miércoles, marzo 11, 2015

Job para médicos: Humanizando en medio del sufrimiento

Publicado en el canal divulgativo: Naturaleza y Trascendencia | Citación

Job para médicos: Humanizando en medio del sufrimiento

"Médicos" Fuente: batanga.com.
David Buendía

Médicos de familia, especialistas, enfermeros y auxiliares, constituyen sin lugar a dudas un imponente frente sanitario que lucha contra esos males que aquejan a los seres humanos desde que se tiene memoria: el sufrimiento, la pérdida, la muerte. Sin embargo nos preguntamos si vamos ganando la guerra o en cambio, apenas resistimos el primer envite. ¿Estamos preparados realmente para afrontar el hecho de lo que somos ineludiblemente, seres finitos, vulnerables, mortales? ¿O más bien nos derrumbamos ante las palabras cáncer, alzheimer, infarto, ictus, depresión, divorcio, despido… o desahucio? ¿Y qué necesitan nuestros profesionales de la salud para hacer frente a ese océano de sufrimiento que padece nuestro entorno?

Para contestar estas preguntas, trataremos primero de señalar algunos de los problemas específicos que dificultan la labor de nuestros médicos y que proceden del medio ambiente cultural en que vivimos. Y tras esta somera radiografía, quisiéramos proponerles un despropósito científico: la aportación del doctor Job, recogida en el vademécum bíblico. Por favor, no pasen de artículo todavía, no pretendemos que los lectores aprendan religión. Pero queremos sumergirnos en los estratos más profundos de la psique humana cuando parece que todo está perdido. Y en este terreno, el libro de Job ha sido leído y recitado por millones de personas que fueron iluminadas en medio de la batalla en la que ustedes, estimados lectores, se baten cada día.

Obstáculos contemporáneos en la comprensión del sufrimiento

Nuestro Occidente posmoderno1 ha arribado, no sin muchos avatares, a una era democrática, agnóstica, e intercultural2. Con sus luces y sus sombras, lo cierto es que nuestra sociedad experimenta una fuerte crisis de orientación, una vez que los elementos identitarios tradicionales han sido removidos pero no sustituidos por otros igualmente significativos3. A ello se suma que nuestra pertenencia al primer mundo consumista, ha traído consigo el endiosamiento del ideal estético: la juventud, el dinero y el culto al cuerpo nos ha introducido en la hoguera de las vanidades. En ella los destellos de la fama nos quema las alas y nos unidimensiona4 al empobrecedor mundo de lo que se ve y se toca. Por supuesto, se ignoran los molestos barrios marginales de la realidad, con sus enfermos, ancianos, hospitales y tanatorios. Además, vivimos en inmensas colmenas urbanas, abruptamente separadas de la naturaleza y sus movimientos, ritmos e interrelaciones. Hemos perdido un punto de referencia esencial, y la vista solo alcanza hasta nuestro ombligo. Con ello ya no somos parte de un fértil mundo junto a otras innumerables especies vivas, sino de la fábrica planetaria que nutre nuestra insaciable necesidad de materias primas y recursos. Homo orbi lupus.

Esta fotografía general revela a una sociedad y a unas personas con problemas de identidad y orientación vital, empobrecidas ante el materialismo estético imperante en un entorno que mantiene como tabú cualquier expresión de sufrimiento o pérdida, y que se autoconfigura como centro del universo.

Por otra parte, y centrándonos en el ámbito sanitario, ¿quién se atrevería a desdeñar los avances científicos aplicados a la medicina? Pero esta cara tiene su cruz. Permítanme que les ilustre con una anécdota real5 que me contaba recientemente una amable y eficiente médico del ESAD6:

“En las sesiones clínicas que tenemos periódicamente o cuando nos encomiendan a un paciente, no es raro oír frases como: Este es un pulmón con afectación del hígado, o bien os derivamos un hígado avanzado y un riñón con metástasis óseas... Está claro que hablamos realmente de pacientes, de personas, aunque no siempre lo parezca”

Esta medicina enormemente eficaz trata al hombre como una pieza de trabajo en serie7. El epítome de esta situación lo representa la célebre serie de televisión House, un genial y excéntrico médico que investiga enfermedades cual Sherlock Holmes. Todo tiene su causa y su efecto, todo lo que pasa dentro del cuerpo humano es material sensible de su conocimiento, TODO menos el ser humano que tiene delante. Menos mal que muchos médicos –como nuestra encantadora doctora del ESAD-, enfermeros y auxiliares se niegan a ser House. Sin embargo representa una tendencia que sigue presente en no pocos casos ¿Por qué? Es difícil de creer, pero hasta ayer –entendido casi literalmente-, no había ninguna asignatura dentro de la carrera de medicina que comprendiera la relación médico-paciente o las relaciones humanas, con su complejidad y riqueza. En definitiva, se capacita para tratar enfermedades, no enfermos8.

