jueves, mayo 30, 2013

Del “Homo Economicus” al “Homo Espiritualis”

Gustavo Daniel Romero

Desde que se tiene registro en la historia de la humanidad, la faceta espiritual ha cumplido un papel significativo en la evolución del ser humano, en diversas épocas y distintas culturas.

Con el desarrollo de la doctrina económica a partir de la primera revolución industrial, la doctrina neoclásica1 supuso en sus postulados la existencia de un ser humano al que se denominó “homo economicus” cuyo comportamiento era el de una persona absolutamente “racional”, entendiendo por tal a una conducta que se ajusta a sus intereses y la maximización de sus beneficios, dada la información de la que dispone en el momento de tomar una decisión.

Ahora bien, el sistema deliberativo del individuo comparte la regulación de la conducta humana con el sistema afectivo, por lo que las conductas totalmente racionales, derivadas del primero, no siempre las encontramos en la realidad.

Para ilustrar ello te invito a adentrarnos en otro experimento en donde veremos cómo los sujetos deciden frente a una situación concreta (el “software”). Luego analizaremos qué partes del cerebro se activan ante el dilema a resolver (el “hardware”).

Por ser un clásico vamos a analizar el “dilema del tren”: un tren avanza a gran velocidad hacia un lugar donde se encuentran cinco personas trabajando en la vía. El sujeto del experimento debe decidir si permite que el tren arrolle a los cinco individuos o arrojar a las vías a una persona que se encuentra a su lado, para frenar el tren e impedir que éste atropelle a las cinco.

La respuesta esperable para el eficiente “homo economicus” es aquella en que se pierde la menor cantidad de vidas. En este caso, una vida frente a cinco. Sin embargo, lo notable es que la mayoría de los decisores desestiman rápidamente la opción de empujar a su vecino a las vías.

¿Qué sucede en el “hardware”, que son las bases cerebrales implícitas en las conductas evidenciadas?: Cuando existe la posibilidad de ocasionar un daño directo a otra persona, se activa intensamente la amígdala cerebral (área implicada en el procesamiento de las emociones). Esto demuestra palpablemente que la toma de decisiones entraña un componente emocional, que se evidencia en este caso en la rapidez y automaticidad de la respuesta.

Por otra parte se activa la corteza orbitofrontal, OFC -que contribuye a las respuestas emocionales sólo en el marco de una evaluación consciente particular-, la corteza pre-frontal ventromedial, PFVMC -que se activa cuando aparecen los sentimientos de compasión y otras emociones sociales- y se disparan los sistemas de recompensa.

Este marco emocional es el que genera una pronta respuesta, refleja, que facilita la decisión cuando la premura es un factor fundamental.

Luego al voluntario se le presenta un segundo dilema consistente en la posibilidad de impedir que el tren atropelle a las cinco personas citadas desviándolo, hacia una vía en que se encuentra un solo individuo. Adivina que: La mayoría desvía el tren (esta vez tomándose un par de segundos más para decidirlo), optando por salvar a las cinco a costa de una, como lo haría el “homo economicus”.

¿Qué sucede en esta segunda alternativa en el “hardware”. Se activa la corteza pre-frontal lateral, LPFC, que ayuda a superar la barrera emocional. Esta área lleva a cabo funciones relacionadas con la atención, la memoria y la planificación.

Pero ¿cuál es la diferencia entre los dos dilemas? A ojos vistas, el segundo es más impersonal que el primero. Hay una aversión natural y universal del ser humano a dañar a otros –recordemos la “regla de oro” -no hagas a los demás lo que no querrías que te hagan a ti-. El aspecto racional, menos impulsivo, interviene cuando hay que deliberar y computar consecuencias.

En el primer caso, los voluntarios evitaron ocasionar daños intencionales a otro aunque ese perjuicio podía llegar a dar lugar a un bien mayor. Sin embargo, en el segundo dilema, admitieron el generar un daño cuando se trataba de un efecto colateral al tratar de causar un bien.

Estos experimentos también prueban que el juicio ético correspondiente a la inteligencia espiritual, es una propiedad innata de la mente. Es espontánea y resultado del funcionamiento conjunto de los procesos emocionales e intelectuales.

Como expresa el famoso autor de Las Crónicas de Narnia, C.S. Lewis en Mero Cristianismo, “si no creemos en un comportamiento decente ¿por qué íbamos a estar tan ansiosos de excusarnos por no habernos comportado decentemente? La verdad es que creemos tanto en la decencia – tanto sentimos la ley de la naturaleza presionando sobre nosotros- que no podemos soportar enfrentarnos con el hecho de transgredirla y en consecuencia intentamos evadir la responsabilidad… Los seres humanos del mundo entero tienen esta curiosa idea de que deberían comportarse de una cierta manera y no pueden librarse de ella…”.2

Por el contrario, el discurso racional, en este caso, ocupa un lugar secundario. Es El discernimiento espiritual es “a priori”; la justificación del mismo se da “a posteriori”.

Los sistemas cognitivos y emocionales están inextricablemente ligados en la inteligencia espiritual, por lo que ésta va mucho más allá de lo meramente biológico.

El ser humano es “homo economicus”, sí, pero sobre todo es “homo espiritualis”. Hay experimentos que muestran que los humanos nos movemos por ideales y convicciones, aún con costos personales, esto es con actitudes altruistas, más allá de las recompensas o castigos que tal comportamiento puede acarrear.

Lo expuesto implica que el modelo neoclásico en economía deba ser debatido en sus fundamentos a fin de construir una teoría más adecuada y que se ajuste más a la realidad, es decir, cuestionar los presupuestos antropológicos sobre los que se asienta la teoría económica neoclásica.

