Vols. publicados > Vol. 0 (Dic. 2011) > Res. 3
HODGE, Charles. Teología Sistemática Vol. I (cap. 1). España, CLIE, 1991.
Raúl Méndez Yáñez
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México.
La primera versión sistemática del creacionismo surge entre 1910 y 1915 a raíz del conjunto de tratados titulados genéricamente como The Fundamentals: A Testimony To The Truth, los cuáles marcan también el origen del fundamentalismo estadunidense. Era una época donde se elaboraron muchos ensayos para defender las doctrinas tradicionales de la fe evangélica según Estados Unidos ante los embates de las nuevas perspectivas científicas y filosóficas, mayormente provenientes de Europa.
El tema del reciente evolucionismo era una gran preocupación para los teólogos profesionales, pues parecía atacar las bases mismas de la redención humana argumentando que el hombre no era la imago Dei, sino la imagen de ancestros primates modificada. No todos los teólogos eran iguales en argumentos y posturas, así, destaca la figura del teólogo presbiteriano Benjamin Warfield (1851-1921) quien ofreció perspectivas bíblicas para mediar la polarización que se vivía. Polarización que surgió hacia finales del siglo XIX, particularmente en el Seminario Teológico de Princeton.
De esa casa de estudios, uno de los primeros profesores en entender y debatir con el evolucionismo de un modo formal fue Charles Hodge (1797-1878) y posteriormente James Orr (1844-1913). El pensamiento teológico sobre el evolucionismo de Warfield y Orr serán objeto de atención en otras entregas, en esta ocasión la mirada estará centrada en Charles Hodge.
Moore y Decker1 lo definen como un “creacionista de la tierra antigua” y de los primeros teólogos en declarar que “el darwinismo amenaza a la religión”. En 1874 escribió su libro titulado What is Darwinism?, donde señala que esta “teoría del desarrollo” es ateísmo, aunque “interesante”. Cuatro años después, en 1878 termina su opus magnum, como tenía que ser, una Teología Sistemática. De ella la sección de Antropología es la que empieza a desarrollar de manera consistente su perspectiva y diálogo con el evolucionismo darwiniano y la que se intentará esbozar en pocas líneas.
La versión en español2 de 1991 en 2 volúmenes, se debe a la editorial CLIE de España y a la traducción de Santiago Escuain, químico de profesión, biblista y de los primeros creacionistas en la Península Ibérica. Como se declara desde el “Prefacio del Autor”3, se trata de una “condensación” pues para hacerlo más accesible al público hispano el manuscrito tuvo que ser sesgado en algunas partes bajo criterios de redundancia (lo cual es comprensible para una obra antigua). No obstante también, y eso queda bajo reserva, se omitieron aquellas partes donde el Dr. Hodge criticaba al evolucionismo con argumentos que los creacionistas al parecer han mejorado. Y como muestra el traductor se toma la libertad de incluir evidencias creacionistas a pie de página cuando lo considera necesario. Lo que sí resulta un sesgo más grave es que se omita su escatología pues la editorial – y el traductor - no son de la tradición reformada. Aunque por otro lado, reformados hispanos al parecer no hicieron mucho esfuerzo por traducir esta joya de su propia tradición.
A continuación una síntesis del Primer Capítulo de la sección de Antropología: “El origen del hombre”.
La Antropología teológica incluye; origen, naturaleza, estado primigenio, probación, y apostasía, la naturaleza del pecado, los efectos sobre el primer Adán y su posteridad. El hombre surge por una “inmediata intervención de Dios”4 en forma de soplo. ¿Emanación? Hodge lo niega, pero para saber qué propone habría que consultar la versión original en inglés pues nuestro traductor consideró que era un debate interesante pero no fundamental y nos pone en suspenso con puntos suspensivos, indicando que no hay traducción de esta parte.
