Fuente: brookdalecc.edu. |
Gustavo Daniel Romero
Introducción
Responsable: “Obligado a responder de alguna cosa o por alguna persona”.1
Responsable es aquél de quien es esperable una respuesta. Responsable no es sinónimo de judiciable, aunque en ocasiones también puede serlo.
Lacan afirmó, en una oportunidad, que el loco es el único hombre libre, no porque tenga libertad de elegir, sino porque al no elegir está libre de la responsabilidad de tener que elegir, responsabilidad que nos obliga a todos los que no somos locos a elegir y, por ende, tener que soportar una dimensión de pérdida.
¿Cómo sustentar la responsabilidad del sujeto si no la hacemos en el ideal de libertad y autonomía?
¿Cómo sustentarla si al sujeto lo consideramos determinado?
¿Quién puede ser responsable de un acto, si no está libre de determinación?
El determinismo social nos explicará que si Monzón2 cometió un crimen es porque vino de la miseria y se hizo a “golpes”.
El punto de interés es si la determinación elimina la libertad y, por ende, la responsabilidad. Es decir, el resultado necesario determinado por una combinatoria preexistente ¿borra al sujeto? Si el sujeto lo es del inconsciente, sujeto sujetado ¿está entonces exculpado de la puesta en acto por una especie de obediencia debida a las determinaciones en potencia preexistentes? o dicho de otra manera ¿entonces ya no hay acto posible?
La responsabilidad y el psicoanálisis
Cito al “Padre del psicoanálisis”:
“...Mas el problema de la responsabilidad por el contenido onírico inmoral ya no existe para nosotros, en el sentido que lo aceptaban los autores que nada sabían aún de las ideas latentes y de lo reprimido en nuestra vida psíquica. Desde luego, es preciso asumir la responsabilidad de sus impulsos oníricos malvados. ¿Qué otra cosa podría hacerse con ellos? Si el contenido onírico -correctamente comprendido- no ha sido inspirado por espíritus extraños, entonces no puede ser sino una parte de mi propio ser.
Si pretendo clasificar, de acuerdo con cánones sociales, en buenas y en malas las tendencias que en mí se encuentran, entonces debo asumir la responsabilidad para ambas categorías, y sí, defendiéndome, digo que en cuanto en mí es desconocido, inconsciente y reprimido no pertenece a mi yo, entonces me coloco fuera del terreno psicoanalítico, no acepto sus revelaciones y me expongo a ser refutado por la crítica de mis semejantes, por las perturbaciones de mi conducta y por la confusión de mis sentimientos.
He de experimentar entonces que esto, negado por mí, no sólo “está” en mí, sino que también “actúa” ocasionalmente desde mi interior... Además, ¿de qué me serviría ceder a mi vanidad moral pretendiendo decretar que en cualquier valoración ética de mi persona me estaría permitido desdeñar todo lo malo que hay en el ELLO sin necesidad de responsabilizar al YO por esos contenido? La experiencia demuestra que, no obstante, asumo esa responsabilidad, que de una u otra manera me veo compelido a asumirla...
El narcisismo del hombre debería conformarse con el hecho de que la deformación onírica, los sueños angustiosos y los punitivos representan otras tantas pruebas de su esencia moral, pruebas no menos evidentes que las suministradas por la interpretación onírica en favor de la existencia y la fuerza de su esencia malvada. Quien disconforme con esto quiera ser “mejor” de lo que ha sido creado, intente llegar en la vida más allá de la hipocresía o de la inhibición.
El médico dejará para el jurista la tarea de establecer para los fines sociales una responsabilidad arbitrariamente restringida al YO metapsicológico. Todos sabemos cuán difícil es deducir de esta construcción artificiosa consecuencias prácticas que no violen los sentimientos humanos.”3
Es decir que la cuestión a interrogar no es del orden de lo judiciable, no está en la línea del crimen y el castigo, el pecado y la condena o la virtud y la recompensa. El interés está puesto en la subjetivación de una acción. Si es así, ya no será una acción cualquiera, sino una que recae finalmente sobre el sujeto, poniéndose éste en acto en esa acción, de la que podrá hacerse responsable o acudir a las múltiples estrategias de ocultamiento.
