Gustavo Daniel Romero
Como hemos afirmado al iniciar la reflexión de la primera parte de este estudio, en el sentido que “para construir un acompañamiento pastoral adecuado, debe desenvolverse una perspectiva plural que incluya una hermenéutica, el contexto, lo psicosistémico, la cultura, una terapia comunitaria y una visión del poder en el acompañamiento pastoral”.
Por ello es que, al comparar el acompañamiento que Valburga Schmiedt Streck propone en una situación brasileña con el que yo haría en una situación de pobreza en algún barrio de Buenos Aires, si bien suscribo lo expresado por ella al respecto –para lo cual me limito a remitir a los lectores al texto correspondiente1-, también le agrego y enfatizo los siguientes aspectos:
En Buenos Aires, los pastores de las iglesias tradicionales se están dando cuenta que, como la teoría psicoterapéutica en general, el asesoramiento pastoral ha potenciado predominantemente a la clase media en sus conceptos, métodos y modelos de sanidad. Por ello, son bastante ineficaces cuando se las quiere aplicar a persones que no pertenecen a ese clase social.
Los objetivos tomados prestados de la psicoterapia interpretativa, el crecimiento que se logra por medio de la comprensión de uno mismo (insight) y la integración de la personalidad a través de la resolución de conflictos internos, son ajenos al mundo de muchas de estas familias.
Lo mismo ocurre con el modelo psicoterapéutico usual: una serie de entrevistas formales, programadas, cara a cara, en la que se espera que la familia tengan conversaciones cada vez más profundas sobre sus sentimientos, pues las preocupaciones de las familias empobrecidas son inmediatas y urgentes. Necesitan ver mejorías pronto.
La primera meta, entonces, es la ayuda a estas familias a descubrir maneras prácticas de resolver sus crisis económicas, de empleo o de salud. No se necesita una mejoría drástica ni total, sino una que aparezca bastante pronto en el proceso de ayuda. En este sentido el abordaje resulta muy similar al de familias en situaciones de crisis.
Los usos de la autoridad del consejero que apuntan al crecimiento, tienen como objetivo disminuir gradualmente la dependencia que de esa misma autoridad tienen las familias acompañadas.
Las situaciones de vulnerabilidad de las familias pobres no pueden ser definidas y caracterizadas sólo a través de características o atributos negativos y/o excluyentes.
Otras carencias y fortalezas de carácter subjetivo o psicosociales (alcoholismo, drogadicción, violencia intrafamiliar, educación, cohesión familiar, existencia de proyectos, participación en redes familiares y no familiares, etc.) de las familias empobrecidas, probablemente se asemejan a las que existen en grupos de familias de otros sectores sociales, aunque con las diferencias relativas a los distintos contextos socio-económicos.
Su peculiaridad se conformaría entonces a partir del conjunto de carencias materiales y subjetivas que, por su permanencia e intensidad, se suman, refuerzan y contribuyen a generar alguna forma de daño en uno de los integrantes o bien en todo el sistema familiar. De este modo, es factible que la vulnerabilidad de las familias emprobrecidas se asocie a las carencias de carácter material y que los factores subjetivos (afectivos, emocionales, psicosociales) contribuyan a mantener o “gatillar” estas situaciones críticas, conllevando ambas a un paulatino y progresivo deterioro de las capacidades individuales y colectivas para superar dicha situación.
En este sentido, a pesar de los diferentes tipos de carencias que puedan presentar las familias, subrayo que éstas no dejan de existir, es decir, de subsistir. Y es en este proceso cotidiano de la vida, en que el daño (físico, psicológico, biológico) puede hacerse presente, bajo la forma de elementos o características difícilmente modificables o superables por el grupo familiar librado solamente a sus propios recursos.
Las familias en cuestión, portadoras de indicadores de vulnerabilidad, no son necesariamente vulnerables en cuanto a las características psicosociales y/o subjetivas. Las características y atributos negativos por los cuales fueron consideradas vulnerables corresponden a puntos de vista externos a las propias familias.
Al explorar en las propias necesidades y fortalezas de las familias empobrecidas, uno ve que los integrantes de estas familias no se autodefinen sólo en función de sus carencias y características negativas. En otras palabras, las familias empobrecidas que abordamos no se sienten poseedoras únicamente de atributos negativos. La relación que ellas mismos establecen con su mundo cotidiano y más aun con sus necesidades, no es siempre una queja, no sólo apunta a carencias sino que muchas veces sus palabras en la terapia narrativa, permiten apreciar potencialidades.