La primera teoría que discute el Dr. Hodge es “la doctrina pagana de la generación espontánea” indicando que proviene desde la antigüedad cuando se hablada de seres conocidos como gëgeneis, autochtones, terrígena y que la tierra estaba “fertilizada con los gérmenes de todos los organismo vivientes”. A esta doctrina se le opusieron los padres de la iglesia, y desde luego, también la ciencia moderna. Cita algunos discursos de Julian Huxley ante comunidades británica y concluye que “Todo esto supone que la vida es producto de causas físicas; que todo lo que se precisa para su producción es reunir las condiciones necesarias”5
Continúa con las “Teorías del desarrollo”. Aquí la traducción se salta algunos antecedentes y nos lleva directamente a “la teoría darwinista” que se resume en los siguientes principios: 1) Lo semejante engendra lo semejante, 2) La ley de variación: la descendencia difiere en mayor o menor grado de su progenitor y 3) Los animales y plantas aumentan su población geométricamente, pero los recursos aritméticamente por lo se da “una continua y universal lucha por la vida”6, 4) sólo sobreviven los más aptos (recuérdese que 3 es originalmente un postulado de Malthus). Acto seguido cita in extenso un párrafo de El Origen de las Especies, sin ánimo polémico, sino sólo para ilustrar el contenido de esta teoría.
Hodge reitera que el darwinismo tiene un carácter ateo pues “Darwin argumenta en contra de cualquier intervención divina en el curso de la naturaleza, y especialmente en la producción de las especies”. A esta perspectiva contrapone la de Wallace quien habla de “la constante supervisión y la directa interferencia del Creador”. Así mismo refiere a un tal Dr. Gray quien argumenta “para nosotros un Cosmos fortuito es sencillamente inconcebible. La alternativa es un Cosmos diseñado”7
Una parte importante de su argumento es señalar que el darwinismo es “una mera hipótesis” y para eso comenta que a mediados de 1860 en la revista Fraser’s Magazine, William Hopkins dice: “Sólo llegamos a la conclusión de que la selección natural pudiera quizá haber producido cambios de organización […] Cuando Newton, en tiempos pasados, propuso su teoría de la gravitación, no pidió a los filósofos que le creyeran o que le demostraran que era errónea, sino que sintió que le tocaba a él demostrar que era correcta”8
Posteriormente viene un apartado sobre las teorías de la formación del Universo pero, remedando al traductor, el autor de estas líneas considera que este tema es interesante pero sale del objetivo del escrito (comprometiéndose, claro, a retomarlo en otra ocasión).
Regresando al evolucionismo antrópico, Hodge acierta: “Una de las excelentes cualidades del Sr. Darwin es su sinceridad”9, y señala algunas dificultades admitidas por el mismo Darwin como que no existen especies en estado intermedio, y lo mismo vale para la geología y la paleontología en donde no se halla testimonio de alguna especie intermedia. Otra famosa dificultad es el tema del ojo. Darwin decía “la creencia de que un órgano como el ojo pudiera haber sido formado por selección natural es más que suficiente para abrumar a cualquiera”10
Respecto de la esterilidad de los híbridos, Hodge, la presenta como evidencia de que “la inmutabilidad de las especies está impresa en la misma faz de la naturaleza”. Aquí ingresan como interlocutores Cuvier a favor del fijísmo, y Geoffrey St. Hilarie, defensor de la mutabilidad de las especies. Ganando en un primer momento Cuvier. Finalmente regresa a Wallace para quien la selección natural no es aplicable al hombre.
En la última parte del capítulo Hodge discute con los nacientes antropólogos sobre el tema de la antigüedad del hombre. Rechaza las cuentas alegres sobre los miles de siglos que llevaría el hombre sobre la faz de la tierra. Para esto cita ejemplos donde “los enemigos de la Biblia” se alegraban que la evidencia geológica de una gran cantidad de capas de laderas orográficas indicara miles de años de formación. Todo vehementemente demostrado como falso por (¿quién más?) “el Sr. Lyell”11.