El tema es: la responsabilidad y el sujeto. Responsabilidad es otro nombre del Sujeto. Esta es la cuestión central.
Freud mismo nos da un ejemplo en la lección XVI de Introducción al psicoanálisis: “Psiquiatría y Psicología”.4 Se trata de un acto sintomático, con pacientes que entraban al consultorio dejando la puerta abierta. Este acto banal, para Freud era un acto sintomático pleno de sentido que mereció una severa intervención que los registrara como tal, es decir implicado un sujeto. Así, dice, que nunca deja de hacerle observar con enfado, cualquiera sea la calidad social de la persona, su negligencia y rogarle que la repare. Sostiene que esta acción, en ese contexto, demuestra que el individuo ha perdido todo respeto hacia el médico y Freud justifica su intervención aduciendo que en un tal estado de ánimo llegaría el paciente a dar prueba de una absoluta incorrección, durante la visita, si el médico no tuviera la precaución de imponerse a ellos duramente desde las primeras palabras.
Sigmund Freud, si bien no pretende usurpar las funciones sociales del jurista, descubre que la intencionalidad no puede restringirse a las fronteras del Yo, extendiendo el campo de la responsabilidad mucho más allá de lo que está dispuesto a admitir la psicología del jurista. El psicoanalista vienés no restringe la responsabilidad de lo que se hace y dice, meramente, a ser “consciente de lo que se hace” ni “hacerse cargo de lo que se dice”. Como podemos ver, Freud lejos está de eliminar la libertad y, por ende, la responsabilidad bajo “el manto” del determinismo.
El determinismo histórico niega la responsabilidad y la creatividad humana y con eso la complejidad de las sociedades humanas.
La responsabilidad en la Biblia
Una de las ideas nuevas en la teología de Ezequiel es la de la valoración del individuo como tal en sus relaciones para con Dios. Hasta entonces en la teología profética prevalecía la idea de la solidaridad, de forma que los componentes del pueblo israelita eran considerados más como ciudadanos de una colectividad que como individuos con derechos y deberes propios. Ante todo, los profetas consideran el destino de la nación como tal, porque la alianza del Sinaí ha sido hecha entre Dios y la nación. En ese supuesto, las generaciones son solidarias en sus pecados y en sus méritos.
Ciertamente que en el Deuteronomio se condena el castigo de los hijos por los pecados de sus padres, y viceversa, y Jeremías se hizo eco de esta doctrina, pero es Ezequiel “el campeón y teorizante del individualismo” en la tradición israelita. La catástrofe del 587 había tenido por efecto la pérdida de las ilusiones nacionales, y entonces la conciencia israelita se orientó más a los destinos e intereses del individuo como tal.
Ezequiel se hace eco de este estado psicológico y formula el principio de la retribución individual estricta; los exilados se quejaban de que ellos estaban pagando por los pecados de sus antepasados. Esto parecía injusto, y es el profeta el que anuncia un nuevo estado de cosas: El alma que pecare, ésta morirá, y el hijo no llevará sobre sí la iniquidad del padre, ni el padre la del hijo; la justicia del justo será sobre él, y sobre él será la iniquidad del malvado”.5
“¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?
Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel.
El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.” (Ezequiel 18:2-3 y 20 RVR1960)
Es sustancialmente la doctrina de Jeremías: “En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera.” (Jeremías 31:29-30 RVR1960)
Ezequiel insiste después en la justificación del pecador que se arrepiente de sus pecados y cambia de conducta: “Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá. ¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ezequiel 18:22-23 RVR1960)
Esta doctrina está muy por encima de la antigua, basada en la solidaridad. En el nuevo orden de cosas habrá ante todo justicia retributiva para cada individuo. Esta perspectiva, formulada así con toda valentía por Ezequiel, hará que se planteen en crudo la validez de las tesis tradicionales sobre la ecuación entre la virtud y el premio en esta vida.