Con todo este bagaje, el personal sanitario se enfrenta al dolor de sus congéneres. No parece una tarea sencilla, y seguro que a veces les puede la enormidad de la tarea. Aún así, es difícil imaginarse una profesión más noble, y por ello, es menester que dispongan de los más avanzados medios para llevarla a cabo. Sin embargo, también merecen saber aquello que enseña el libro de Job. Si me conceden unos minutos…

Entre bambalinas

El libro de Job es esencialmente una larga conversación de amigos a la que se une finalmente el mismo Dios. Lo que motiva esta charla viene explicado en un marco narrativo que ocupa los dos primeros capítulos y el último: todo comienza con una apuesta entre Dios y un personaje llamado Satán –no se asusten, éste no tiene cuernos ni rabo-. Lo que estaba en juego era si Job amaba a Dios de forma desinteresada o porque disfrutaba de un buen puesto en la “vida”. Ante esta disyuntiva, Dios le da permiso a Satán para arrebatarle todo lo que apreciaba: familia ¡excepto su esposa! -este Satán sí sabe cómo hacer daño-, posesiones, y hasta la salud. Job nunca llega a saber por qué le pasa tantas catástrofes, pero está convencido que no se debe a nada que haya hecho. Aún en este estado deplorable, Job guarda silencio, admite que todo viene de Dios, y acepta humildemente su voluntad. Por tanto la prueba resulta todo un éxito y Satán no tiene más remedio que admitir que el ser humano puede amar a Dios sin interés alguno.

Un momento… parece que ya les oigo decir: ¿qué clase de Dios es tan bárbaro que hace apuestas inverosímiles tipo telenovela? ¡No disparen todavía! Han de saber que en aquellos tiempos se creía que las personas sufrían por su propia culpa. Era lo que se llamaba la doctrina de la retribución, más o menos nuestro “cada cual cosecha lo que siembra”, pero llevado hasta el extremo más absurdo. Pues bien, la primera gran lección que enseña este libro, es que una parte del sufrimiento que padecemos es ajeno a nosotros, no se debe a nada malo que hagamos. Porque la vida, aunque se deja moldear por nuestras decisiones, tiene un componente “desconocido”, imprevisible, y hemos de saber vivir con ello.

Comienza el calvario

Sin embargo, aunque ya hemos visto que el relato original ya tenía su sustancia, posteriormente se escribieron cuarenta capítulos más en los que Job, hizo lo que cualquiera de nosotros haría en una situación similar: negar, negociar, airarse, deprimirse y finalmente aceptarlo9. Entretanto unos amigos van a visitarlo y con ellos comienza una larga charla acerca de su sufrimiento. Job explota como un volcán: “¡Ojalá no hubiera nacido!”10 Aquí no hay nada de ficción. Y es curioso que una de las primeras reacciones de Job sea la de alzar la vista y contemplar el dolor de los otros11: se solidariza con los esclavos, con los que mueren irreversiblemente, con los que están reventados a trabajar, oprimidos hasta su final12. Qué hecho tan relevante: en cuántas ocasiones nuestros ojos no ven la miseria y el sufrimiento que nos rodea hasta que nos toca a nosotros.

Sin embargo hemos de tener en cuenta que en este primer estadio del duelo, Job niega furiosamente lo que sucede. Tanto entonces como ahora, un evento especialmente traumático abre un “agujero negro” emocional. Al principio uno es incapaz de descubrir ningún sentido13, pierde la confianza vital que sostiene “nuestro mundo de relaciones”, y se agarra únicamente a sus percepciones más inmediatas y negativas14. El sueño de la razón provoca monstruos… el dolor también. Es bueno que sepamos estar “a la altura” y no tratemos de enmendar razones en este momento. No es lo que necesita Job, ni tampoco los pacientes.