Por otra parte, frente a la falta de otras oportunidades, los hijos ingresan al campo laboral, proporcionando los ingresos que satisfacen necesidades inmediatas de la familia. Por lo tanto, esta modalidad de subsistencia es una potencia que las familias empobrecidas logran desarrollar.
Ahora bien, al seguir accediendo a empleos precarios y desempeñando trabajos comúnmente mal remunerados, más que avanzar hacia la solución de sus situaciones de pobreza, los hijos continúan desarrollando “estrategias de subsistencia” que, a la larga, no implican mayores posibilidades de superar su situación.
Por ello, y dado que a mediano y largo plazo sería indispensable entonces la intervención social para que estos jóvenes puedan lograr mayores niveles de integración laboral y educacional y, por consiguiente, mejores condiciones de vida en el futuro, allí la pastoral tiene un gran desafío.
Otro aspecto importante: Cuando los miembros adultos de las familias empobrecidas perciben que subjetivamente son vulnerables, esta percepción transforma a las familias en sistemas más propensos a situaciones de desestructuración, de riesgo social y a que su nivel de pobreza se haga más crítico.
La vulnerabilidad subjetiva generalmente hace referencia a momentos de angustia y depresión, a percepciones de impotencia para revertir la situación de precariedad y carencia que sufren, percepciones o sentimientos de soledad, abandono y desamparo social. Percepciones de este tipo confieren mayor “vulnerabilidad” a algunas de las estas familias. Es decir, estos elementos tienen relevancia en que estos grupos familiares se hagan más sensibles a las carencias de carácter material y social.
Esta mayor sensibilidad frente a carencias materiales y sociales se integra a diversas respuestas desarrolladas para enfrentar el sufrimiento que generan o generaron antes carencias similares y puede facilitar el debilitamiento de los lazos sociales. En este sentido, las situaciones de depresión, angustia, desamparo y soledad, reportadas por la mujer y/o el hombre de la pareja que conforma el núcleo conyugal de la familia, afectan y ponen en riesgo a todos los miembros del sistema.
Ante la vivencia de carencias sociales y materiales los sujetos se perciben como desfavorecidos o “despotenciados” para superar estas situaciones. Cuando esto ocurre, no se aprecia en las familias un intento por superar las carencias, más bien la respuesta asume características similares a una aceptación (¿resignación?) y adaptación a las situaciones de subsistencia.
Particularmente, esto puede apreciarse en una cierta incapacidad para planificar en forma inmediata, mediata y a largo plazo diversas actividades (arreglo de la vivienda, búsqueda de trabajo, entre otras); o en el hecho de que la distribución de roles y normas no continúa desarrollándose en forma regular; además, se potencian procesos de deserción y abandono escolar en los hijos; y pueden deteriorarse las relaciones familiares de los cónyuges y entre éstos y sus hijos.
Una situación contraria se registra en aquellas familias donde no se detectan fenómenos de vulnerabilidad subjetiva; aunque éstas sufren carencias materiales y sociales, su situación de pobreza no ha debilitado sus capacidades para gestar proyectos de carácter familiar. Tampoco han dejado de ejercer los roles y funciones en relación a la educación de los hijos, y en consecuencia confían en las posibilidades que la educación les otorgaría al permitir la movilidad y el ascenso social de los hijos.
Seguramente para los padres no habrá sino pobreza, pero sueñan y esperan otro destino para sus hijos. También estas familias continúan participando y organizándose; no se han recluido hacia su interior como lo hacen frecuentemente aquellas famillas en que se observan indicadores de vulnerabilidad subjetiva. Por ello, el acompañamiento debe apuntar a detectar y apuntalar estas percepciones.
En otro orden de cosas, las familias que mantienen lazos sociales reducidos con el entorno social son probablemente más afectadas por situaciones de vulnerabilidad. Esta proposición se confirma porque las familias con lazos sociales reducidos hacia el exterior, construyen su vida hacia dentro, cierran su mundo social hacia el interior, lo que dificulta sus posibilidades de inserción en integración en la comunidad más amplia.
