viernes, octubre 14, 2011

Vol. 0 Res. 4 - La Biblia Desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados

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FINKELSTEIN, Israel y SILBERMAN, Neil Asher. La Biblia Desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados. Madrid, Editorial Siglo XXI, 2003.

Jonathan Morales
Facultad de Derecho, Universidad de Chile.

Pese a los numerosos descubrimientos efectuados a lo largo de 173 años de investigaciones arqueológicas en la antigua tierra de Canaán, e incluso luego de contar con nuevas herramientas para datar los hallazgos, el enfoque metodológico no innovó en lo fundamental sino hasta finales del siglo XX: prevalecía la idea de que la utilidad de la disciplina radicaba en su competencia para ilustrar el texto bíblico, y comprobar históricamente la veracidad de sus relatos. Mientras la arqueología bíblica se abocaba a la interpretación de los hallazgos siguiendo la historia de Israel en clave literal, a la distancia, la exégesis bíblica moderna y la crítica textual fomentaron una renovada comprensión de los textos sagrados, más específicamente del Pentateuco (los primeros cinco libros de la Torah, Biblia Hebrea o Antiguo Testamento: el núcleo de la historia bíblica de Israel) a través de lo que se ha denominado “Hipótesis Documental” (HD), según la cual el Pentateuco está formado por la interacción entre distintas fuentes o “documentos” que se remontan a diferentes tradiciones religiosas, en distintos periodos de Israel. Sin embargo, en la actualidad la HD se encuentra sumida en una crisis. No se trata aquí de un inevitable retorno a la certeza de la autoría mosaica (tesis tradicional según la cual todo el Pentateuco es obra de Moisés), como pretenden imponer algunas posiciones conservadoras. Las últimas décadas del s. XX y XXI han presenciado una revolución hermenéutica y arqueológica que ha reformulado el aporte de las respectivas disciplinas a las ciencias bíblicas. En esta oportunidad nos centraremos en la segunda. La arqueología bíblica que otrora se reservara a la empresa de corroborar la historia bíblica de Israel, por influencia de nuevas tendencias de las ciencias sociales a partir de la década de 1970, desarrolló un nuevo enfoque metodológico, invirtiendo completamente la relación tradicional entre el texto sagrado y los hallazgos arqueológicos. De esta forma, con la ayuda de la sociología, la antropología social, y otras disciplinas modernas, se comenzó a rastrear la realidad humana (el sistema socioeconómico, la religión, etc.) tras el texto bíblico.

Es a este contexto al que responden las investigaciones de Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, cuyos resultados son explicados –a nuestro parecer, de una forma muy didáctica y profunda a la vez– para el público en general en su obra “La Biblia desenterrada” (2001). La propuesta de los autores no reviste las características de una empresa destructiva como la de una apología al escepticismo. Antes, la confirman en su prestigioso lugar como modeladora de la cultura occidental, una compilación magistral de “escritos sagrados dotados de un genio literario y espiritual sin parangón, un relato épico entretejido a partir de un conjunto asombrosamente rico de escritos históricos, memorias, leyendas, cuentos populares, anécdotas, propaganda monárquica, profecía y poesía antigua.”1

Seguido a un desafortunado prólogo a la edición española a cargo del reconocido escéptico español Gonzalo Puente Ojea –creemos que sus incisivas arremetidas contra las instituciones religiosas, condicionan la recepción de la obra– el prólogo de los autores fija los marcos de una nueva propuesta para la historia de Israel y el nacimiento de las sagradas escrituras. Empleando una nueva perspectiva desde la arqueología, se deja en claro que uno de los motivos principales de la obra es separar la historia del mito. “Utilizando las pruebas de los recientes hallazgos construiremos una nueva historia del antiguo Israel en la que algunos de los sucesos y personajes más famosos mencionados en la Biblia representarán unos papeles inesperadamente diferentes.”2