Lo que no y lo que sí hay que hacer

Sus amigos, ante una situación tan compleja y difícil como ésta, habían comenzado de la mejor forma. Guardaron silencio y se quedaron a su lado. Así, probablemente facilitaron que Job por fin expresara todo su tormento. Sin embargo ahora cometen todos los errores que posiblemente también cometemos nosotros. Aprendamos de ellos15:

-Se aferran a su marco interpretativo de la realidad, y tratan de imponerlo sea como fuera. Los amigos de Job le llevan el peso de la tradición. ¡Y Job se consume en la ira! Los médicos pueden llevar su manojo de etiquetas, confundir sentido con causalidad16, y tratar de explicar al paciente solamente la patogénesis de su enfermedad. Sin embargo el médico no puede proporcionarle un sentido a la enfermedad17 o al suceso traumático y las explicaciones de “lo inexplicable” suele generar en un primer estadio más agresividad y resistencia: “¡Qué manera de ayudar al débil, qué bien sabes aconsejar e instruir al ignorante!” (Job 12:2).

-Segundo error: apenas dialogan de verdad con él. Ellos llevan su propio discurso, y parecen sordos a lo que su amigo quiere comunicar18. ¿Es posible que atendamos antes al pulmón, o al riñón o a la depresión, que al paciente? ¿Vemos al ser humano que está ante nosotros? “¡Compadeceos vosotros de mí! ¡Compadeceos de mí, oh amigos míos!” (Job 19:21).

-Tercero: Comprender a Job no desde su experiencia concreta, sino desde su categorización: Job es pecador porque los pecadores sufren. De esta manera se “ahorran” entrar con él en el sufrimiento y com-padecerse de él, lo despersonalizan al generalizar su dolor. Cada paciente necesita percibir que no es parte de una estadística. Más aun, que cuando se queja por enésima vez no le ignoran: “¿Vais a reprender las palabras de un desesperado como si fueran viento” (Job 6,26).

-No decir la verdad “¿Creéis que hacéis un servicio con palabras engañosas? Vosotros cubrís la verdad con vuestras mentiras” (Job 13:4a). El problema de no afrontar la realidad, entre otras razones porque todavía representa un imponente tabú social19, puede entorpecer la asunción del propio devenir. Todo ser humano tiene derecho a la verdad en la medida en que él mismo lo demande.

-Y por último, los amigos de Job, horrorizados tanto del sufrimiento como de la reacción de Job, prefirieron quedarse a una distancia de seguridad. Es normal que nos protejamos ante la exposición constante del sufrimiento. El problema es que una parte esencial de la labor curativa o paliativa apenas sucede más allá de la longitud de nuestros brazos. Un apretón de manos, una mirada franca y cercana, el compromiso de estar presente, son gestos que jamás deberían guardarse.

Un impulso de esperanza

Todos hemos experimentado en diferentes grados cómo un sufrimiento persistente hace que la realidad se pierda entre brumas20. De ahí la atonía, la depresión, el estrés, o la desesperación. Por eso es tan importante que los pacientes encuentren una salida al exterior, que permita colocar el tiempo presente dentro de un contexto mucho más amplio. Job encontrará un camino en el que la niebla se disipa al menos por unos instantes y el sol vuelve a calentar. Permítanme que les lea algunos de sus paisajes felices:

“¡Cómo añoro los meses que se han ido, los días en que Dios me cuidaba!... por su luz podía andar entre tinieblas… me bendecía con su íntima amistad… recuerdo cuando mis hijos me rodeaban… cuando todos me respetaban… cuando socorría al huérfano... al pobre… cuando mi rostro reanimaba a la gente y consolaba a los que estaban de luto” (Fragmentos de Job 29:1-25)

“Sé que mi redentor vive…
todavía veré a Dios con mis propios ojos”
(Job 19:25)

En ningún momento podemos perder de vista que nuestro paciente es sobre todo un no-paciente, una persona rica de experiencias y seres queridos. Job sale de su ensimismamiento rememorando sus días felices, las caras de sus hijos, el respeto de su comunidad, sus obras caritativas, y por último, ¡en un maravilloso ejercicio de proyección!, se recuerda animando a aquellos que están de luto -¿como él mismo?- Necesitamos un personal médico que sea capaz de suscitar esos espacios en los pacientes, tiempo para recordar y soñar de nuevo, de devolverles una imagen de sí mismos fuera de las coordenadas del dolor.

