629 euros aportados.
  • 810 personas en TBC (trabajos en beneficio de la comunidad).
  • 3.394 permisos acogidos (75 casas de acogida).
  • 916 programas realizados.
2. Estadísticas y situación penitenciaria

La situación actual en las prisiones es controvertida como poco. A continuación, a través de una serie de gráficos mostramos parte de la actualidad penitenciaria en España. Toda la información se obtuvo de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias de este país, a fecha de enero del presente año 2020.

En primer lugar, atendiendo a la variable “sexo”, se encuentra que 54.047 de los reclusos son hombres (92,6%) y 4.322 son reclusas mujeres (7,4%), tal como se muestra en la Figura 1.

Figura 1. Población reclusa por sexo.

En cuanto a la variable “edad”, por otro lado, se contabiliza un total de 310 penados entre 18 y 20 años (0.69%); 3.284 de 21 a 25 años (7.26%); 6.141 de 26 a 30 años (13.57%); 15.257 de 31 a 40 años (33.72%); y 20.260 de 41 a 60 años (44.77%). Esto lo observamos en la Figura 2.

Figura 2. Población reclusa por edad.

Ahora bien, en cuanto al total de reclusos extranjeros se cuenta con 16.417: 15.187 hombres y 1.230 mujeres, 92,51% y 7,49% respectivamente; valores que, con respecto al total de la población reclusa, representan el 20.31% y 1.64% respectivamente, en complemento al 78.05% de reclusos españoles(as). Esto se aprecia en la Figura 3. Además, distribuidos por país de nacionalidad y en orden descendente, los reclusos provienen principalmente de Marruecos, Rumanía, Colombia, Ecuador, Argelia, República Dominicana, Perú, Venezuela y Cuba.

Figura 3. Población reclusa extranjera con respecto al total.

Siguiendo con los datos, en la Figura 4 se muestra un gráfico en el que se puede observar cómo la población penitenciaria en España ha ido en descenso durante los últimos 10 años, experimentando una baja del 23.31% desde el año 2010.

Figura 4. Recuento de la población reclusa cada 5 años, en la última década.

Entre los delitos de mayor a menor incidencia, se encuentran los siguientes: delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico, contra la salud pública, delitos y faltas de violencia de género, homicidios y sus formas, contra la libertad sexual, lesiones, contra el orden público, contra la seguridad del tráfico, entre otros.

Por otro lado, destacar que España está en el puesto número 28 del mundo con más población reclusa; y que cuenta con un total de 163 establecimientos que engloban los centros penitenciarios, centros de inserción social (CIS), centros psiquiátricos penitenciarios, unidades de madres, y servicios de gestión de penas y medidas alternativas (SGPMA).

Los centros penitenciarios cuentan con muchos programas de reinserción llevados a cabo por equipos de profesionales, se trata de programas oficiales que se mandan desde la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. Pero también hay muchos otros que se desarrollan en el seno de cada centro, según la demanda que los profesionales ven en la población reclusa que acogen. Por otro lado, hay que destacar las actividades y talleres que se llevan a cabo por los voluntarios y organizaciones no gubernamentales (ONG´s) que van a prisión, contando con un amplio catálogo para elegir.

3. Características de la privación de libertad

Entre las características generales más destacables de la población reclusa se encuentra que la forman personas con muy baja tolerancia a la frustración, impulsivos, impacientes, presentando un elevado locus de control externo, siendo además egocéntricos, inseguros, agresivos y desconfiados. Pueden presentar sentimientos de culpa, impotencia, labilidad emocional, poca motivación, inmaduros en su mayoría, con baja capacidad de resolución de conflictos y manejo de sus emociones. Cuando piden ayuda, demandan también comprensión, cariño, empatía, humanidad, respeto, seguridad, no ser juzgados, ser amados...

Con todo lo descrito anteriormente, puede parecer que se trata de personas muy dañinas, malvadas, y otros tantos adjetivos que nos alejarían de ellos porque los demás no estamos dentro de una prisión; y lo cierto es que es todo lo contrario. Obviamente no son las víctimas de sus propios delitos, pero quizá un poco de su propia historia, de la historia de sus padres, familiar, económica, educativa, social… Nada justifica las acciones, al margen de la ley, que hayan cometido, pero si podemos llegar a entender qué los ha llevado hasta ese punto mirándonos a nosotros mismos. Al final, somos exactamente iguales a ellos, compartimos sus mismas características y emociones, simplemente que ellos no han sabido encauzar y/o desarrollar esa parte racional o de límites como el resto de las personas. Y de esa falta no se les puede culpar si no han tenido oportunidad de suplirla.

También es destacable el papel que tienen las condenas de larga duración en la prisión, porque cuando te quitan el horizonte de la vista, no hay nada más. Quien no tiene nada que perder, no tiene nada que temer y, en muchas ocasiones, los privados de libertad creen que todo lo que tienen y todo lo que hay está dentro de la prisión. Viven ajustados en tiempo y espacio. En mente.