Ya en las primeras páginas del libro apreciamos una sucinta exposición de las ideas de Finkelstein y Silberman. Se aborda la pregunta sobre la composición de la Biblia Hebrea, exponiendo la tesis de la autoría mosaica y los fundamentos de la HD, para luego entrar a mencionar las tres grandes obras literarias sobre la historia de Israel: El Tetrateuco (Génesis, Éxodo, Levítico y Números); la Historia Deuteronómica (Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de los Reyes); y Los libros de las Crónicas (1 y 2 de Crónicas). Nótese la escisión hecha a la tradicional composición del Pentateuco: Deuteronomio está afuera. Esto se debe a que este último libro presenta una terminología completamente distinta a la de sus cuatro precedentes. Los autores apuntan con especial énfasis a la opinión de algunos estudiosos de que este texto trata sobre el misterioso “Libro de la Ley”, cuyo descubrimiento en el reinado de Josías se transforma en la base para una reforma religiosa y política en Judá (2 Reyes 22,8 – 23, 24). Pues bien, Finkelstein y Silberman adhieren a la posición que ve en los textos ubicados entre el Libro de Josué y los de los Reyes, una continuación de las expresiones lingüísticas y teológicas del Deuteronomio. Se esboza así una primera aproximación a la tesis: Tanto el Pentateuco como la Historia Deuteronómica toman forma fundamentalmente en el s. VII; se desarrolla así la hipótesis de que “el Pentateuco es, en gran parte, una creación de la monarquía tardía en defensa de la ideología y las necesidades del reino de Judá y que, en cuanto tal, está íntimamente vinculado a la Historia Deuteronomista.” Ésta “fue compuesta principalmente en los tiempos del rey Josías con el propósito de dar un refrendo ideológico a unas ambiciones políticas y unas reformas religiosas concretas.”3Los autores continúan rearfimando, a la luz de sus resultados, el importante rol de la arqueología en las cuestiones sobre la composición y fiabilidad histórica de la Biblia Hebrea. Luego de exponer un panorama sobre el nuevo enfoque metodológico de la arqueología bíblica desde finales del s. XX, Finkelstein y Silberman complementan la aproximación inicial a su tesis dando un certero golpe a la HD, tal como la expusimos más arriba. “En realidad, muchos biblistas siguen creyendo que el documento J, o yahwista es la fuente más antigua del Pentateuco –que ha sido compilado en Judá en la época de David y Salomón, en el s. X a.C.” Según los arqueólogos, esta conclusión es muy improbable. “Partiendo de un análisis de las pruebas arqueológicas, no hay señal alguna de alfabetización extendida ni de otros atributos de una estabilidad plena en Judá –en particular en Jerusalén– hasta más de doscientos años después, a finales del siglo VII a.C. Ningún arqueólogo puede negar, por supuesto, que la Biblia contiene leyendas, personajes y fragmentos de historia que se remontan a fechas muy antiguas. Pero la arqueología es capaz de mostrar que la Tora y la Historia Deuteronomista presentan rasgos característicos inconfundibles de su compilación inicial, en el siglo VII a. de C.”4

En la primera parte del libro, titulada ¿La Biblia como Historia?, los autores complementan su hipótesis explicando cómo los relatos de los patriarcas, el Éxodo, la conquista de Canaán, y la de los reinos unificados de Saúl, David y Salomón; son el resultado del poder creativo de un movimiento reformador que floreció en los tiempos del rey Josías. En cuanto a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, los autores señalan la nula existencia de evidencias arqueológicas y el fracaso de las búsquedas históricas, a la que responden con la teoría de una síntesis de diferentes tradiciones cananitas, relatos que reafirmarían una identidad común para el pueblo de Israel, con una especial distinción sobre la tribu de Judá. Continuando, Finkelstein y Silberman niegan la historicidad del Éxodo argumentando el asombroso silencio en los informes reales de Egipto –reconocidos en la antigüedad por su nivel para captar detalles– sobre un movimiento demográfico tan significativo como el que se relata bajo la conducción de Moisés en los textos sagrados. La importancia del episodio estaría dada por la legitimación del proyecto josiánico ante las pretensiones imperiales de Egipto en los tiempos del rey Necao II. En cuanto a la conquista de Canaán, los autores advierten que la datación de las evidencias arqueológicas empleadas para respaldar el relato, arroja muchísimo tiempo entre ellas como para admitir una acción organizada y rápida, tal es el caso de la narración en torno a la figura de Josué. Por último, las escasas referencias a David y Salomón en fuentes extrabíblicas, ponen en tela de juicio la existencia de una monarquía unificada, próspera y poderosa. Para el tiempo de Salomón, que la cronología tradicional fija entre 970 y 931 a.C., no hay en Jerusalén señales de una arquitectura monumental o de la existencia de una ciudad importante. “[A]hora sabemos claramente que determinados fenómenos, como la redacción de informes, la correspondencia administrativa, las crónicas reales y la recopilación de escritos nacionales –en especial uno tan profundo y complejo como la Biblia– están ligados a una fase particular de desarrollo social. Arqueólogos y antropólogos que desarrollan sus actividades en todo el mundo han estudiado cuidadosamente el contexto en que surgen ciertos géneros de escritura complejos, y en casi todos los casos, aparecen indicios de formación estatal acompañada de una centralización del poder en instituciones nacionales, como un culto o una monarquía oficiales. Otros rasgos de ese estadio de desarrollo social son los edificios monumentales, la especialización de la economía y la presencia de una densa red de comunidades trabadas cuyo tamaño va desde las grandes ciudades hasta los centros regionales, localidades de tamaño medio y pueblos pequeños.”5 Nada de esto se encuentra en los yacimientos arqueológicos de Judá, entre el s. XIII y IX. Los hallazgos nos confirman una región desprovista de un buen número de población permanente, un lugar medio desierto, sin centros urbanos como pueblos, aldeas o ciudades. Este es un buen ejemplo de cómo una hipótesis exegética puede ser invalidada por las investigaciones arqueológicas. Aquí nos referimos al problema que concierne a la datación de la fuente J o yahwista en el esquema de la HD, teoría que aún en nuestros días goza de relativa aceptación (paradójicamente de forma similar ocurre con la tesis de la autoría mosaica). En opinión de Finkelstein y Silberman, el relato de una edad de oro ofreció una esperanza para el proyecto político josiánico de un reino panisraelita que incluyera los fértiles y luego abandonados territorios del antiguo reino de Israel, aniquilado por el imperio Asirio.