Tampoco podemos olvidar que la fe resulta ser decisiva para muchos de ellos21. Como hasta ahora, se trata de alentar aquellos aspectos que logran aportar perspectivas positivas y esperanzadoras. Por tanto, debemos dejar que expresen sus convicciones más profundas, porque en ellas residen también su fuerza y su libertad. Sea cuál sea su credo, religioso o ateo, nuestro deber es acogerlo con respeto y, nosotros, como creyentes, reafirmar nuestra confianza en Dios para aquellos que nos la demanden22

Dios habla, ¡por fin!

Durante cuarenta largos capítulos Job clama, se lamenta, acusa e injuria a Dios por una situación insoportable23. Y de pronto la voz divina irrumpe de forma poderosa, sin medias tintas, en medio de una temible tempestad. Sin embargo este Dios trascendente y todopoderoso, no se dedica a aplastar con la “verdad divina” a ese ser humano desafiante24, sino que a través de sus preguntas conduce a Job a un lugar dentro de sí para que reflexione. A Dios le interesa nuestra palabra, nuestra verdad, por parcial que sea, aquella que puede despertarse a través del diálogo y de una escucha íntima25. ¿Seremos capaces de suscitar en los pacientes, a través del diálogo, una reflexión serena para afrontar la enfermedad o la pérdida?

Pero hay muchos obstáculos que nos impiden pensar –especialmente en nuestra sociedad occidental-, como aquel antropocentrismo empobrecedor que ahora se ha visto agravado por un sufrimiento intenso26. Precisamente las preguntas de Dios tienen el propósito de abrir el horizonte: van disolviendo esa bruma cegadora en la que está inmerso Job, con pinceladas de un mundo exuberante, vital y luminoso, y donde las fuerzas más descomunales conviven con los seres más insignificantes. El ser humano no aparece en el cuadro. No todo existe para el hombre. De hecho Job no es capaz de responder de la realidad de este mundo, no alcanza a saber su por qué no-humano. De esta manera Dios le anima a que abandone la pretensión agotadora e inútil de ser el centro de referencia27, y a considerar que forma parte de ese incomparable marco de la vida que le rodea.

Y si no conoce por qué hay vida y armonía en un universo tan grande, ¿cómo va a dar razón de las fuerzas amenazantes o caóticas de la naturaleza? Job se da cuenta entonces de la ridiculez de aquella imagen idílica del mundo que tenía, de una felicidad plena. No, el mundo se muestra tan manifiestamente hermoso como impredecible donde la vida también convive con la muerte.

¡Qué importante es aceptar nuestra finitud, nuestra fragilidad! Una parte sustancial de nuestro sufrimiento viene determinado por la pretensión inconsciente e imposible de ser “intocables”28. Y la realidad se presenta como un gigante despertador que nos arranca de ese letargo infantil. Los médicos dais fe de que tarde o temprano alguien escribirá en nuestro informe hospitalario la palabra exitus. Por tanto, podéis contribuir a despertar a nuestra sociedad, no para que teman la muerte o el sufrimiento sino para que los acojan como parte de la vida, y hacerlo de forma humana.

Job, en esta toma de conciencia halla lo que necesitaba: que Dios sigue estando ahí, fiel a su creación, y nunca la abandonará, como tampoco a él29. Por fin abre los ojos y ve más allá de sí mismo. Sí, contempla la ambivalencia de la realidad, pero desde la convicción de que Dios está a su lado y le escucha30. Ahora puede apaciguar su alma31, abandonarse confiadamente como un niño pequeño en el regazo de su madre, aún en medio del sufrimiento32.

Es necesario que los médicos cristianos también descansen en esta esperanza transformadora, de tal manera, que aunque de forma explícita no puedan compartirla con sus pacientes, sin embargo logren transmitirla a través de su actitud franca y abierta, una mano cálida, una escucha siempre receptiva, una palabra de esperanza. No les curen solo el cuerpo, lleguen también hasta sus temores y sus angustias. ¿Cómo tuvo que acariciar Jesús la piel de un hombre para que quedara limpia de lepra, o con qué ternura tocó a una mujer para que desapareciera la fiebre ¿de miedo? que tenía?33 Y ustedes, como sus discípulos, ¿seguirán su ejemplo? ¿Asumirán el reto de ayudarles a vivir y a morir como seres humanos valiosos y únicos?