Este examen del problema en la literatura sapiencial, sobre todo en Job, dará como fruto la formulación clara del principio de la retribución en ultratumba en el libro de la Sabiduría. Ezequiel no ha llegado a estas claridades, pero ha puesto las bases de la retribución individual en las relaciones de Dios con el hombre.
Aplicando lo reflexionado a un relato
Sartre, y en general la filosofía existencial se ha preocupado por la responsabilidad de los actos. En su texto “El muro” plantea esta cuestión.
La narración de “El muro” transcurre en la España de la guerra civil. Un grupo de prisioneros republicanos en manos de la falange es arrojado a un sótano y deberán transcurrir su última noche en espera que al amanecer los lleven hasta el muro y los fusilen. Los personajes son cuatro: tres condenados y un “testigo” que pasará la noche con ellos, el médico belga. El quinto protagonista será convocado en ausencia.
Su posición no es heroica, los personajes se tornan grises y miserables con el transcurso de las horas, el relato es descarnado, el paso del tiempo, el frío, ver el cielo a través de un agujero, preguntarle al médico si se sufrirá mucho, si la muerte será rápida. Finalmente llega una claridad, se acerca el amanecer.
El protagonista resistirá el sueño. Aunque está agotado, no quiere dormir porque desea no perder ni dos horas de vida. Le vendrán a despertar al alba. No quiere morir como las bestias, quiere comprender. Sobre su vida piensa: “Es una maldita mentira”.
Nada valía pues terminaba, no hubiera movido ni el dedo meñique si hubiera podido imaginar que terminaría así. Su vida ya estaba cerrada. Y no quería perder ni dos horas, pero consideraba perdida toda su vida hasta ese momento. Sus ideales anarquistas, hablar en reuniones públicas, querer liberar España, tomar todo eso como si fuera inmortal. Se lo reprocha en el momento de enfrentar la muerte. Ya está contra el muro. Una situación límite con todo inconcluso, todo aún por hacer.
La vida le es ajena. Su cuerpo le es ajeno. Sucio. Sospechoso.
Por fin llega el alba. Y todos salen de escena, queda solo en el sótano.
Se escuchan las detonaciones. Ya empezaron. Pero Ibbieta, el protagonista, debe esperar. Luego lo suben a una habitación, lo interrogan, le piden que denuncie a un líder anarquista, a Ramón Gris. ¿Pero cómo puede un oficial falangista intimidar a alguien que va a morir? Le ofrecen: es su vida por la tuya. Ya está planteado el problema ético.
Denunciar o la Vida (como en La Bolsa o La Vida); pero a Ibbieta ya no le importa salvar a Ramón Gris. La miseria de la noche transcurrida en espera de una terrible y segura muerte le ha hecho desprenderse de casi todos sus ideales. Sólo quiere morir valientemente, aunque su vida haya perdido el sentido que creyó tener. Le dan quince minutos más para pensar. Y pensar pierde al hombre.
Ibbieta sabe algunas cosas. Primero: sabe que la apuesta es fuerte: lo matarán. Sabe también donde está escondido Ramón Gris, en casa de su primo y sabe que somos todos mortales. Lo sabe desde esa noche (sólo desde entonces).
Dice el texto: “Estos tipos adornados con sus látigos y sus botas eran también hombres que iban a morir. Un poco más tarde que yo, pero no mucho más”. La finitud, el límite absoluto, convoca la infinitud. En tiempo cósmico ¿qué son unos años, aún unas décadas, más o menos?
Sus pequeñas actividades merecían burla, parecían locos, porque ellos, los oficiales falangistas, no sabían lo que Ibbieta si sabía: somos todos mortales. Ya había muerto poco antes del alba. Había muerto su amistad por Ramón Gris, su amor por una mujer, su propio deseo de vivir.
Ninguna vida tiene valor. Se “cagaba” en la causa y en España. Pero no iba a hablar, de puro testarudo, para burlarse de ellos. Ellos que todavía se tomaban las cosas en serio, severos, oscuros. Tuvo que contener la risa, porque temía no poder detenerse, y habló...
