Pablo Morales Arias
A decir de algunos investigadores uno de los principales postulados de la Ilustración fue la tolerancia. En un análisis sobre el desarrollo del pensamiento sociológico del siglo XVIII Bierstedt enumera lo que podría considerarse una lista de virtudes tenidas por tales por los philosophes de la Ilustración: “el escepticismo, el racionalismo, el naturalismo, el humanismo, la tolerancia y la libertad de pensamiento” (Biersted 2001: 20).
Este particular aprecio por la tolerancia, de hecho, no es nuevo en los tiempos de la ilustración, aunque pretende ser defendido como nunca antes. Ya en 1689 (con un siglo de anterioridad) John Locke había escrito su Carta sobre la tolerancia, uno de los más importantes tratados sobre el tema. Entre otras cosas el llamado de atención de Locke es a una separación de la Iglesia y el Estado en bien de ambas pues el uso de la violencia por parte de la Iglesia para defender cuestiones de fe no es propio de la fe que profesan dichas iglesias. Dice Locke:
Más adelante añade con sutil ironía:
El tema de la tolerancia acompaña pues por largo periplo a la sociedad occidental. Sin embargo, para los tiempos de la ilustración francesa, al parecer la tolerancia no es considerada como un bien en sí mismo sino como un bien que debe favorecer a los philosophes, es decir, a los ilustrados en su lucha contra la iglesia. De hecho, Robert Nisbet dice, respecto del siglo XVIII que este se caracteriza por “un implacable ataque contra el cristianismo y que en realidad ese fue el único significado de la ilustración francesa” (Biersted 2001: 20).
La ilustración cumple con el proyecto de separación entre la Iglesia y el Estado, como era el anhelo de Locke, pero en beneficio del Estado, como era el deseo de los philophes. A decir de Tocqueville, la democracia que se está fraguando en Francia, “con su hincapié sobre la igualdad y la liberación de la autoridad tradicional, y su sentido de centralización y unificación nacional, es solo la consecuencia lógica e inevitable de fuerzas que habían comenzado a actuar varios siglos antes [en tiempos de Luis XIV]; su origen fue la centralización monárquica, que había reducido la diversidad medieval y el localismo a favor de crecientes agregados nacionales, basados sobre un poder administrativo central” (Citado por Nisbet 2003:163). De todos modos, lejos de nosotros el apelar a una nueva relación entre la Iglesia y el Estado.
En nuestra sociedad occidental paulatinamente la tolerancia se va constituyendo en “la forma de conducta cada vez más importante para la convivencia mundial” (Hillmann 2001; 981). Esto ha permitido el respeto de las diferencias culturales y religiosas por parte de occidente. Además, se apela a la aceptación de los distintos constructos legales y normativos por ser propios de los múltiples procesos de modernización que desarrolla cada pueblo. No existe, se dice, un único proceso de modernización. De hecho, diría Bolívar Echeverría, existen al menos cuatro tipos ideales o ethos históricos1 que desenvuelven posibles formas de afrontar al capitalismo y de llegar a lo moderno de manera independiente de la modernidad occidental o -en términos de Echeverría- del ethos realista.
No sólo que se busca el respeto y la tolerancia de los distintos caminos para llegar a la modernidad sino que se anula cualquier posibilidad de cuestionar o denunciar otros modelos culturales y todo ello en nombre de la tolerancia.
A manera de ejemplo podemos ver la manera en que se contraponen la justicia occidental moderna con la justicia comunitaria indígena. La primera entendida como imperialista e intromisiva, carente de resultados y destructora del ethos indígena. La segunda considerada como respetuosa de las cosmovisiones indígenas, resocializadora y más cercana al pueblo. Lo cierto es que a medida que vemos los resultados de este modelo de justicia descubrimos que
Por más transparente que sea una sociedad, dice H. Mansilla, los abusos de poder son un peligro latente. El autoritarismo es una posibilidad no descartable. Los vínculos juegan con mayor fuerza en el dictamen que se dé.