Esto confirma la necesidad también de que en Buenos Aires la comunidad eclesial funcione como una red de apoyo para que el acompañamiento pastoral a las familias empobrecidas de frutos.
En Buenos Aires, otro aspecto a trabajar en las familias de este tipo, numerosas, se agrega el problema de la situación de hacinamiento, donde a pequeñez de la casa y específicamente de los dormitorios, junto a las dificultades que tiene para ampliar la vivienda, ha significado para sus ocupantes un enorme problema para delimitar espacios personales, con algún grado de privacidad.
Esta deficiencia en el tamaño de las viviendas afecta también el desarrollo de los hijos adolescentes y jóvenes propiciando en cierta forma a q/gran parte de sus actividades las realicen fuera de la vivienda, a causa de la falta de espacios, lo q/puede convertirse en un elemento potenciador de conductas desviadas.
La falta de lugares de esparcimiento para actividades de socialización secundaria, de áreas verdes, parques y lugares de reunión, afecta profundamente la vida de las familias. Estas carencias refuerzan la situación de aislamiento en que éstas viven. Dar respuesta a este problema sería una forma de contribuir a la reconstitución de lazos sociales, contrarrestando los procesos de segregación urbana.
El acompañamiento pastoral tiene que apuntar a promover la construcción de instalaciones de uso social, especialmente dirigidas a la población joven (aunque no exclusivamente). La creación de centros recreativos, con monitores que orienten las actividades colectivas, puede ser una forma de contribuir a la reconstitución de lazos sociales, contrarrestando los procesos de segregación urbana, en esta ciudad porteña.
Estas familias, en Buenos Aires, en el área de la salud, la perciben -al igual que la educación- como un derecho que se ganó en momentos históricos anteriores, pero que, paulatinamente, se está debilitando y perdiendo.
Las dificultades en el acceso a la salud se perciben como una de las principales carencias. Es generalizado el sentimiento de una disminución notoria de la calidad de la atención en los servicios públicos de salud. Este hecho se manifiesta en las reiteradas expresiones en sus narrativas que denotan por una parte una percepción de “mercantilización” de la atención, y por otra, el trato muchas veces discriminatorio que los funcionarios y profesionales del sector entregan a las personas pobres.
En ese aspecto, una de las consecuencias más relevantes de estas dificultades es que en el grupo familiar se va produciendo un desplazamiento de la necesidad de cuidados médicos y de la atención en salud en general; se descuidan las manifestaciones de las enfermedades, “se descuida el cuerpo”, y sólo se recurre a los servicios cuando las enfermedades requieren de una urgencia que no deja otra opción.
La atención en salud entonces se vuelve en la mayoría de los casos una emergencia. Lo expuesto se debe tener en cuenta a la hora del acompañamiento, procurando educar para el cuidado del cuerpo. En tal sentido, la pastoral debe apuntar también a ser preventiva.
Resulta muy importante, además, difundir entre los padres y madres de estas familias las ventajas del cuidado infantil en centros adecuados mientras ellos van a trabajar. La asistencia de los menores es positiva tanto para la mujer como por lo que significa en cuanto a mejorar la alimentación y el apresto escolar de los niños y niñas.
El acompañamiento pastoral debe procurar promover el desarrollo de experiencias en nuevas formas de cuidado infantil y, por otra parte, extender la cobertura de los servicios de este tipo existentes y flexibilizar sus horarios, y en lo posible crear nuevos en las comunidades de fe (guarderías, jardines materno-infantiles). Ampliar la jornada escolar y utilizar los horarios y espacios en los establecimientos escolares con actividades extracurriculares gratuitas para los hijos de las familias empobrecidas.
El acompañamiento debería tener en cuenta también el diseñar e implementar programas piloto dirigidos a las mujeres dueñas de casa de 40 años y más, que desarrollen su identidad de género, su autoafirmación y faciliten la transmisión transgeneracional de sus experiencias de vida como mujer madre y dueña de casa.
Entre sus objetivos estos programas debieran capacitar para la participación social y la elaboración e implementación de proyectos diversos que enfrenten los problemas de la comunidad (cuidado de niños, recreación de jóvenes, elevación de la calidad de la alimentación, entre otros).