Sí, Ibbieta habló, para mentir, para engañar, burlar al otro, al tirano, a esos oficiales severos, guardianes de una causa que merecía burla.
“Está escondido en el cementerio”, mintió Ibbieta. Y dijo la verdad. Allí encontraron a Ramón Gris, lo mataron, la ejecución de Ibbieta fue aplazada. Retornó al patio de los prisioneros, esperando una sentencia. Porque la muerte sigue pendiendo sobre su cabeza. Sólo pudo ser aplazada. Después de todo, ya era mortal.
Este es el relato, que termina con el protagonista llorando de risa, o riendo hasta las lágrimas.
La primera exculpación posible para Ibbieta es la ignorancia y el azar. Lo que él sabía es que Gris estaba en casa de su primo. No sabía que había abandonado ese refugio y se hallaba escondido en el cementerio.
Mencionó ese lugar por puro azar frente a los oficiales para burlarse de ellos, y sólo por azar coincidió su declaración con el sitio real donde se hallaba el fugitivo. Es decir que el azar quiso que con su elección de una confesión mentirosa terminara, sin saberlo, diciendo la verdad.
El neurótico obsesivo se queja que no puede producir un acto, que todo lo que le sucede es por y para el Otro. Esta queja lo protege, no de la culpa pues este sentimiento aparece con toda su fuerza ligado a pensamientos que no lo justifica, pero sí de la responsabilidad. Sin embargo, justamente allí donde el neurótico podría declararse no responsable, Freud lo hace responsable de un deseo.
El sujeto se somete al mandato superyoico para liberarse de la culpa. El obsesivo se ejercita en una especie de sometimiento al prójimo. Ibbieta quiso trocar ilusoriamente ese sometimiento (relación de impotencia-omnipotencia), burlándose del falangista aunque aceptara su juego. No es nuestra ética liberarlo de responsabilidad, de lo real de la culpa, alienándolo a esa otra especie del Otro, bajo la forma del Azar o el Destino.
Las determinaciones señalizan recorridos posibles y otros imposibles. En esto el sujeto no tiene otra elección, pero no por eso es menos responsable. Es como el juego de ajedrez, donde mueve uno por turno y las posibilidades de elección del nuevo movimiento se van reduciendo. Cada nueva jugada limita las elecciones posibles.
¿Es por ello menor la libertad del jugador? El sujeto debe jugar su partida aunque tácticamente no convenga. Debe hacer la jugada acorde con el deseo... y someterse a las consecuencias. En este sentido, acotado, Ibbieta, el protagonista de “El Muro”, es responsable, quizás no “culpable”, pero ningún favor le haríamos “desresponsabilizándolo”, es decir: dessubjetivando su acto.
Responsable ¿de qué?: De abrir la boca, aún en la ignorancia. Responsable de haber deseado vivir, de aplazar su condena. Responsable de burlar al Otro, de querer engañarlo aceptando al mismo tiempo sus reglas de juego. Finalmente responsable de una apuesta, que puso en el campo del Azar al querer burlar al Otro (porque al querer engañarlo, al mismo tiempo lo está sosteniendo como lugar en que se asienta el saber y el poder), para salir de la alienación en que lo puso la alternativa: La Bolsa o La Vida.
“De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables” Jacques Lacan
Introducción
Responsable: “Obligado a responder de alguna cosa o por alguna persona”.1
Responsable es aquél de quien es esperable una respuesta. Responsable no es sinónimo de judiciable, aunque en ocasiones también puede serlo.
Lacan afirmó, en una oportunidad, que el loco es el único hombre libre, no porque tenga libertad de elegir, sino porque al no elegir está libre de la responsabilidad de tener que elegir, responsabilidad que nos obliga a todos los que no somos locos a elegir y, por ende, tener que soportar una dimensión de pérdida.
¿Cómo sustentar la responsabilidad del sujeto si no la hacemos en el ideal de libertad y autonomía?
¿Cómo sustentarla si al sujeto lo consideramos determinado?
¿Quién puede ser responsable de un acto, si no está libre de determinación?
