Publicado en el canal divulgativo: Naturaleza y Trascendencia | Citación
Construir puentes "inter-teológicos" en el espíritu navideño
Manuel David Morales
Desde ya un par de años que nuestra revista, Razón y Pensamiento Cristiano, ha intentado generar un espacio de diálogo entre diferentes perspectivas sobre la fe religiosa. Y la celebración de la Navidad, a la par de constituir una importante festividad para el mundo cristiano, creo que nos proporciona un importante punto de diálogo entre dos visiones que hoy existen en torno a la persona de Jesucristo.
De acuerdo a la tradición cristiana, en consistencia con lo relatado en el pasaje de Filipenses 2:6-7, “[...] siendo en forma de Dios, [Jesucristo] no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. Este hecho religioso constituye la esencia de la teología kenótica, la cual ve en el nacimiento de Jesucristo uno de los signos supremos del amor de Dios hacia la humanidad, al “autovaciarse” voluntariamente así mismo, entrar al espacio y al tiempo, y así tomar la forma de un hombre como todos los demás.1 Con mucha razón J. S. Bach musicalizaba en el primer movimiento de su cantata BWV 110:
Sin embargo, una de las paradojas más grandes de la teología cristiana, es que al mismo tiempo de hacerse hombre, Jesucristo no dejó de ser Dios, el mismo Logos presente en el mundo. Esto es algo que se puntualiza claramente en Juan 1:1-2 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Esto lo reitera el apóstol Pablo en Colosenses 1:15-20, mostrando a Jesús como “la imagen del Dios invisible”, “primogénito de toda creación”, “en quien y para quien fueron creadas todas las cosas”. Todos estos pasajes apuntan a una verdadera cristología cósmica, que en efecto, y tal como señalara Pierre Teilhard de Chardin, Jesucristo puede identificarse como la influencia física y suprema sobre toda la realidad cósmica, el alma elegida para animar el Universo3. Así entonces, desde el mismo instante en que el niño nace en el pesebre, todo la creación se reconfigura en función de Él, como término universal y punto omega de todos los procesos del mundo.
¿Cómo es que aquel niño, nacido en Belén, es ser humano y Dios al mismo tiempo? No cabe duda que ésta es una pregunta muy difícil de responder, la que sin embargo ha generado muy interesantes discusiones. Por ejemplo, dentro del contexto de la teología metafórica a la luz de las ciencias naturales, el llamado “principio de complementariedad” -formulado por Niels Bohr con el fin de hacer justicia a la naturaleza de la luz, que necesitaba ser descrita tanto por un modelo de onda como por un modelo de partícula- se ha presentado como una interesante herramienta metacientífica, que aplicada a la Cristología, nos ayudaría a entender de mejor manera la naturaleza humana y divina de Jesucristo4. Esto es algo complejo que dejaré abierto para futuros escritos. Sin embargo, en lo que sí hago énfasis, es que desde nuestro contexto teológico latinoamericano -y protestante, el cual creo representar-, esta interrogante ha suscitado cosmovisiones por lo general vistas como contradictorias.
Haciendo una mirada muy general, es posible apreciar dos líneas de pensamiento5. La primera es la de una teología espiritual y bibliocéntrica, que realzando el carácter divino de Jesucristo, nos presenta un Cristianismo anclado a una realidad más allá de la cotidiana nuestra, ajena a este mundo caído por el pecado, y con el objetivo central de que el hombre tenga una epifanía, un encuentro personal con el Dios revelado en las Escrituras. La segunda es la de una teología práctica de corte liberacionista, que realzando el carácter histórico de Jesucristo, nos presenta el Cristianismo como proyecto esencialmente social, en el que su escatología se identifica con diversos ideales morales, universales, como el amor al prójimo, la justicia social, la igualdad y no discriminación, entre otros. En lo personal -y quizás a muchos otros cristianos-, ninguna de estas líneas de pensamiento me satisfacen por completo, ya que considero se quedan con una perspectiva unilateral y parcial. Aunque, por supuesto, es importante reconocer que cada una de estas dos visiones contiene importantes elementos que como cristianos deberíamos considerar muy en serio.