La rutina diaria de los internos tiene el riesgo de convertirse en una monotonía, en la cual pasan muchas horas en el patio sin hacer nada, alimentando así el sentimiento de vacío y de pérdida de tiempo. Tienen tiempo, mucho tiempo para pensar, para rumiar pensamientos, darle vueltas y más vueltas, de modo que la ansiedad va adueñándose de ellos; la posibilidad de refugiarse en las drogas aumenta considerablemente y se crea un cierto mercado de droga donde predomina la extorsión y el aprovechamiento de los más débiles. Su capacidad de decisión también va en descenso, puesto que no solamente tienen las limitaciones derivadas de la condena, sino que también hay normas regimentales muy marcadas, además de normas impuestas por el patio y los propios internos. También la motivación y la autoestima se ven mermadas, difuminándose con el entorno.

Incluso, físicamente, los reclusos experimentan muchos cambios con los que no contaban. Por un lado, su campo de visión se ve considerablemente reducido puesto que no emplean la fijación visual a larga distancia; por otro lado, las distancias que recorren son cortas, por tanto, pese a hacer deporte (tienen la opción de asistir a gimnasios), en las actividades aeróbicas presentan ciertas dificultades.

Sufren una doble, incluso triple, inadaptación. Primero, una inadaptación a la sociedad, y consecuencia de ello es la entrada en prisión. La segunda se presenta una vez han ingresado dentro del centro penitenciario, que al principio viene siendo un lugar desconocido, con normas y límites que hasta ese momento no habían respetado y que tienen que integrarlas en su repertorio de conductas dentro de la prisión. Por último, sufren la inadaptación a la sociedad luego de quedar en libertad, aunque esta es la parte que precisamente se trabaja en prisión paro que esto no vuelva a suceder y el círculo pueda terminarse. La segunda inadaptación hace referencia a lo que se denomina “prisionización”, término empelado por primera vez por Clemmer (1940) para explicar que se trata de la asimilación por parte de los internos de los códigos de la prisión, hábitos, usos, costumbres, cultura, jerga, como consecuencia de su estancia en la cárcel.

Las personas cercanas a los internos privados de libertad han de conocer y entender el contexto en el que ellos se mueven, para poder ayudarles de una forma más completa y humana. Por ello, han de saber que se produce una “desproporción reactiva”, de modo que las cuestiones que en otro contexto no tendrían importancia, en este entorno se convierten primordiales para ellos. Les cuesta sobremanera plantearse un futuro porque entienden que no pueden controlar ni siquiera el presente.

4. Prisión como punto de inflexión y encuentro

“El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos” – San Ireneo de Lyon.

La vida es un regalo, uno no decide en qué momento nacer, ni cómo, ni siquiera dónde, sin embargo, nacemos en medio de una situación muy concreta y diferente a la de los demás. No es solo la realidad en la que nos vemos envueltos, sino también la forma de integrarla en nuestro repertorio de conductas y la forma de entenderla.

Por lo demás, la vida está llena de decisiones y cambios. Nos pasamos gran parte de nuestros días tomando decisiones, unas sin mucha importancia, otras decisivas. Decisiones que van dando forma a todos los cambios que experimentamos. De algún modo, modelamos nuestra vida humanamente hablando. En el plano divino, los cristianos tenemos claro que todo eso lo lleva Dios, que quiere nuestra felicidad y por ello pone a cada uno dentro de un contexto concreto, justamente el que necesita para su salvación.

En medio de todos estos cambios y todas estas decisiones, podemos crecer con la ausencia de Dios, o con su presencia y más adelante su olvido. También se puede dar el caso de que, como cristiano, Dios te conceda estar siempre cerca de Él, y quizá ser un tipo de persona que no comete errores cruciales en su vida, simplemente por el hecho de que, como base, estará siempre el amor, a Dios y al prójimo. Cabe destacar que el “prójimo” y el “próximo”, no es el mismo. El primero de ellos hace referencia a todo el mundo, los que caen mejor y peor, los que tenemos cerca y lejos, los que son nuestros amigos y como no, también los que son nuestros enemigos. El segundo término, hace referencia a las personas que tenemos cerca, y, por tanto, nos puede resultar un poco más fácil quererlos o aceptarlos como son. Y Dios viene para enseñarnos a amar al “prójimo”, a nuestros enemigos.

Esto es todo lo contrario a lo que se suele hacer, “quien me la hace me la paga”, los privados de libertad entienden bien este sentimiento de tener que vengar una causa que consideran justa. Tienen un sentimiento de la injusticia muy elevado, sin caer en la cuenta de que del mismo modo que intentan hacerse justicia a ellos mismos, están dejando el mismo sentimiento y vacío a otro.

Todo hombre es marcado por un punto de inflexión, un momento que marca un antes y un después en la vida. No tiene por qué ser un acontecimiento a lo grande, ni un momento apoteósico. Basta con algo sencillo, con una experiencia por subjetiva que sea. Cualquier estímulo que haga frenar, aguardar y empezar de cero. Un punto de inflexión es un momento en la vida en la que de pronto parece cambiar el rumbo (pueden ser para peor o para mejor). No se puede decidir qué momento es ese, no se puede planear, simplemente surge. Lo que sí se puede controlar es la actitud que se toma frente a ese gran cambio que nos saca de nuestra “zona de confort”, y es que ese día hay que tomar las riendas y hacerse cargo de uno mismo, responsable de sus actos, y decidir que ese cambio sea para mejor (“resiliencia”).