El determinismo social nos explicará que si Monzón2 cometió un crimen es porque vino de la miseria y se hizo a “golpes”.
El punto de interés es si la determinación elimina la libertad y, por ende, la responsabilidad. Es decir, el resultado necesario determinado por una combinatoria preexistente ¿borra al sujeto? Si el sujeto lo es del inconsciente, sujeto sujetado ¿está entonces exculpado de la puesta en acto por una especie de obediencia debida a las determinaciones en potencia preexistentes? o dicho de otra manera ¿entonces ya no hay acto posible?
La responsabilidad y el psicoanálisis
Cito al “Padre del psicoanálisis”:
“...Mas el problema de la responsabilidad por el contenido onírico inmoral ya no existe para nosotros, en el sentido que lo aceptaban los autores que nada sabían aún de las ideas latentes y de lo reprimido en nuestra vida psíquica. Desde luego, es preciso asumir la responsabilidad de sus impulsos oníricos malvados. ¿Qué otra cosa podría hacerse con ellos? Si el contenido onírico -correctamente comprendido- no ha sido inspirado por espíritus extraños, entonces no puede ser sino una parte de mi propio ser.
Si pretendo clasificar, de acuerdo con cánones sociales, en buenas y en malas las tendencias que en mí se encuentran, entonces debo asumir la responsabilidad para ambas categorías, y sí, defendiéndome, digo que en cuanto en mí es desconocido, inconsciente y reprimido no pertenece a mi yo, entonces me coloco fuera del terreno psicoanalítico, no acepto sus revelaciones y me expongo a ser refutado por la crítica de mis semejantes, por las perturbaciones de mi conducta y por la confusión de mis sentimientos.
He de experimentar entonces que esto, negado por mí, no sólo “está” en mí, sino que también “actúa” ocasionalmente desde mi interior... Además, ¿de qué me serviría ceder a mi vanidad moral pretendiendo decretar que en cualquier valoración ética de mi persona me estaría permitido desdeñar todo lo malo que hay en el ELLO sin necesidad de responsabilizar al YO por esos contenido? La experiencia demuestra que, no obstante, asumo esa responsabilidad, que de una u otra manera me veo compelido a asumirla...
El narcisismo del hombre debería conformarse con el hecho de que la deformación onírica, los sueños angustiosos y los punitivos representan otras tantas pruebas de su esencia moral, pruebas no menos evidentes que las suministradas por la interpretación onírica en favor de la existencia y la fuerza de su esencia malvada. Quien disconforme con esto quiera ser “mejor” de lo que ha sido creado, intente llegar en la vida más allá de la hipocresía o de la inhibición.
El médico dejará para el jurista la tarea de establecer para los fines sociales una responsabilidad arbitrariamente restringida al YO metapsicológico. Todos sabemos cuán difícil es deducir de esta construcción artificiosa consecuencias prácticas que no violen los sentimientos humanos.”3
Es decir que la cuestión a interrogar no es del orden de lo judiciable, no está en la línea del crimen y el castigo, el pecado y la condena o la virtud y la recompensa. El interés está puesto en la subjetivación de una acción. Si es así, ya no será una acción cualquiera, sino una que recae finalmente sobre el sujeto, poniéndose éste en acto en esa acción, de la que podrá hacerse responsable o acudir a las múltiples estrategias de ocultamiento.
El tema es: la responsabilidad y el sujeto. Responsabilidad es otro nombre del Sujeto. Esta es la cuestión central.
Freud mismo nos da un ejemplo en la lección XVI de Introducción al psicoanálisis: “Psiquiatría y Psicología”.4 Se trata de un acto sintomático, con pacientes que entraban al consultorio dejando la puerta abierta. Este acto banal, para Freud era un acto sintomático pleno de sentido que mereció una severa intervención que los registrara como tal, es decir implicado un sujeto. Así, dice, que nunca deja de hacerle observar con enfado, cualquiera sea la calidad social de la persona, su negligencia y rogarle que la repare. Sostiene que esta acción, en ese contexto, demuestra que el individuo ha perdido todo respeto hacia el médico y Freud justifica su intervención aduciendo que en un tal estado de ánimo llegaría el paciente a dar prueba de una absoluta incorrección, durante la visita, si el médico no tuviera la precaución de imponerse a ellos duramente desde las primeras palabras.