La necesidad de una adecuada alimentación no es satisfecha en estas familias; además, en muy pocos casos dentro de las limitaciones del ingreso, existe preocupación por consumir alimentos de mayor valor nutricional. Pero no se reconoce explícitamente ni se habla de las carencias de alimentación, que son asumidas con mucho dolor. A modo de hipótesis puede plantearse que existe una actitud de negación del “hambre”, que se traduce en una autolimitación de la necesidad de alimentarse y funciona en el corto plazo como mecanismo de adaptación. Por ello, resulta imprescindible, también, un acompañamiento en lo nutricional, tanto en lo que hace a la cantidad como a la calidad.
Finalmente, el acompañamiento pastoral integral no debe dejar de proponer y efectuar intervenciones sociales intersectoriales dirigidas a las familias empobrecidas, para lo que se requeriría la conformación de equipos multidisciplinarios, pluriprofesionales y móviles. Estos equipos pueden proporcionar una asistencia especializada - médicos, psiquiatras, profesionales en salud mental, orientadores y educadores especializados, psicólogos, etc.- que potencien las fortalezas existentes en estos grupos familiares y evalúen los daños y debilidades presentes entre sus integrantes.
Esta red de apoyo para el acompañamiento pastoral a las familias de bajos recursos, que significa un invalorable aporte, requiere una coordinación clara, mucho tiempo dedicado a compartir ideas, objetivos, acciones, evaluaciones, de modo que el trabajo sea coherente y consensuado, se eviten superposiciones y otras dinámicas relacionales que pueden obstruir la tarea y producir efectos no deseados.
Referencias bibliográficas
Como hemos afirmado al iniciar la reflexión de la primera parte de este estudio, en el sentido que “para construir un acompañamiento pastoral adecuado, debe desenvolverse una perspectiva plural que incluya una hermenéutica, el contexto, lo psicosistémico, la cultura, una terapia comunitaria y una visión del poder en el acompañamiento pastoral”.
Por ello es que, al comparar el acompañamiento que Valburga Schmiedt Streck propone en una situación brasileña con el que yo haría en una situación de pobreza en algún barrio de Buenos Aires, si bien suscribo lo expresado por ella al respecto –para lo cual me limito a remitir a los lectores al texto correspondiente1-, también le agrego y enfatizo los siguientes aspectos:
En Buenos Aires, los pastores de las iglesias tradicionales se están dando cuenta que, como la teoría psicoterapéutica en general, el asesoramiento pastoral ha potenciado predominantemente a la clase media en sus conceptos, métodos y modelos de sanidad. Por ello, son bastante ineficaces cuando se las quiere aplicar a persones que no pertenecen a ese clase social.
Los objetivos tomados prestados de la psicoterapia interpretativa, el crecimiento que se logra por medio de la comprensión de uno mismo (insight) y la integración de la personalidad a través de la resolución de conflictos internos, son ajenos al mundo de muchas de estas familias.
Lo mismo ocurre con el modelo psicoterapéutico usual: una serie de entrevistas formales, programadas, cara a cara, en la que se espera que la familia tengan conversaciones cada vez más profundas sobre sus sentimientos, pues las preocupaciones de las familias empobrecidas son inmediatas y urgentes. Necesitan ver mejorías pronto.
La primera meta, entonces, es la ayuda a estas familias a descubrir maneras prácticas de resolver sus crisis económicas, de empleo o de salud. No se necesita una mejoría drástica ni total, sino una que aparezca bastante pronto en el proceso de ayuda. En este sentido el abordaje resulta muy similar al de familias en situaciones de crisis.
Los usos de la autoridad del consejero que apuntan al crecimiento, tienen como objetivo disminuir gradualmente la dependencia que de esa misma autoridad tienen las familias acompañadas.
Las situaciones de vulnerabilidad de las familias pobres no pueden ser definidas y caracterizadas sólo a través de características o atributos negativos y/o excluyentes.
Otras carencias y fortalezas de carácter subjetivo o psicosociales (alcoholismo, drogadicción, violencia intrafamiliar, educación, cohesión familiar, existencia de proyectos, participación en redes familiares y no familiares, etc.) de las familias empobrecidas, probablemente se asemejan a las que existen en grupos de familias de otros sectores sociales, aunque con las diferencias relativas a los distintos contextos socio-económicos.