Por todo esto, dice H. Mansilla “No debemos aceptar los teoremas doctrinales tan expandidos en el Tercer Mundo y legitimados por el relativismo axiológico, que partiendo de la diversidad de culturas y de la presunta incomparabilidad de las mismas, declara como imposible (desde el punto de vista teórico) e imperialista (desde la perspectiva política) la vigencia de los derechos humanos universales” (Mansilla, 125).
La tolerancia entendida desde esta perspectiva es una especie de laissez faire cultural que anula cualquier posibilidad de cuestionamiento a lo otro y desde lo otro. Cada uno es libre de vivir como quiera siempre que no cuestione la manera de vivir del otro. Iniciar un proceso de cuestionamiento sería visto como imperialista. La tolerancia deja de ser fruto de un diálogo respetuoso y cuestionador mutuo.
En este punto, la tolerancia se convierte en represiva. Según Herbert Marcuse, en el instante en que los diversos pensamientos y culturas conviven unos con otros y todos sujetos a un sistema político que los inmuniza y los hace inofensivos estamos en presencia de una tolerancia represiva (Cf. Hillmann 2001:981). Cada ethos lucha por hacerse visible y ser respetado al equipararse a los demás. Pero todos juntos, iguales e indiferentes se anulan mutuamente.
La tolerancia, que para los ilustrados fue un arma contra la aristocracia y contra la iglesia, es ahora una arma que se blande contra la sociedad entera con el propósito de mantener el status quo. Para Dominique Schnapper se trata de “relaciones fundamentalmente igualitarias anudadas entre un prestador de servicios y su cliente” (Citada en Rancière 2007:34). La tolerancia es así aquella que exige el cliente pues siempre tiene la razón. El mismo Ranciere nos advierte de la dificultad del maestro que se enfrenta al colegial que “reclama contra Platón o Kant el derecho a su propia opinión [hecho que] representa a la inexorable espiral de la democracia ebria de consumo dando testimonio del fin de la cultura...” (Rancière, 2007:44).
Y qué decir de la fe en los tiempos de la sociedad de la tolerancia represiva: “el hombre democrático se impacienta ante cualquier saber especializado, incluidos los del médico o el abogado, que ponga en cuestión su propia soberanía... El médico se transforma poco a poco en empleado de la seguridad social; el sacerdote, en asistente social y repartidor de sacramentos...” (Citada en Rancière 2007: 32). La fe, pues, no es más que un artículo más a ser consumido y que no debe entrar en disputa, ni con otros esquemas de pensamiento ni, menos aún, con el sistema al cual pertenece.
Bibliografía
A decir de algunos investigadores uno de los principales postulados de la Ilustración fue la tolerancia. En un análisis sobre el desarrollo del pensamiento sociológico del siglo XVIII Bierstedt enumera lo que podría considerarse una lista de virtudes tenidas por tales por los philosophes de la Ilustración: “el escepticismo, el racionalismo, el naturalismo, el humanismo, la tolerancia y la libertad de pensamiento” (Biersted 2001: 20).
Este particular aprecio por la tolerancia, de hecho, no es nuevo en los tiempos de la ilustración, aunque pretende ser defendido como nunca antes. Ya en 1689 (con un siglo de anterioridad) John Locke había escrito su Carta sobre la tolerancia, uno de los más importantes tratados sobre el tema. Entre otras cosas el llamado de atención de Locke es a una separación de la Iglesia y el Estado en bien de ambas pues el uso de la violencia por parte de la Iglesia para defender cuestiones de fe no es propio de la fe que profesan dichas iglesias. Dice Locke:
"(...)considero que es ésta [la tolerancia] la característica primordial de la verdadera iglesia. Aunque algunos se jacten de antigüedad de lugares y nombres, del fasto de su culto externo, de la reforma de su disciplina (y todos de la ortodoxia de su fe, pues cada uno es, según su propio criterio, ortodoxo), éstas y otras cosas de igual naturaleza resultan más características de hombres que luchan por el poder que de aquellos que pertenecen a la iglesia de Cristo."