Sigmund Freud, si bien no pretende usurpar las funciones sociales del jurista, descubre que la intencionalidad no puede restringirse a las fronteras del Yo, extendiendo el campo de la responsabilidad mucho más allá de lo que está dispuesto a admitir la psicología del jurista. El psicoanalista vienés no restringe la responsabilidad de lo que se hace y dice, meramente, a ser “consciente de lo que se hace” ni “hacerse cargo de lo que se dice”. Como podemos ver, Freud lejos está de eliminar la libertad y, por ende, la responsabilidad bajo “el manto” del determinismo.
El determinismo histórico niega la responsabilidad y la creatividad humana y con eso la complejidad de las sociedades humanas.
La responsabilidad en la Biblia
Una de las ideas nuevas en la teología de Ezequiel es la de la valoración del individuo como tal en sus relaciones para con Dios. Hasta entonces en la teología profética prevalecía la idea de la solidaridad, de forma que los componentes del pueblo israelita eran considerados más como ciudadanos de una colectividad que como individuos con derechos y deberes propios. Ante todo, los profetas consideran el destino de la nación como tal, porque la alianza del Sinaí ha sido hecha entre Dios y la nación. En ese supuesto, las generaciones son solidarias en sus pecados y en sus méritos.
Ciertamente que en el Deuteronomio se condena el castigo de los hijos por los pecados de sus padres, y viceversa, y Jeremías se hizo eco de esta doctrina, pero es Ezequiel “el campeón y teorizante del individualismo” en la tradición israelita. La catástrofe del 587 había tenido por efecto la pérdida de las ilusiones nacionales, y entonces la conciencia israelita se orientó más a los destinos e intereses del individuo como tal.
Ezequiel se hace eco de este estado psicológico y formula el principio de la retribución individual estricta; los exilados se quejaban de que ellos estaban pagando por los pecados de sus antepasados. Esto parecía injusto, y es el profeta el que anuncia un nuevo estado de cosas: El alma que pecare, ésta morirá, y el hijo no llevará sobre sí la iniquidad del padre, ni el padre la del hijo; la justicia del justo será sobre él, y sobre él será la iniquidad del malvado”.5
“¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?
Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel.
El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.” (Ezequiel 18:2-3 y 20 RVR1960)
Es sustancialmente la doctrina de Jeremías: “En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera.” (Jeremías 31:29-30 RVR1960)
Ezequiel insiste después en la justificación del pecador que se arrepiente de sus pecados y cambia de conducta: “Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su justicia que hizo vivirá. ¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ezequiel 18:22-23 RVR1960)
Esta doctrina está muy por encima de la antigua, basada en la solidaridad. En el nuevo orden de cosas habrá ante todo justicia retributiva para cada individuo. Esta perspectiva, formulada así con toda valentía por Ezequiel, hará que se planteen en crudo la validez de las tesis tradicionales sobre la ecuación entre la virtud y el premio en esta vida.
Este examen del problema en la literatura sapiencial, sobre todo en Job, dará como fruto la formulación clara del principio de la retribución en ultratumba en el libro de la Sabiduría. Ezequiel no ha llegado a estas claridades, pero ha puesto las bases de la retribución individual en las relaciones de Dios con el hombre.
Aplicando lo reflexionado a un relato
Sartre, y en general la filosofía existencial se ha preocupado por la responsabilidad de los actos. En su texto “El muro” plantea esta cuestión.
La narración de “El muro” transcurre en la España de la guerra civil. Un grupo de prisioneros republicanos en manos de la falange es arrojado a un sótano y deberán transcurrir su última noche en espera que al amanecer los lleven hasta el muro y los fusilen. Los personajes son cuatro: tres condenados y un “testigo” que pasará la noche con ellos, el médico belga. El quinto protagonista será convocado en ausencia.