La pregunta central que debemos considerar es la siguiente: ¿Es posible que la Navidad, como una invitación a regocijarnos en la venida de Jesucristo al mundo, nos permita generar puntos de encuentro entre ambas líneas opuestas de pensamiento? Yo pienso que sí. Y la razón fundamental de esto creo no descansa en ningún tipo de razonamiento filosófico o teológico complicado, sino simplemente en el hecho de que la conmemoración de este evento nos invita a reconocer que el corazón de nuestras convicciones descansa en la persona misma de Jesucristo. En este sentido, ésta es la explicación de por qué tanto el cristiano “conservador”, celoso de la tradición, como el cristiano “progresista”, crítico de la ortodoxia, en efecto se identifican a sí mismos como cristianos.
Es necesario que hoy hagamos justicia a la doble naturaleza de Jesucristo, y al significado profundo de la Navidad. Aquel niño que nació en Belén fue una criatura humilde no más que la gente pobre y necesitada de nuestros días. Debemos ver el rostro del Señor en el que sufre aflicciones en esta vida, y aspirar a los grandes valores universales que sin duda se condicen con la voluntad del Creador. Pero al mismo tiempo, debemos reconocer en aquel niño a Dios mismo encarnado, como centro de todo lo que existe, y en quién los cristianos ponemos nuestra esperanza última. Desde el punto de vista teológico, lo realmente interesante es que la relación paradójica que se da entre la humanidad y divinidad de Jesucristo, se transfiere a la que existe entre teologías liberacionistas y conservadoras, respectivamente.
A la luz de lo anterior, y en coherencia con el espíritu navideño -que dicho sea de paso, como cristianos no deberíamos reducirlo exclusivamente al 25 de Diciembre-, pienso que la teología en América Latina debe reconocer que uno de sus objetivos esenciales hoy es comprender de mejor manera dicha relación, generando puentes inter-teológicos. Y por supuesto, que dichos puentes constituyan verdaderos puntos de encuentro, que vayan más allá de los acalorados debates sobre las diferencias que a estas alturas ya muchos cristianos conocemos.
Algunos podrían acusarme de conciliador... ¡y quizás tengan razón! Sin embargo, yo precisaría esto con una simple pregunta ¿Acaso este sentir no está en coherencia con uno de los significados profundos de la Navidad, que incluso, personas no creyentes celebran para estas fechas: compartir en paz y armonía unos con otros? No en vano, en Lucas 2:14 se declara:
Cantata BWV 110 “Unser Mund sei voll Lachens”, de Johann Sebastian BachVersión de Nikolaus Harnoncourt, el Tölzer Knabenchor y el Concentus Musicus Wien.
Citación (ISO 690:2010): MORALES, Manuel David. Construir puentes "inter-teológicos" en el espíritu navideño [en línea]. Nat. y Tras. (Rev. RYPC), 25 diciembre 2012. <http://www.revista-rypc.org/2012/12/construir-puentes-inter-teologicos-en.html> [consulta: ].↑
Construir puentes "inter-teológicos" en el espíritu navideño
Across the River from the Capital, William Kurelek. Fuente: Artway.eu |
Desde ya un par de años que nuestra revista, Razón y Pensamiento Cristiano, ha intentado generar un espacio de diálogo entre diferentes perspectivas sobre la fe religiosa. Y la celebración de la Navidad, a la par de constituir una importante festividad para el mundo cristiano, creo que nos proporciona un importante punto de diálogo entre dos visiones que hoy existen en torno a la persona de Jesucristo.