Su peculiaridad se conformaría entonces a partir del conjunto de carencias materiales y subjetivas que, por su permanencia e intensidad, se suman, refuerzan y contribuyen a generar alguna forma de daño en uno de los integrantes o bien en todo el sistema familiar. De este modo, es factible que la vulnerabilidad de las familias emprobrecidas se asocie a las carencias de carácter material y que los factores subjetivos (afectivos, emocionales, psicosociales) contribuyan a mantener o “gatillar” estas situaciones críticas, conllevando ambas a un paulatino y progresivo deterioro de las capacidades individuales y colectivas para superar dicha situación.
En este sentido, a pesar de los diferentes tipos de carencias que puedan presentar las familias, subrayo que éstas no dejan de existir, es decir, de subsistir. Y es en este proceso cotidiano de la vida, en que el daño (físico, psicológico, biológico) puede hacerse presente, bajo la forma de elementos o características difícilmente modificables o superables por el grupo familiar librado solamente a sus propios recursos.
Las familias en cuestión, portadoras de indicadores de vulnerabilidad, no son necesariamente vulnerables en cuanto a las características psicosociales y/o subjetivas. Las características y atributos negativos por los cuales fueron consideradas vulnerables corresponden a puntos de vista externos a las propias familias.
Al explorar en las propias necesidades y fortalezas de las familias empobrecidas, uno ve que los integrantes de estas familias no se autodefinen sólo en función de sus carencias y características negativas. En otras palabras, las familias empobrecidas que abordamos no se sienten poseedoras únicamente de atributos negativos. La relación que ellas mismos establecen con su mundo cotidiano y más aun con sus necesidades, no es siempre una queja, no sólo apunta a carencias sino que muchas veces sus palabras en la terapia narrativa, permiten apreciar potencialidades.
Por otra parte, frente a la falta de otras oportunidades, los hijos ingresan al campo laboral, proporcionando los ingresos que satisfacen necesidades inmediatas de la familia. Por lo tanto, esta modalidad de subsistencia es una potencia que las familias empobrecidas logran desarrollar.
Ahora bien, al seguir accediendo a empleos precarios y desempeñando trabajos comúnmente mal remunerados, más que avanzar hacia la solución de sus situaciones de pobreza, los hijos continúan desarrollando “estrategias de subsistencia” que, a la larga, no implican mayores posibilidades de superar su situación.
Por ello, y dado que a mediano y largo plazo sería indispensable entonces la intervención social para que estos jóvenes puedan lograr mayores niveles de integración laboral y educacional y, por consiguiente, mejores condiciones de vida en el futuro, allí la pastoral tiene un gran desafío.
Otro aspecto importante: Cuando los miembros adultos de las familias empobrecidas perciben que subjetivamente son vulnerables, esta percepción transforma a las familias en sistemas más propensos a situaciones de desestructuración, de riesgo social y a que su nivel de pobreza se haga más crítico.
La vulnerabilidad subjetiva generalmente hace referencia a momentos de angustia y depresión, a percepciones de impotencia para revertir la situación de precariedad y carencia que sufren, percepciones o sentimientos de soledad, abandono y desamparo social. Percepciones de este tipo confieren mayor “vulnerabilidad” a algunas de las estas familias. Es decir, estos elementos tienen relevancia en que estos grupos familiares se hagan más sensibles a las carencias de carácter material y social.
Esta mayor sensibilidad frente a carencias materiales y sociales se integra a diversas respuestas desarrolladas para enfrentar el sufrimiento que generan o generaron antes carencias similares y puede facilitar el debilitamiento de los lazos sociales. En este sentido, las situaciones de depresión, angustia, desamparo y soledad, reportadas por la mujer y/o el hombre de la pareja que conforma el núcleo conyugal de la familia, afectan y ponen en riesgo a todos los miembros del sistema.
Ante la vivencia de carencias sociales y materiales los sujetos se perciben como desfavorecidos o “despotenciados” para superar estas situaciones. Cuando esto ocurre, no se aprecia en las familias un intento por superar las carencias, más bien la respuesta asume características similares a una aceptación (¿resignación?) y adaptación a las situaciones de subsistencia.