Su posición no es heroica, los personajes se tornan grises y miserables con el transcurso de las horas, el relato es descarnado, el paso del tiempo, el frío, ver el cielo a través de un agujero, preguntarle al médico si se sufrirá mucho, si la muerte será rápida. Finalmente llega una claridad, se acerca el amanecer.
El protagonista resistirá el sueño. Aunque está agotado, no quiere dormir porque desea no perder ni dos horas de vida. Le vendrán a despertar al alba. No quiere morir como las bestias, quiere comprender. Sobre su vida piensa: “Es una maldita mentira”.
Nada valía pues terminaba, no hubiera movido ni el dedo meñique si hubiera podido imaginar que terminaría así. Su vida ya estaba cerrada. Y no quería perder ni dos horas, pero consideraba perdida toda su vida hasta ese momento. Sus ideales anarquistas, hablar en reuniones públicas, querer liberar España, tomar todo eso como si fuera inmortal. Se lo reprocha en el momento de enfrentar la muerte. Ya está contra el muro. Una situación límite con todo inconcluso, todo aún por hacer.
La vida le es ajena. Su cuerpo le es ajeno. Sucio. Sospechoso.
Por fin llega el alba. Y todos salen de escena, queda solo en el sótano.
Se escuchan las detonaciones. Ya empezaron. Pero Ibbieta, el protagonista, debe esperar. Luego lo suben a una habitación, lo interrogan, le piden que denuncie a un líder anarquista, a Ramón Gris. ¿Pero cómo puede un oficial falangista intimidar a alguien que va a morir? Le ofrecen: es su vida por la tuya. Ya está planteado el problema ético.
Denunciar o la Vida (como en La Bolsa o La Vida); pero a Ibbieta ya no le importa salvar a Ramón Gris. La miseria de la noche transcurrida en espera de una terrible y segura muerte le ha hecho desprenderse de casi todos sus ideales. Sólo quiere morir valientemente, aunque su vida haya perdido el sentido que creyó tener. Le dan quince minutos más para pensar. Y pensar pierde al hombre.
Ibbieta sabe algunas cosas. Primero: sabe que la apuesta es fuerte: lo matarán. Sabe también donde está escondido Ramón Gris, en casa de su primo y sabe que somos todos mortales. Lo sabe desde esa noche (sólo desde entonces).
Dice el texto: “Estos tipos adornados con sus látigos y sus botas eran también hombres que iban a morir. Un poco más tarde que yo, pero no mucho más”. La finitud, el límite absoluto, convoca la infinitud. En tiempo cósmico ¿qué son unos años, aún unas décadas, más o menos?
Sus pequeñas actividades merecían burla, parecían locos, porque ellos, los oficiales falangistas, no sabían lo que Ibbieta si sabía: somos todos mortales. Ya había muerto poco antes del alba. Había muerto su amistad por Ramón Gris, su amor por una mujer, su propio deseo de vivir.
Ninguna vida tiene valor. Se “cagaba” en la causa y en España. Pero no iba a hablar, de puro testarudo, para burlarse de ellos. Ellos que todavía se tomaban las cosas en serio, severos, oscuros. Tuvo que contener la risa, porque temía no poder detenerse, y habló...
Sí, Ibbieta habló, para mentir, para engañar, burlar al otro, al tirano, a esos oficiales severos, guardianes de una causa que merecía burla.
“Está escondido en el cementerio”, mintió Ibbieta. Y dijo la verdad. Allí encontraron a Ramón Gris, lo mataron, la ejecución de Ibbieta fue aplazada. Retornó al patio de los prisioneros, esperando una sentencia. Porque la muerte sigue pendiendo sobre su cabeza. Sólo pudo ser aplazada. Después de todo, ya era mortal.
Este es el relato, que termina con el protagonista llorando de risa, o riendo hasta las lágrimas.
La primera exculpación posible para Ibbieta es la ignorancia y el azar. Lo que él sabía es que Gris estaba en casa de su primo. No sabía que había abandonado ese refugio y se hallaba escondido en el cementerio.