Una nota de gran relevancia es cuando critica que las viviendas lacustres de Suiza sean de la edad de piedra. Sin mencionarlo, critica el evolucionismo social de Henry Morgan de un modo tal que es válido hoy en día donde la sinonimia ente evolución y progreso se ha disuelto: “Es una especulación totalmente arbitraria que hubiera jamás una edad de piedra. Se basa en la presuposición de que la condición original del hombre fue de barbarie, de la que se elevó a través de una lenta progresión”12
Aunque antropólogos del siglo XX como Gordon Childe intentaron refrendar el paradigma salvajismo-barbarie-civilización de Morgan (retomado con gusto por Marx y Engels), ahora se sabe que este evolucionismo unilineal representa una visión sesgada del desarrollo de la civilización.
El tema de los “huesos humanos hallados profundamente sepultados” origina los argumentos con los que se criticará a mediados del pasado siglo el fechamiento por Carbono 14: Datos inciertos, variaciones en las mediciones, ejemplos donde un fenómeno natural (como un terremoto) crea condiciones territoriales que harían sospechar que pasaron miles de años cuando solo se trató de unos momentos en los que se hundió13. La traducción del capítulo termina a media argumentación sobre la cuestión de “las razas de los hombres y monumentos antiguos”. De lo que se alcanza a leer se puede concluir que el argumento es semejante: malos instrumentos de medición sobre la antigüedad de los grandes monumentos arqueológicos.
Conclusiones
Este esbozo de la Antropología de Hodge permite conocer algunas bases argumentativas, que, aún hoy en día, sostiene el creacionismo. Algunas otras críticas, como la que hace indirectamente a Morgan, desaparecieron de la agenda teológica pues si el evangelicalismo estadunidense rechazó el evolucionismo en forma biológica o física, lo aceptó de muy buen grado en la forma ideológica de progreso. Recuérdese que aun hoy en día los comerciales de automóviles hablan de “la evolución” de X modelo como una mejoría, cuando la evolución sólo indica adaptación a condiciones ambientales estocásticas sin proyección hacia algo “mejor”.
Se extraña con alegría en Hodge un ánimo hostil a los evolucionistas, los trata siempre con respeto e incluso reconociendo virtudes morales en Darwin. Como también pudo verse, el Dr. Hodge se mantenía ampliamente informado de los debates científicos de su época y ya utilizaba el recurso de conferencias y revistas como medio de información. El creacionismo del siglo XX perdió mucho de este carácter profesional de Hodge llevando la discusión cada vez más hacia cuestiones de atentado contra cierta moralidad nostálgica del antiguo american way of life, y a impugnaciones jurídicas en la enseñanza escolar.
Su purista estilo ensayístico, el respeto y buen manejo argumentativo de las posiciones evolucionistas, el ánimo más de diálogo que de polémica, y la preocupación por integrar estas discusiones en el terreno de la dogmática sin pretender declaraciones infalibles, sino sólo argumentos documentados que concuerdan con las Escrituras, convierten a Hodge en un gigante teológico sobre cuyos hombros pocos enanos contemporáneos han decidido sentarse.
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HODGE, Charles. Teología Sistemática Vol. I (cap. 1). España, CLIE, 1991.
Raúl Méndez Yáñez
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México.
La primera versión sistemática del creacionismo surge entre 1910 y 1915 a raíz del conjunto de tratados titulados genéricamente como The Fundamentals: A Testimony To The Truth, los cuáles marcan también el origen del fundamentalismo estadunidense. Era una época donde se elaboraron muchos ensayos para defender las doctrinas tradicionales de la fe evangélica según Estados Unidos ante los embates de las nuevas perspectivas científicas y filosóficas, mayormente provenientes de Europa.
El tema del reciente evolucionismo era una gran preocupación para los teólogos profesionales, pues parecía atacar las bases mismas de la redención humana argumentando que el hombre no era la imago Dei, sino la imagen de ancestros primates modificada. No todos los teólogos eran iguales en argumentos y posturas, así, destaca la figura del teólogo presbiteriano Benjamin Warfield (1851-1921) quien ofreció perspectivas bíblicas para mediar la polarización que se vivía. Polarización que surgió hacia finales del siglo XIX, particularmente en el Seminario Teológico de Princeton.