Particularmente, esto puede apreciarse en una cierta incapacidad para planificar en forma inmediata, mediata y a largo plazo diversas actividades (arreglo de la vivienda, búsqueda de trabajo, entre otras); o en el hecho de que la distribución de roles y normas no continúa desarrollándose en forma regular; además, se potencian procesos de deserción y abandono escolar en los hijos; y pueden deteriorarse las relaciones familiares de los cónyuges y entre éstos y sus hijos.
Una situación contraria se registra en aquellas familias donde no se detectan fenómenos de vulnerabilidad subjetiva; aunque éstas sufren carencias materiales y sociales, su situación de pobreza no ha debilitado sus capacidades para gestar proyectos de carácter familiar. Tampoco han dejado de ejercer los roles y funciones en relación a la educación de los hijos, y en consecuencia confían en las posibilidades que la educación les otorgaría al permitir la movilidad y el ascenso social de los hijos.
Seguramente para los padres no habrá sino pobreza, pero sueñan y esperan otro destino para sus hijos. También estas familias continúan participando y organizándose; no se han recluido hacia su interior como lo hacen frecuentemente aquellas famillas en que se observan indicadores de vulnerabilidad subjetiva. Por ello, el acompañamiento debe apuntar a detectar y apuntalar estas percepciones.
En otro orden de cosas, las familias que mantienen lazos sociales reducidos con el entorno social son probablemente más afectadas por situaciones de vulnerabilidad. Esta proposición se confirma porque las familias con lazos sociales reducidos hacia el exterior, construyen su vida hacia dentro, cierran su mundo social hacia el interior, lo que dificulta sus posibilidades de inserción en integración en la comunidad más amplia.
Esto confirma la necesidad también de que en Buenos Aires la comunidad eclesial funcione como una red de apoyo para que el acompañamiento pastoral a las familias empobrecidas de frutos.
En Buenos Aires, otro aspecto a trabajar en las familias de este tipo, numerosas, se agrega el problema de la situación de hacinamiento, donde a pequeñez de la casa y específicamente de los dormitorios, junto a las dificultades que tiene para ampliar la vivienda, ha significado para sus ocupantes un enorme problema para delimitar espacios personales, con algún grado de privacidad.
Esta deficiencia en el tamaño de las viviendas afecta también el desarrollo de los hijos adolescentes y jóvenes propiciando en cierta forma a q/gran parte de sus actividades las realicen fuera de la vivienda, a causa de la falta de espacios, lo q/puede convertirse en un elemento potenciador de conductas desviadas.
La falta de lugares de esparcimiento para actividades de socialización secundaria, de áreas verdes, parques y lugares de reunión, afecta profundamente la vida de las familias. Estas carencias refuerzan la situación de aislamiento en que éstas viven. Dar respuesta a este problema sería una forma de contribuir a la reconstitución de lazos sociales, contrarrestando los procesos de segregación urbana.
El acompañamiento pastoral tiene que apuntar a promover la construcción de instalaciones de uso social, especialmente dirigidas a la población joven (aunque no exclusivamente). La creación de centros recreativos, con monitores que orienten las actividades colectivas, puede ser una forma de contribuir a la reconstitución de lazos sociales, contrarrestando los procesos de segregación urbana, en esta ciudad porteña.
Estas familias, en Buenos Aires, en el área de la salud, la perciben -al igual que la educación- como un derecho que se ganó en momentos históricos anteriores, pero que, paulatinamente, se está debilitando y perdiendo.
Las dificultades en el acceso a la salud se perciben como una de las principales carencias. Es generalizado el sentimiento de una disminución notoria de la calidad de la atención en los servicios públicos de salud. Este hecho se manifiesta en las reiteradas expresiones en sus narrativas que denotan por una parte una percepción de “mercantilización” de la atención, y por otra, el trato muchas veces discriminatorio que los funcionarios y profesionales del sector entregan a las personas pobres.
En ese aspecto, una de las consecuencias más relevantes de estas dificultades es que en el grupo familiar se va produciendo un desplazamiento de la necesidad de cuidados médicos y de la atención en salud en general; se descuidan las manifestaciones de las enfermedades, “se descuida el cuerpo”, y sólo se recurre a los servicios cuando las enfermedades requieren de una urgencia que no deja otra opción.