Mencionó ese lugar por puro azar frente a los oficiales para burlarse de ellos, y sólo por azar coincidió su declaración con el sitio real donde se hallaba el fugitivo. Es decir que el azar quiso que con su elección de una confesión mentirosa terminara, sin saberlo, diciendo la verdad.
El neurótico obsesivo se queja que no puede producir un acto, que todo lo que le sucede es por y para el Otro. Esta queja lo protege, no de la culpa pues este sentimiento aparece con toda su fuerza ligado a pensamientos que no lo justifica, pero sí de la responsabilidad. Sin embargo, justamente allí donde el neurótico podría declararse no responsable, Freud lo hace responsable de un deseo.
El sujeto se somete al mandato superyoico para liberarse de la culpa. El obsesivo se ejercita en una especie de sometimiento al prójimo. Ibbieta quiso trocar ilusoriamente ese sometimiento (relación de impotencia-omnipotencia), burlándose del falangista aunque aceptara su juego. No es nuestra ética liberarlo de responsabilidad, de lo real de la culpa, alienándolo a esa otra especie del Otro, bajo la forma del Azar o el Destino.
Las determinaciones señalizan recorridos posibles y otros imposibles. En esto el sujeto no tiene otra elección, pero no por eso es menos responsable. Es como el juego de ajedrez, donde mueve uno por turno y las posibilidades de elección del nuevo movimiento se van reduciendo. Cada nueva jugada limita las elecciones posibles.
¿Es por ello menor la libertad del jugador? El sujeto debe jugar su partida aunque tácticamente no convenga. Debe hacer la jugada acorde con el deseo... y someterse a las consecuencias. En este sentido, acotado, Ibbieta, el protagonista de “El Muro”, es responsable, quizás no “culpable”, pero ningún favor le haríamos “desresponsabilizándolo”, es decir: dessubjetivando su acto.
Responsable ¿de qué?: De abrir la boca, aún en la ignorancia. Responsable de haber deseado vivir, de aplazar su condena. Responsable de burlar al Otro, de querer engañarlo aceptando al mismo tiempo sus reglas de juego. Finalmente responsable de una apuesta, que puso en el campo del Azar al querer burlar al Otro (porque al querer engañarlo, al mismo tiempo lo está sosteniendo como lugar en que se asienta el saber y el poder), para salir de la alienación en que lo puso la alternativa: La Bolsa o La Vida.
Referencias
- “Ezequiel”, disponible en mercaba.org/Biblia/Comentada/profetas_ezequiel.html, Fecha de acceso: Marzo de 2014.
- Freud, Sigmund. “Lección XVI: Psiquiatría y Psicología - Lecciones introductorias al psicoanálisis” en Obras Completas de Freud, Vol. 12. 1915/1916. 2273-2281.
- Freud, Sigmund. “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños” en Obras Completas de Freud, Vol. 16. 1925. 2893-2895.
- Freud, Sigmund. “La peritación forense en el caso Halsmann” en Obras Completas de Freud, Vol. 17. 1930. 3072-3073.
- Jinkins, Jorge. “Vergüenza y responsabilidad”. Conjetural, Número 13. (1987): 9-18.
- La Biblia. Versión Reina Valera 1960: RVR1960.
- Sartre, Jean Paul. The wall. Londres: Hesperus Press. 1939.
- Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 1984.↩
- Púgil argentino. Campeón mundial de boxeo. También trabajó en películas de producción nacional. Fue hallado culpable de la muerte de su esposa. Murió en un accidente automovilístico (1943-1995).↩
- Sigmund Freud, “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños” en Obras Completas de Freud, Vol. 16, 1925, 2894-2895.↩
- Sigmund Freud, “Lección XVI: Psiquiatría y Psicología - Lecciones introductorias al psicoanálisis” en Obras Completas de Freud, Vol. 12, 1915/1916, 2275-2276.↩
- “Ezequiel”, disponible en mercaba.org/Biblia/Comentada/profetas_ezequiel.html, Fecha de acceso: Marzo de 2014.↩