De esa casa de estudios, uno de los primeros profesores en entender y debatir con el evolucionismo de un modo formal fue Charles Hodge (1797-1878) y posteriormente James Orr (1844-1913). El pensamiento teológico sobre el evolucionismo de Warfield y Orr serán objeto de atención en otras entregas, en esta ocasión la mirada estará centrada en Charles Hodge.
Moore y Decker1 lo definen como un “creacionista de la tierra antigua” y de los primeros teólogos en declarar que “el darwinismo amenaza a la religión”. En 1874 escribió su libro titulado What is Darwinism?, donde señala que esta “teoría del desarrollo” es ateísmo, aunque “interesante”. Cuatro años después, en 1878 termina su opus magnum, como tenía que ser, una Teología Sistemática. De ella la sección de Antropología es la que empieza a desarrollar de manera consistente su perspectiva y diálogo con el evolucionismo darwiniano y la que se intentará esbozar en pocas líneas.
La versión en español2 de 1991 en 2 volúmenes, se debe a la editorial CLIE de España y a la traducción de Santiago Escuain, químico de profesión, biblista y de los primeros creacionistas en la Península Ibérica. Como se declara desde el “Prefacio del Autor”3, se trata de una “condensación” pues para hacerlo más accesible al público hispano el manuscrito tuvo que ser sesgado en algunas partes bajo criterios de redundancia (lo cual es comprensible para una obra antigua). No obstante también, y eso queda bajo reserva, se omitieron aquellas partes donde el Dr. Hodge criticaba al evolucionismo con argumentos que los creacionistas al parecer han mejorado. Y como muestra el traductor se toma la libertad de incluir evidencias creacionistas a pie de página cuando lo considera necesario. Lo que sí resulta un sesgo más grave es que se omita su escatología pues la editorial – y el traductor - no son de la tradición reformada. Aunque por otro lado, reformados hispanos al parecer no hicieron mucho esfuerzo por traducir esta joya de su propia tradición.
A continuación una síntesis del Primer Capítulo de la sección de Antropología: “El origen del hombre”.
La Antropología teológica incluye; origen, naturaleza, estado primigenio, probación, y apostasía, la naturaleza del pecado, los efectos sobre el primer Adán y su posteridad. El hombre surge por una “inmediata intervención de Dios”4 en forma de soplo. ¿Emanación? Hodge lo niega, pero para saber qué propone habría que consultar la versión original en inglés pues nuestro traductor consideró que era un debate interesante pero no fundamental y nos pone en suspenso con puntos suspensivos, indicando que no hay traducción de esta parte.
La primera teoría que discute el Dr. Hodge es “la doctrina pagana de la generación espontánea” indicando que proviene desde la antigüedad cuando se hablada de seres conocidos como gëgeneis, autochtones, terrígena y que la tierra estaba “fertilizada con los gérmenes de todos los organismo vivientes”. A esta doctrina se le opusieron los padres de la iglesia, y desde luego, también la ciencia moderna. Cita algunos discursos de Julian Huxley ante comunidades británica y concluye que “Todo esto supone que la vida es producto de causas físicas; que todo lo que se precisa para su producción es reunir las condiciones necesarias”5
Continúa con las “Teorías del desarrollo”. Aquí la traducción se salta algunos antecedentes y nos lleva directamente a “la teoría darwinista” que se resume en los siguientes principios: 1) Lo semejante engendra lo semejante, 2) La ley de variación: la descendencia difiere en mayor o menor grado de su progenitor y 3) Los animales y plantas aumentan su población geométricamente, pero los recursos aritméticamente por lo se da “una continua y universal lucha por la vida”6, 4) sólo sobreviven los más aptos (recuérdese que 3 es originalmente un postulado de Malthus). Acto seguido cita in extenso un párrafo de El Origen de las Especies, sin ánimo polémico, sino sólo para ilustrar el contenido de esta teoría.