Más adelante añade con sutil ironía:
"(...)si, como pretenden, es por caridad y deseo de salvar las almas de quienes despojan de bienes, mutilan el cuerpo, atormentan en prisión e incluso quitan la vida, ¿por qué permiten que 'prostitución, fraude, maldades y otros horrores' (Romanos, I) que tanto saben a pagana corrupción, según el Apóstol, predominen impunemente en su grey?"
El tema de la tolerancia acompaña pues por largo periplo a la sociedad occidental. Sin embargo, para los tiempos de la ilustración francesa, al parecer la tolerancia no es considerada como un bien en sí mismo sino como un bien que debe favorecer a los philosophes, es decir, a los ilustrados en su lucha contra la iglesia. De hecho, Robert Nisbet dice, respecto del siglo XVIII que este se caracteriza por “un implacable ataque contra el cristianismo y que en realidad ese fue el único significado de la ilustración francesa” (Biersted 2001: 20).
La ilustración cumple con el proyecto de separación entre la Iglesia y el Estado, como era el anhelo de Locke, pero en beneficio del Estado, como era el deseo de los philophes. A decir de Tocqueville, la democracia que se está fraguando en Francia, “con su hincapié sobre la igualdad y la liberación de la autoridad tradicional, y su sentido de centralización y unificación nacional, es solo la consecuencia lógica e inevitable de fuerzas que habían comenzado a actuar varios siglos antes [en tiempos de Luis XIV]; su origen fue la centralización monárquica, que había reducido la diversidad medieval y el localismo a favor de crecientes agregados nacionales, basados sobre un poder administrativo central” (Citado por Nisbet 2003:163). De todos modos, lejos de nosotros el apelar a una nueva relación entre la Iglesia y el Estado.
En nuestra sociedad occidental paulatinamente la tolerancia se va constituyendo en “la forma de conducta cada vez más importante para la convivencia mundial” (Hillmann 2001; 981). Esto ha permitido el respeto de las diferencias culturales y religiosas por parte de occidente. Además, se apela a la aceptación de los distintos constructos legales y normativos por ser propios de los múltiples procesos de modernización que desarrolla cada pueblo. No existe, se dice, un único proceso de modernización. De hecho, diría Bolívar Echeverría, existen al menos cuatro tipos ideales o ethos históricos1 que desenvuelven posibles formas de afrontar al capitalismo y de llegar a lo moderno de manera independiente de la modernidad occidental o -en términos de Echeverría- del ethos realista.
No sólo que se busca el respeto y la tolerancia de los distintos caminos para llegar a la modernidad sino que se anula cualquier posibilidad de cuestionar o denunciar otros modelos culturales y todo ello en nombre de la tolerancia.
A manera de ejemplo podemos ver la manera en que se contraponen la justicia occidental moderna con la justicia comunitaria indígena. La primera entendida como imperialista e intromisiva, carente de resultados y destructora del ethos indígena. La segunda considerada como respetuosa de las cosmovisiones indígenas, resocializadora y más cercana al pueblo. Lo cierto es que a medida que vemos los resultados de este modelo de justicia descubrimos que
- Carece de medios especializados para la aplicación de la ley
- No cuenta con una estructura normativa mínima que determine los delitos y las sanciones a ser establecidos en cada caso.
- Los acusados carecen del derecho a una defensa adecuada.
- Los líderes de la comunidad determinan a cada paso las leyes y las sanciones a ser aplicadas en cada circunstancia específica.
Por más transparente que sea una sociedad, dice H. Mansilla, los abusos de poder son un peligro latente. El autoritarismo es una posibilidad no descartable. Los vínculos juegan con mayor fuerza en el dictamen que se dé.