Las conductas humanas son mucho más complejas que las reduccionistas del “homo economicus”. Esto significa que se hace necesario rediseñar los sistemas e instituciones económicas desde una racionalidad económica no meramente individualista y auto-interesada, apoyándonos en el concepto de inteligencia espiritual.

Teoría de los juegos

La teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones en estructuras formalizadas de incentivos (los llamados “juegos”) y llevar a cabo procesos de decisión. Sus investigadores estudian las estrategias óptimas así como el comportamiento previsto y observado de individuos en juegos.

Desarrollada en sus comienzos como una herramienta para entender el comportamiento de la economía, la teoría de juegos se usa actualmente en muchos campos, como en la biología, sociología, psicología y filosofía.

En este tema también nos va a ser de gran ayuda pues veremos que los comportamientos que el “homo economicus” considera “racionales”, no siempre son los más beneficiosos para los participantes del juego dentro de un marco competitivo como es el mercado.

Los estudios que han aplicado la teoría de los juegos, como ya hemos visto, han mostrado que en los sujetos también hay actitudes de equidad, justicia, reciprocidad, y confianza, propias de una inteligencia espiritual desarrollada.

Veamos la siguiente situación: dos personas se encuentran e intercambian bolsas cerradas, en el entendimiento de que una de ellas contiene dinero y la otra contiene un objeto que está siendo comprado con ese importe. Cada jugador puede elegir seguir el acuerdo colocando en su bolsa lo acordado, o puede engañar ofreciendo una bolsa vacía.

¿Qué haría el “homo economicus”? Veamos las opciones: Si yo soy el comprador puedo poner el dinero o no. En ambos casos pueden suceder dos cosas: que el otro me engañe o no.

Si ambos llenamos la bolsa con lo acordado, los dos salimos ganando, pero ¿qué garantía tengo de que eso sucederá?


Si yo pongo el dinero y el otro me engaña, pierdo.
Si no pongo el dinero y el otro no me engaña es lo mejor que me puede pasar.
Si no pongo el dinero y el otro me engaña, mala suerte, pero, al menos no perdí nada.


Por lo tanto, convendrás conmigo que lo mejor que podemos hacer es entregar las bolsas vacías. Y, sin embargo, en este juego de permuta el engaño no es la mejor elección, pues si los dos anteponemos nuestro egoísmo al bien común nunca seremos capaces de efectuar un intercambio, ya que los dos siempre entregaremos la bolsa vacía. ¡Asombroso! ¿Verdad?

Si se razona desde la perspectiva del interés óptimo del grupo (las dos personas), el mejor resultado sería que ambas cooperasen.

La paradoja de todo lo anterior es que para lograr el beneficio individual es menester respetar el bien común. El egoísmo finalmente desemboca en la auto-destrucción de la humanidad. El desarrollo de la inteligencia espiritual resulta lo más adecuado.

Quizá objetarás que este modelo no es lo que sucede comúnmente, sin embargo, existen, de hecho, muchos ejemplos de interacciones humanas en las que se obtiene la misma matriz de intercambio.

Es más, lo sorprendente es que los experimentos muestran que con mínimas comunicaciones entre sujetos, ¡las cooperaciones se incrementan en torno al 45%! Y también resulta asombroso que, en aquellos casos donde, por la naturaleza misma del juego, la respuesta final esperada no es la cooperación, (como el caso del intercambio de bolsas), la gente la elige cuando se les da esa posibilidad, generándose vínculos y confiando en el otro.

Todo ello muestra que los seres humanos tenemos una tendencia propia de la inteligencia espiritual, que es a “reciprocar”, es decir, a aplicar el principio de fraternidad en asuntos económicos.

Y no sólo eso. Existe en el ser humano como evidencia del sentido de justicia propio de su inteligencia espiritual, la tendencia a sancionar a quienes no reciproquen o no respeten las normas del juego.

Es así que se agregó a estos juegos típicos la posibilidad de penalizar al participante que traicionase la confianza.

Si te fijás bien, desde el punto de vista del “homo economicus” que procura la eficiencia, no tiene sentido sancionar al otro pues ello no mejora la situación del defraudado –es más, en algunas versiones del estudio se le hacía pagar al traicionado para ejercer la potestad de sancionar al defraudador-. Y como el juego no se repite, tampoco tendría sentido penalizar al otro como un aviso para que en la próxima ocasión no abuse de la confianza.

Podemos entonces pensar que el ser humano es social por naturaleza y su inteligencia espiritual lo lleva a alcanzar altos grados de cooperación, lo que le ha permitido muchos logros y hazañas como la de llegar a la Luna. En este contexto, sancionar al otro aún con un costo personal sería una actitud altruista para que no vuelva a cometer la misma injusticia con otros.

En última instancia, el “homo economicus” pueda que provea eficiencia, mientras que el “homo espiritualis”, un concepto mucho más abarcador y derivado de la inteligencia espiritual, responde más apropiadamente a la naturaleza humana y resulta mucho más eficaz para el beneficio de la humanidad toda.

Referencias

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  1. El término “doctrina o teoría neoclásica” generalmente se emplea en dos acepciones: para referirse a los desarrollos en el pensamiento económico entre 1870 y 1920 (a partir del análisis marginalista) y,más o menos críticamente, a lo que se considera el pensamiento económico ortodoxo o dominante (mainstream) en la actualidad.
  2. C.S. Lewis, Mero cristianismo, España: Rialp S.A., 1995, p.25.