Para un cristiano, ese punto de inflexión en su vida está marcado por un fuerte encuentro con Dios, una experiencia que le certifica de algún modo que ha estado equivocado hasta ese momento y que ahora vuelve su rostro a Dios y apuesta por Él y por hacer las cosas bien. Es la conversión.

Para los privados de libertad este punto de inflexión se encuentra en el momento que entran en prisión, durante su estancia dentro; y que, además, suele coincidir con la muerte óntica que presentan en estas circunstancias en las que ya “no eres”, no eres quien eras. Como se decía anteriormente, este periodo está marcado por las rupturas y las roturas, por tanto, es un solo a solo. Solamente está el interno con Dios, en una intimidad quizá forzada, que antes no había podido y/o querido tener.

La Sagrada Escritura está llena de estos puntos de inflexión, momentos en los que somos sacados de la esclavitud para llegar a la libertad (como el pueblo de Israel), de la ignorancia para llegar al conocimiento, de la tristeza para experimentar la alegría, de la oscuridad a la luz, arrancados de la muerte, para vivir eternamente.

Pero tenemos una forma muy mortal, estamos de algún modo sujetos a lo terrenal, al menos a priori; y no poder llegar a comprender qué hay después de la muerte, quién es exactamente Dios o cómo nos podemos sentir amados por alguien que no vemos, nos limita. Nos limita a lo terreno, y nos lleva a degustar la muerte cuando rechazamos algo que es bueno para nosotros, cuando caemos en lo que sabemos que es perjudicial.

La muerte óntica procede del complejo de culpa y es experimentada por primera vez en el relato del “pecado de Adán y Eva”, cuando lo que verdaderamente afecta al ser humano es haber roto la comunión con el Padre, quien le ha dado la vida y de quien procede todo Bien. Esta muerte, este vacío que se experimenta, es la muerte óntica. De igual modo, se experimenta cuando se obra mal, cada vez que rompemos la relación con Dios, cuando creemos que no somos “alguien” para el resto de sociedad, al pensar que no le importamos a nadie.

Necesitamos por tanto el perdón, perdonarse a uno mismo y sentirnos perdonados. Esto es clave en el punto de inflexión de los privados de libertad. Cuando son plenamente conscientes del mal que han hecho a la sociedad, a personas concretas, y a ellos mismos, necesitan llorarlo y pedir perdón, ser perdonados, restaurar esa relación con Dios que quizá en otro momento y otro lugar, nunca hubiera ocurrido.

A partir de este punto de inflexión en soledad, todo cambia. Sus vidas pueden dar un giro si se encuentran con Dios en este tiempo. Para eso, la Pastoral Penitenciaria tiene también un papel fundamental ya que les lleva la Nueva Noticia a todos los internos, un modo de darle sentido a sus vidas.

Juan Pablo II decía en su visita a la prisión de Roma “Regina Coeli” que “si los presos atraviesan este camino interior, toda la sociedad se alegrará. Las mismas personas a las que habéis causado dolor, experimentarán que se les ha hecho más justicia al ver vuestro cambio interior que al constatar el castigo penal que habéis pagado”.

La Sagrada Escritura está llena de nuevas oportunidades, es lo que marca la historia entre los hombres y Dios, que perdona sus pecados e iniquidades una y otra vez, sin cansarse de sus hijos por un solo instante: al pueblo de Israel, al samaritano del que se compadeció, a Pedro, a Judas, al hijo pródigo, al buen ladrón, a la pecadora pública, al paralítico, a Lázaro...

Estas segundas oportunidades representan de algún modo la resurrección de Jesús, que también recae sobre todos nosotros ofreciéndonos una oportunidad tras otra, porque la muerte ha sido vencida. Por tanto, como católicos entendemos que cada vez que caemos, Él nos levanta con amor eterno y sin tener en cuenta nada de lo que ha pasado, poniendo además como ayuda a todos nosotros, el sacramento de la confesión mediante el cual se limpia nuestro corazón y se nos da una nueva oportunidad de vivir cerca del rostro de Dios.

Para los cristianos, la resurrección representa un nuevo comienzo, morir al pecado y vivir para el cielo. Morir al hombre viejo y vivir para el hombre nuevo. Dejar atrás las acciones que nos destruyen y destruyen al otro, y vivir para el amor al prójimo. Y para esto estamos llamados todos, como hijos de Dios.

Bibliografía
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Citación (ISO 690:2010): MARTÍNEZ BAÑO, Sara. Prisión como Punto de Inflexión: Pastoral Penitenciaria en España [en línea]. Mos. Teol. (Rev. RYPC), 26 noviembre 2020. <https://www.revista-rypc.org/2020/11/prision-como-punto-de-inflexion.html> [consulta: ].