En una segunda y tercera parte, el libro examina el auge y la caída del reino de Israel, y la posterior transformación del reino de Judá. Aquí adquieren gran importancia las investigaciones de Israel Finkelstein en las últimas décadas, para quien los orígenes de una cultura étnica en común, forjada en los asentamientos de las tierras altas de Canaán –en contraposición a la cultura de los filisteos (descendientes de los enigmáticos “pueblos del mar”) en la costa6–, con el paso a la sedentarización –en la Edad de Bronce antigua y media– dan lugar a la configuración de dos regiones claramente diferenciadas. Se trata por tanto de una propuesta alternativa a la tesis de una conquista. La región del norte, donde se establecería el reino de Israel, presentaba un régimen de asentamientos denso, con una compleja jerarquización de los emplazamientos en grandes, medianos y pequeños, todos muy dependientes a una economía sedentaria en fértiles valles al norte de Canaán. La del sur, donde el reino de Judá tendría lugar, con una densidad poblacional mucho menor, una variedad de emplazamientos pequeños y muy pocos grandes. Las excavaciones arqueológicas en torno al Bronce antiguo y medio muestran una escasez de asentamientos en la zona, con yacimientos donde solo hay restos de cerámica: claro indicio de comunidades nómadas, con una vocación económica eminentemente rural y pastoril. Según los autores, en el Bronce tardío, un declive generalizado de las potencias del Levante ofrecen una oportunidad a las comunidades de la serranía para hacerse del poder en la zona en torno a dos focos de centralización política y económica: Siquén y Jerusalén. Surgen de esta forma las dos monarquías de Israel, de las cuales la del norte no tardará en caer unos siglos después, en manos del imperio Asirio. De acuerdo a Finkelstein y Silberman, la caída del reino de Israel desencadenó una serie de acontecimientos en virtud de los cuales el hasta entonces humilde reino meridional de Judá, se potenciará con los refugiados del norte para aumentar drásticamente su densidad poblacional, experimentando la cultura local un notable desarrollo socioeconómico, como también el aparato estatal una significativa ampliación en lo administrativo. Este será el contexto en el que el rey Josías comunicará al pueblo el hallazgo de un misterioso Libro de la Ley en el templo de Jerusalén, cuyos preceptos se transformarán en la piedra angular de una gran reforma religiosa que renovará el pacto de YHWH con el pueblo de Israel, un sagrado compromiso con un solo Dios y un solo lugar de adoración: el Templo de Jerusalén. Las consecuencias de esta transformación llevarán al rey a destruir todos los lugares paganos de adoración, repartidos a lo largo del país, y también en el abandonado reino del Norte, cuya idolatría desde los tiempos de Joroboam en Betel y de la infame dinastía de Omrí7, fue interpretada como la razón de su caída en manos de los asirios. Los autores fijan en la reforma del rey Josías, loado por Judá como ninguno antes, el nacimiento del estricto monoteísmo en Occidente. Así se declara categóricamente en 2 Reyes 23, 25.