El libro de Job. No es la voz del último descubrimiento sicoanalítico. Tampoco es efectivo en el sentido que lo es un fármaco como el Prozac o la morfina. Lo sorprendente, es que de una forma noble y honesta nos cautiva, a pesar que no nos da una respuesta definitiva a la cuestión del sufrimiento. Sin embargo, una vez leídas sus páginas, sabemos mejor qué es lo esencial para combatirlo cuando es tiempo, para aceptarlo cuando es necesario, y para llegar a ser más humanos en cualquier circunstancia.


  1. Küng, H. Vida eterna (Madrid: Editorial Trotta, 2000), pp. 34-38.
  2. J. J.Tamayo. Católicos, pero menos. http://www.lupaprotestante.com/blog/catolicos-pero-menos/.
  3. Küng, 2000, p. 25.
  4. Ya en El hombre unidimensional (1954), Marcuse pone de manifiesto precisamente como el consumismo y la publicidad han constreñido al hombre insoportablemente.
  5. Muchos de los datos proporcionados en este trabajo fueron recabados en una entrevista “ex profeso” a la Dra. Elena Martínez, una extraordinaria médico de amplísima experiencia y de sensibilidad nada común, del ESAD-CARTAGENA, “Cuidados paliativos de enfermos terminales” (15-01-2015).
  6. ESAD: Equipos de Soporte de Cuidados Paliativos en Área Domiciliaria.
  7. Kung, 2000, p. 249.
  8. Id., p. 250.
  9. Kubler Ross fue quien describió la formulación clásica de las distintas etapas del duelo.
  10. Job 3:3.
  11. Job 3:17-21.
  12. Lévêque, J. Job: El libro y el mensaje (Estella: Editorial Verbo Divino, 1987), p. 13.
  13. Frankl, V. El hombre en busca de sentido (Barcelona: Editorial Herder, 1979), p. 134.
  14. Lévêque, 1987, p. 14.
  15. Kidner, D. La sabiduría de Proverbios, Job y Eclesiastés (Illinois: Varsity Press, 1985), pp. 46 ss.
  16. Frankl, 1979, p. 133.
  17. Id., p. 131.
  18. Id., p. 21.
  19. Así constata la Dra.Martinez en su dilatada experiencia profesional.
  20. Frankl, 1979, pp. 128 ss.
  21. Dra. Martinez describe los distintos criterios de evaluación, que incluye la dimensión espiritual del paciente, junto al cuadro físico y emocional.
  22. Referido por Dra. Martinez.
  23. Lewis, C.S. Una pena en observación (Barcelona: Editorial Anagrama, 1994), p. 13. Al igual que Lewis adjura de la imagen infantil divina y su fe “ilustrada”, tras la muerte de su esposa. Es un Job contemporáneo, que merece ser escuchado.
  24. Von Rad, G. Sabiduría en Israel (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1985), p. 284.
  25. Drewermann, E. La palabra de salvación y sanación (Barcelona: Ed. Herder, 1996), p. 201.
  26. Martini, C. Meditaciones sobre la Carta a los Romanos (Santander: Sal Terrae, 2010), p. 58.
  27. Zamora, P. La fe sencilla (Madrid: Fundación Federico Fliedner, 2011), p. 83.
  28. Frankl, 1979, p. 136.
  29. Von Rad, 1985, p. 285.
  30. Roger, S. Dios nos quiere felices (Boadilla del monte: Editorial PPC, 2000), p. 10.
  31. Según traducción propuesta por D. Pedro Zamora de Job 42:6.
  32. Küng, H. Ser cristiano (Madrid: Editorial Trotta, 1996), p. 413.
  33. Drewermann, E. Sendas de salvación (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2010), p. 25.

Citación (ISO 690:2010): BUENDÍA, David. Job para médicos: Humanizando en medio del sufrimiento [en línea]. Nat. y Tras. (Rev. RYPC), 11 marzo 2015. <http://www.revista-rypc.org/2015/03/job-para-medicos-humanizando-en-medio.html> [consulta: ].