Por todo esto, dice H. Mansilla “No debemos aceptar los teoremas doctrinales tan expandidos en el Tercer Mundo y legitimados por el relativismo axiológico, que partiendo de la diversidad de culturas y de la presunta incomparabilidad de las mismas, declara como imposible (desde el punto de vista teórico) e imperialista (desde la perspectiva política) la vigencia de los derechos humanos universales” (Mansilla, 125).
La tolerancia entendida desde esta perspectiva es una especie de laissez faire cultural que anula cualquier posibilidad de cuestionamiento a lo otro y desde lo otro. Cada uno es libre de vivir como quiera siempre que no cuestione la manera de vivir del otro. Iniciar un proceso de cuestionamiento sería visto como imperialista. La tolerancia deja de ser fruto de un diálogo respetuoso y cuestionador mutuo.
En este punto, la tolerancia se convierte en represiva. Según Herbert Marcuse, en el instante en que los diversos pensamientos y culturas conviven unos con otros y todos sujetos a un sistema político que los inmuniza y los hace inofensivos estamos en presencia de una tolerancia represiva (Cf. Hillmann 2001:981). Cada ethos lucha por hacerse visible y ser respetado al equipararse a los demás. Pero todos juntos, iguales e indiferentes se anulan mutuamente.
La tolerancia, que para los ilustrados fue un arma contra la aristocracia y contra la iglesia, es ahora una arma que se blande contra la sociedad entera con el propósito de mantener el status quo. Para Dominique Schnapper se trata de “relaciones fundamentalmente igualitarias anudadas entre un prestador de servicios y su cliente” (Citada en Rancière 2007:34). La tolerancia es así aquella que exige el cliente pues siempre tiene la razón. El mismo Ranciere nos advierte de la dificultad del maestro que se enfrenta al colegial que “reclama contra Platón o Kant el derecho a su propia opinión [hecho que] representa a la inexorable espiral de la democracia ebria de consumo dando testimonio del fin de la cultura...” (Rancière, 2007:44).
Y qué decir de la fe en los tiempos de la sociedad de la tolerancia represiva: “el hombre democrático se impacienta ante cualquier saber especializado, incluidos los del médico o el abogado, que ponga en cuestión su propia soberanía... El médico se transforma poco a poco en empleado de la seguridad social; el sacerdote, en asistente social y repartidor de sacramentos...” (Citada en Rancière 2007: 32). La fe, pues, no es más que un artículo más a ser consumido y que no debe entrar en disputa, ni con otros esquemas de pensamiento ni, menos aún, con el sistema al cual pertenece.
Bibliografía
- LOCKE, John (2007): Ensayo y Carta sobre la tolerancia. Madrid: Alianza Editorial.
- ECHEVERRÍA, Bolívar (2000): La modernidad de lo barroco. México: Ediciones Era.
- RANCIÈRE, Jacques (2007): El odio a la democracia. Buenos Aires: Amorrortu
- MANSILLA, H. (2008): “¿Diferencias culturales incomparables o prácticas autoritarias indefendibles?” en Ecuador Debate. Nº 73. Quito: CAAP.
- HILLMANN, Karl-Heinz (2001): “Tolerancia” en Diccionario enciclopédico de Sociología. Barcelona: Editorial Herder.
- BIERSTEDT, Robert (2001): “El pensamiento sociológico del siglo XVIII” en Bottomore, Tom y Robert Nisbet: Historia del análisis sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.
- NISBET, Robert (2003): La formación del Pensamiento Sociológico. Tomo I. Buenos Aires: Amorrortu.
- El ethos histórico lo entiende Echeverría como “todo un principio de construcción del mundo de la vida. Es un comportamiento que intenta hacer vivible lo invivible; una especie de actualización de una estrategia destinada a disolver, ya que no a solucionar, una determinada forma específica de la contradicción constitutiva de la condición humana...” (Echeverría 2000; 37).