Algunas palabras a modo de conclusión. Si bien la argumentación empleada nos parece impecable –y por qué no, convincente en parte– advertimos en la teoría cierta exageración de la ambición política, y su efecto en la construcción de los textos sagrados. Para nosotros la exaltación de la simplicidad cultural, un aspecto que cubre cada rincón de los textos bíblicos, proviene del humilde trasfondo del pueblo de Israel, el que deliberadamente plasma su pensamiento en historias siempre comunitarias. No vemos en la obra de Finkelstein y Silberman una explicación satisfactoria al mensaje de liberación tan genialmente expuesto en el Pentateuco. Esto reviste una gran importancia debido a una buena cantidad de textos antimonárquicos inmersos en la misma Historia Deuteronómica. 1 Samuel 8 nos ofrece un buen ejemplo. Si bien el escrito atiende a la función social de la monarquía en clara alusión a los preceptos de Deuteronomio 17, 14 y ss., no emplea el mismo lenguaje, antes, el texto esboza la figura de un rey (bastante limitado) que no se condice realmente al modelo monárquico de Josías. Por último, unas palabras sobre la distinción entre Historia de Israel e Historia de nuestra salvación. De la inexistencia de los personajes, no podemos colegir la impertinencia del mensaje, pues la Biblia nos expone verdades más profundas que una crónica exacta de unos acontecimientos en un año determinado; son verdades atinentes a la experiencia con nuestros semejantes, lo profundo de nuestro corazón y mente. Gerhard von Rad, comentando un libro del Pentateuco alguna vez expuso: “Una claridad maravillosa y una sencillez extrema distinguen la presentación de cada escena. (…) [el] narrador abarca la totalidad de la vida humana con sus sublimidades y sus abismos. Ha convertido al hombre y a lo humano en objeto de su exposición, con un realismo inigualado; tanto los enigmas y conflictos de sus hechos y sus caminos externos, como los yerros y las turbaciones de lo más íntimo de su corazón. (…) Más no describe al hombre que se cree solo en el mundo con sus desesperaciones y sus deseos, sino a ese hombre al que se reveló el Dios vivo; a ese hombre por tanto que se ha convertido en objeto de interpelación divina, de divino juicio, de actuación y salvación divinas.”8 Debemos dar gracias al Señor, por haber inspirado historias con tanto sentido para nuestras vidas.

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  1. FINKELSTEIN, Israel; SILBERMAN, Neil A. “La Biblia Desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados.”, Editorial Siglo XXI, Madrid, 2003. p.20
  2. FINKELSTEIN, Israel… Op. cit. p.22
  3. FINKELSTEIN, Israel… Op. cit. p.33
  4. FINKELSTEIN, Israel… Op. cit. p.41
  5. FINKELSTEIN, Israel… Ibíd. p.41
  6. Para afirmar la unidad étnica y el carácter distintivo de los cananitas, Finkelstein recurre a la ausencia de cerdo en la dieta alimentaria de los habitantes, marcando así una fundamental diferencia con respecto a los filisteos. La exclusividad de este criterio en la teoría de Finkelstein ha sido criticada por otros estudiosos como insuficiente; como también que el arqueólogo de por sentada la identidad cananea-israelita, ya que existen evidencias posteriores en que los israelitas se distinguen así mismos de otro habitantes de Canaán. BRIEND Jacques, ARTUS Olivier, NOËL Damien. “Arqueología, Biblia, Historia”, Cuadernos Bíblicos 131, Editorial Verbo Divino, 2006. p.14
  7. Finkelstein y Silberman no ven reyes más amargamente criticados en la historia sagrada (redactada en Jerusalén) que los de esta dinastía. La arqueología y la historia nos muestran a una dinastía abocada a la expansión económica a través de alianzas con las potencias extranjeras; como era acostumbrado para ese entonces, una alianza también implicaba un compromiso religioso con los dioses del aliado.
  8. RAD, Gerhard von. “El Libro del Génesis”. Editorial Sígueme, Salamanca, 1982. p.26, 27