De acuerdo a la tradición cristiana, en consistencia con lo relatado en el pasaje de Filipenses 2:6-7, “[...] siendo en forma de Dios, [Jesucristo] no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. Este hecho religioso constituye la esencia de la teología kenótica, la cual ve en el nacimiento de Jesucristo uno de los signos supremos del amor de Dios hacia la humanidad, al “autovaciarse” voluntariamente así mismo, entrar al espacio y al tiempo, y así tomar la forma de un hombre como todos los demás.1 Con mucha razón J. S. Bach musicalizaba en el primer movimiento de su cantata BWV 110:
Que nuestra boca se llene de risas y nuestra lengua de alabanzas.
Porque el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros.2
Porque el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros.2
Sin embargo, una de las paradojas más grandes de la teología cristiana, es que al mismo tiempo de hacerse hombre, Jesucristo no dejó de ser Dios, el mismo Logos presente en el mundo. Esto es algo que se puntualiza claramente en Juan 1:1-2 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Esto lo reitera el apóstol Pablo en Colosenses 1:15-20, mostrando a Jesús como “la imagen del Dios invisible”, “primogénito de toda creación”, “en quien y para quien fueron creadas todas las cosas”. Todos estos pasajes apuntan a una verdadera cristología cósmica, que en efecto, y tal como señalara Pierre Teilhard de Chardin, Jesucristo puede identificarse como la influencia física y suprema sobre toda la realidad cósmica, el alma elegida para animar el Universo3. Así entonces, desde el mismo instante en que el niño nace en el pesebre, todo la creación se reconfigura en función de Él, como término universal y punto omega de todos los procesos del mundo.
¿Cómo es que aquel niño, nacido en Belén, es ser humano y Dios al mismo tiempo? No cabe duda que ésta es una pregunta muy difícil de responder, la que sin embargo ha generado muy interesantes discusiones. Por ejemplo, dentro del contexto de la teología metafórica a la luz de las ciencias naturales, el llamado “principio de complementariedad” -formulado por Niels Bohr con el fin de hacer justicia a la naturaleza de la luz, que necesitaba ser descrita tanto por un modelo de onda como por un modelo de partícula- se ha presentado como una interesante herramienta metacientífica, que aplicada a la Cristología, nos ayudaría a entender de mejor manera la naturaleza humana y divina de Jesucristo4. Esto es algo complejo que dejaré abierto para futuros escritos. Sin embargo, en lo que sí hago énfasis, es que desde nuestro contexto teológico latinoamericano -y protestante, el cual creo representar-, esta interrogante ha suscitado cosmovisiones por lo general vistas como contradictorias.
Haciendo una mirada muy general, es posible apreciar dos líneas de pensamiento5. La primera es la de una teología espiritual y bibliocéntrica, que realzando el carácter divino de Jesucristo, nos presenta un Cristianismo anclado a una realidad más allá de la cotidiana nuestra, ajena a este mundo caído por el pecado, y con el objetivo central de que el hombre tenga una epifanía, un encuentro personal con el Dios revelado en las Escrituras. La segunda es la de una teología práctica de corte liberacionista, que realzando el carácter histórico de Jesucristo, nos presenta el Cristianismo como proyecto esencialmente social, en el que su escatología se identifica con diversos ideales morales, universales, como el amor al prójimo, la justicia social, la igualdad y no discriminación, entre otros. En lo personal -y quizás a muchos otros cristianos-, ninguna de estas líneas de pensamiento me satisfacen por completo, ya que considero se quedan con una perspectiva unilateral y parcial. Aunque, por supuesto, es importante reconocer que cada una de estas dos visiones contiene importantes elementos que como cristianos deberíamos considerar muy en serio.
La pregunta central que debemos considerar es la siguiente: ¿Es posible que la Navidad, como una invitación a regocijarnos en la venida de Jesucristo al mundo, nos permita generar puntos de encuentro entre ambas líneas opuestas de pensamiento? Yo pienso que sí. Y la razón fundamental de esto creo no descansa en ningún tipo de razonamiento filosófico o teológico complicado, sino simplemente en el hecho de que la conmemoración de este evento nos invita a reconocer que el corazón de nuestras convicciones descansa en la persona misma de Jesucristo. En este sentido, ésta es la explicación de por qué tanto el cristiano “conservador”, celoso de la tradición, como el cristiano “progresista”, crítico de la ortodoxia, en efecto se identifican a sí mismos como cristianos.