La atención en salud entonces se vuelve en la mayoría de los casos una emergencia. Lo expuesto se debe tener en cuenta a la hora del acompañamiento, procurando educar para el cuidado del cuerpo. En tal sentido, la pastoral debe apuntar también a ser preventiva.
Resulta muy importante, además, difundir entre los padres y madres de estas familias las ventajas del cuidado infantil en centros adecuados mientras ellos van a trabajar. La asistencia de los menores es positiva tanto para la mujer como por lo que significa en cuanto a mejorar la alimentación y el apresto escolar de los niños y niñas.
El acompañamiento pastoral debe procurar promover el desarrollo de experiencias en nuevas formas de cuidado infantil y, por otra parte, extender la cobertura de los servicios de este tipo existentes y flexibilizar sus horarios, y en lo posible crear nuevos en las comunidades de fe (guarderías, jardines materno-infantiles). Ampliar la jornada escolar y utilizar los horarios y espacios en los establecimientos escolares con actividades extracurriculares gratuitas para los hijos de las familias empobrecidas.
El acompañamiento debería tener en cuenta también el diseñar e implementar programas piloto dirigidos a las mujeres dueñas de casa de 40 años y más, que desarrollen su identidad de género, su autoafirmación y faciliten la transmisión transgeneracional de sus experiencias de vida como mujer madre y dueña de casa.
Entre sus objetivos estos programas debieran capacitar para la participación social y la elaboración e implementación de proyectos diversos que enfrenten los problemas de la comunidad (cuidado de niños, recreación de jóvenes, elevación de la calidad de la alimentación, entre otros).
La necesidad de una adecuada alimentación no es satisfecha en estas familias; además, en muy pocos casos dentro de las limitaciones del ingreso, existe preocupación por consumir alimentos de mayor valor nutricional. Pero no se reconoce explícitamente ni se habla de las carencias de alimentación, que son asumidas con mucho dolor. A modo de hipótesis puede plantearse que existe una actitud de negación del “hambre”, que se traduce en una autolimitación de la necesidad de alimentarse y funciona en el corto plazo como mecanismo de adaptación. Por ello, resulta imprescindible, también, un acompañamiento en lo nutricional, tanto en lo que hace a la cantidad como a la calidad.
Finalmente, el acompañamiento pastoral integral no debe dejar de proponer y efectuar intervenciones sociales intersectoriales dirigidas a las familias empobrecidas, para lo que se requeriría la conformación de equipos multidisciplinarios, pluriprofesionales y móviles. Estos equipos pueden proporcionar una asistencia especializada - médicos, psiquiatras, profesionales en salud mental, orientadores y educadores especializados, psicólogos, etc.- que potencien las fortalezas existentes en estos grupos familiares y evalúen los daños y debilidades presentes entre sus integrantes.
Esta red de apoyo para el acompañamiento pastoral a las familias de bajos recursos, que significa un invalorable aporte, requiere una coordinación clara, mucho tiempo dedicado a compartir ideas, objetivos, acciones, evaluaciones, de modo que el trabajo sea coherente y consensuado, se eviten superposiciones y otras dinámicas relacionales que pueden obstruir la tarea y producir efectos no deseados.
Referencias bibliográficas
- Baumgartner, Isidor. Psicología Pastoral: Introducción a la praxis de la pastoral Curativa. Bilbao: Descleé de Brouwer, 1997, 55-88.
- Clinebell, Howard. Asesoramiento y cuidado pastoral. Un modelo centrado en la salud integral y el crecimiento. Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío, 1999.
- Floristán, Casiano. Teología Práctica: Teoría y praxis de la acción pastoral. Salamanca: Sígueme, 1993, 125-211.
- Heise Rost, Ekkehard. "Cura de almas, el rescate de un concepto tradicional", en Cuadernos de teología vol XVIII, Buenos Aires 1999.
- Santos, Hugo (ed.). Dimensiones del Cuidado y Asesoramiento Pastoral. Aportes desde América Latina y el Caribe. Buenos Aires: Kairós. 2006.
- Schmiedt Streck, Valburga. Terapia familiar e aconselhamento pastoral: uma experiência com famílias de baixos recursos. São Leopoldo: Sinodal, 1999.
- Valburga Schmiedt Streck. Terapia familiar e aconselhamento pastoral: uma experiência com famílias de baixos recursos. São Leopoldo: Sinodal, 1999.