domingo, enero 26, 2014

Vol. 3 Res. 1 - El movimiento pentecostal en México: La Iglesia de Dios, 1926-1948

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DE LA LUZ GARCÍA, Deyssy Jael. El movimiento pentecostal en México: La Iglesia de Dios, 1926-1948. México, Letra Ausente y La Editorial Manda, 2010.

Raúl Méndez Yáñez
Comunidad Teológica de México.

Se dice que cuando a Prisca, la hija profeta de Montano, se le excomulgó en el siglo II de la iglesia de Asia Menor por considerarla un lobo vestido de cordero debido a sus frecuentes éxtasis místicos, ella exclamó: “yo no soy lobo. Soy palabra, espíritu y poder”.

Amalgamando elementos identitarios dispares, el sujeto religioso lucha contra la hetero-definición, se resiste a que otras voces narren su propia historia, y presenta armas discursivas para posicionar su representatividad social autonómica. Las identidades religiosas no son meros loci de alteridad, son instancias utópicas. El sujeto religioso no es pasivo, actúa, así dice Moltmann, de acuerdo al principio esperanza que ha vivido en su comunidad de fe y desea ser el agente causante de que aquellos anhelos se cumplan históricamente. Ya sea que guarde perenne silencio como voto penitente, o que tome las armas y luche contra los regímenes totalitarios, quien tiene esperanza se encuentra constante y deliberadamente atrayendo un Reino o un mundo mejor a la realidad histórica. Claro, los resultados de la movilización del principio esperanza de las comunidades de fe pueden ser tanto conservadores como contestatarios, oficialistas o revolucionarios, pero como menciona Anthony Giddens, una cosa es el motivo de la acción y otros sus resultados; puede reafirmarse entonces, que, independientemente de los resultados de sus acciones, el sujeto religioso, y sus comunidades, no son pasivos.

El movimiento pentecostal en México, demuestra la forma en la cual un movimiento místico, ascético y milenarista, el de la Iglesia de Dios, logra gestionar su representatividad cultural, social y política en los contornos del Estado-nación mexicano de la primera parte del siglo veinte. Esto mediante la reconstrucción de la narratividad diacrónica de la comunidad de fe, su memoria, valores compartidos, grandes relatos y momentos fundacionales. La Iglesia de Dios, movimiento derivado de las Asambleas de Dios, es poseedora de un amplio bagaje histórico y cultural dentro del campo religioso mexicano. La investigación realizada por Deyssy Jael demuestra la forma en la cual las minorías religiosas, con ese acento experiencial y somático que distingue al pentecostalismo, tienden a posicionarse públicamente y apropiarse de diversos espacios nacionales mediante la adquisición y circulación de capitales culturales y políticos que le dan a su fe garantía de ejecución y una identidad colectiva que se esfuerzan por autonomizar de los estereotipos o simulacros sociales.

Si bien el texto se encuentra orientado por los principios de la investigación histórica y archivística, El movimiento pentecostal en México incluye en su metodología un cariz etnográfico que le permite a la autora vincular sus hallazgos y registros históricos con la práctica contemporánea de la creencia pentecostal de la iglesia a la que apasionadamente dedica sus esfuerzos.

Victor Turner, en su célebre ensayo sobre el performance, con un tanto de ironía inglesa, recordaba cómo el paradigma de la modernidad departamentalizada miraba con sospecha de “impureza ritual” a cualquier intento de interdisciplinariedad, pues recordando a su colega de Oxford, Mary Douglas, se daba cuenta de que dichos intentos transgredían fronteras bien delimitadas más que científica, gremialmente. Una virtud complaciente del trabajo de Deyssy Jael es que el contacto con él nos contagia e inserta en un campo de investigación que transgrede fronteras no sólo metodológicas sino también teóricas: sí, es un trabajo “impuro”. Esto puede notarse con particular interés en el capítulo 2 donde la autora realiza una sabrosa digresión y repara mientes no sobre la forma de la creencia y su objetivación ritual o política, sino que antes de llegar a ella realiza un esfuerzo por dejar en claro la genealogía teológica del pentecostalismo. A pesar de confesarse como no teóloga, este capítulo, escrito con sensibilidad doctrinal, permite atisbar la lógica discursiva de la creencia pentecostal. Sirva este capítulo, que funge como mediador epistemológico en el libro, para provocar la reflexión a la necesidad de articular la investigación teológica con el resto de las pesquisas sobre el fenómeno religioso en México.

El pentecostalismo, como es sabido, se caracteriza por ser un movimiento religioso militante. Esto resulta evidente al atender a las letras de sus cantos donde palabras como “misión”, “guerra”, “victoria”, “lucha”, etc., son recurrentes. Militante también durante la fervorosa evangelización, más que en Campañas masivas estilo Billy Graham, en la evangelización a fondo, de cambaceo, casa por casa, en la calle, en el parque. Y si bien ya muchos autores habían llamado la atención a que el pentecostalismo también es militante en cuanto a sus gestiones políticas, el trabajo aquí presentado muestra pormenorizadamente la forma mediante la cual David Genaro Ruesga, principal líder de la Iglesia de Dios durante más de tres décadas, logró articular, gestionar y colocar en la arena pública el reconocimiento jurídico, social y cultural de su iglesia.

Con todo y dedicar la mayoría de las páginas a la figura de Ruesga, el libro no se convierte en una hagiografía – ¡y vaya que había material para hacerlo!- sino que tejiendo argumentaciones atentas a los vaivenes políticos y sociales de México durante las décadas de los veinte a los cuarenta, puede apreciarse cómo este líder carismático (en sentido religioso y político) incorporó a su liderazgo de cuidado pastoral la astucia y capacidad de agencia política para negociar dentro de los canales burocráticos nacionales y lograr amparar, durante las legislaciones vigentes, sus intereses eclesiásticos frente a sus enemigos extranjeros y nacionales, católicos e incluso pentecostales. Semejante a la utilización que el protestantismo histórico decimonónico realizó del liberalismo, el pentecostalismo de Ruesga supo articular su doctrina con el nacionalismo revolucionario.

El libro de Deyssy Jael es un fecundo ejercicio histórico que nos permite entender los procesos translocales del pentecostalismo mexicano y su carácter interclasista en un contexto de urbanización y racionalización nacional, de cuestionamientos a los alcances de la laicidad federal por parte de los cristeros y de un periodo de desconcierto religioso donde los pentecostales eran una amenaza a la cultura católica y a la membrecía de las iglesias del protestantismo histórico. Es de reconocer la forma en la cual la investigación es capaz de mostrar cómo este contexto fue el que vio nacer los frutos de una siembra utópica, de descorporativización de la creencia y de resemantización del cuerpo y sus terrenas emociones, siembra realizada sí en la calle Azuza pero preparada en barbecho desde los primeros siglos del cristianismo cuando Prisca, aquella profetiza, articuló lingüísticamente los pilares simbólicos comunes al pentecostalismo global con los cuales busca, hoy en día, un autodefinición de su identidad y una autonomía de su práctica religiosa: el posicionamiento público de su voz, la libertad de práctica religiosa y la adquisición de autogestión religiosa. O bien como la misma Prisca lo dijo literal y proféticamente: palabra, espíritu y poder.

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(*) Esta reseña se presentó originalmente en el XIII Encuentro de la Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México, celebrado en la ciudad de Monterrey, México en 2010.