Es necesario que hoy hagamos justicia a la doble naturaleza de Jesucristo, y al significado profundo de la Navidad. Aquel niño que nació en Belén fue una criatura humilde no más que la gente pobre y necesitada de nuestros días. Debemos ver el rostro del Señor en el que sufre aflicciones en esta vida, y aspirar a los grandes valores universales que sin duda se condicen con la voluntad del Creador. Pero al mismo tiempo, debemos reconocer en aquel niño a Dios mismo encarnado, como centro de todo lo que existe, y en quién los cristianos ponemos nuestra esperanza última. Desde el punto de vista teológico, lo realmente interesante es que la relación paradójica que se da entre la humanidad y divinidad de Jesucristo, se transfiere a la que existe entre teologías liberacionistas y conservadoras, respectivamente.
A la luz de lo anterior, y en coherencia con el espíritu navideño -que dicho sea de paso, como cristianos no deberíamos reducirlo exclusivamente al 25 de Diciembre-, pienso que la teología en América Latina debe reconocer que uno de sus objetivos esenciales hoy es comprender de mejor manera dicha relación, generando puentes inter-teológicos. Y por supuesto, que dichos puentes constituyan verdaderos puntos de encuentro, que vayan más allá de los acalorados debates sobre las diferencias que a estas alturas ya muchos cristianos conocemos.
Algunos podrían acusarme de conciliador... ¡y quizás tengan razón! Sin embargo, yo precisaría esto con una simple pregunta ¿Acaso este sentir no está en coherencia con uno de los significados profundos de la Navidad, que incluso, personas no creyentes celebran para estas fechas: compartir en paz y armonía unos con otros? No en vano, en Lucas 2:14 se declara:
¡Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Cantata BWV 110 “Unser Mund sei voll Lachens”, de Johann Sebastian Bach
- Muy recientemente este concepto también se ha aplicado a las teologías cristianas de la creación. En concreto, considerando la creación del mundo como un acto esencialmente kenótico, Dios voluntariamente se auto-limita por amor a sus criaturas, por lo que se ve afectado también por los procesos naturales del mundo. Ver por ejemplo: POLKINGHORNE, John (ed.). La obra del amor. La creación como kénosis. Navarra, Editorial Verbo Divino, 2001↩
- Traducido del texto en alemán: “Unser Mund sei voll Lachens und unsre Zunge voll Rühmens. Denn der Herr hat Großes an uns getan.”↩
- DE CHARDIN, Pierre Teilhard. El Cristo universal (1924). Citado por GARCÍA-DONCEL, Manuel. El diálogo teología-ciencias, hoy: Perspectivas Científica y Teológica. España, Cuaderno 40 del ITF, Fund. Lluís Espinal, 2003.↩
- LODER, James E. and NEIDHARDT, Jim. Barth, Bohr, and Dialectic. En: RICHARDSON, Mark W. y WILDMAN Wesley J. (Eds.). Religion and Science: History, Method, Dialogue. New York / London, Routledge, 1996.↩
- A través de una brevísima entrevista, el teólogo Hans de Wit reconoce que uno de las problemáticas esenciales en teología es ver la manera de generar diálogo entre estas escuelas. Vídeo disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=RumpA5jCQK4.↩
Citación (ISO 690:2010): MORALES, Manuel David. Construir puentes "inter-teológicos" en el espíritu navideño [en línea]. Nat. y Tras. (Rev. RYPC), 25 diciembre 2012. <http://www.revista-rypc.org/2012/12/construir-puentes-inter-teologicos-en.html> [consulta: ].↑