Hodge reitera que el darwinismo tiene un carácter ateo pues “Darwin argumenta en contra de cualquier intervención divina en el curso de la naturaleza, y especialmente en la producción de las especies”. A esta perspectiva contrapone la de Wallace quien habla de “la constante supervisión y la directa interferencia del Creador”. Así mismo refiere a un tal Dr. Gray quien argumenta “para nosotros un Cosmos fortuito es sencillamente inconcebible. La alternativa es un Cosmos diseñado”7
Una parte importante de su argumento es señalar que el darwinismo es “una mera hipótesis” y para eso comenta que a mediados de 1860 en la revista Fraser’s Magazine, William Hopkins dice: “Sólo llegamos a la conclusión de que la selección natural pudiera quizá haber producido cambios de organización […] Cuando Newton, en tiempos pasados, propuso su teoría de la gravitación, no pidió a los filósofos que le creyeran o que le demostraran que era errónea, sino que sintió que le tocaba a él demostrar que era correcta”8
Posteriormente viene un apartado sobre las teorías de la formación del Universo pero, remedando al traductor, el autor de estas líneas considera que este tema es interesante pero sale del objetivo del escrito (comprometiéndose, claro, a retomarlo en otra ocasión).
Regresando al evolucionismo antrópico, Hodge acierta: “Una de las excelentes cualidades del Sr. Darwin es su sinceridad”9, y señala algunas dificultades admitidas por el mismo Darwin como que no existen especies en estado intermedio, y lo mismo vale para la geología y la paleontología en donde no se halla testimonio de alguna especie intermedia. Otra famosa dificultad es el tema del ojo. Darwin decía “la creencia de que un órgano como el ojo pudiera haber sido formado por selección natural es más que suficiente para abrumar a cualquiera”10
Respecto de la esterilidad de los híbridos, Hodge, la presenta como evidencia de que “la inmutabilidad de las especies está impresa en la misma faz de la naturaleza”. Aquí ingresan como interlocutores Cuvier a favor del fijísmo, y Geoffrey St. Hilarie, defensor de la mutabilidad de las especies. Ganando en un primer momento Cuvier. Finalmente regresa a Wallace para quien la selección natural no es aplicable al hombre.
En la última parte del capítulo Hodge discute con los nacientes antropólogos sobre el tema de la antigüedad del hombre. Rechaza las cuentas alegres sobre los miles de siglos que llevaría el hombre sobre la faz de la tierra. Para esto cita ejemplos donde “los enemigos de la Biblia” se alegraban que la evidencia geológica de una gran cantidad de capas de laderas orográficas indicara miles de años de formación. Todo vehementemente demostrado como falso por (¿quién más?) “el Sr. Lyell”11.
Una nota de gran relevancia es cuando critica que las viviendas lacustres de Suiza sean de la edad de piedra. Sin mencionarlo, critica el evolucionismo social de Henry Morgan de un modo tal que es válido hoy en día donde la sinonimia ente evolución y progreso se ha disuelto: “Es una especulación totalmente arbitraria que hubiera jamás una edad de piedra. Se basa en la presuposición de que la condición original del hombre fue de barbarie, de la que se elevó a través de una lenta progresión”12
Aunque antropólogos del siglo XX como Gordon Childe intentaron refrendar el paradigma salvajismo-barbarie-civilización de Morgan (retomado con gusto por Marx y Engels), ahora se sabe que este evolucionismo unilineal representa una visión sesgada del desarrollo de la civilización.
El tema de los “huesos humanos hallados profundamente sepultados” origina los argumentos con los que se criticará a mediados del pasado siglo el fechamiento por Carbono 14: Datos inciertos, variaciones en las mediciones, ejemplos donde un fenómeno natural (como un terremoto) crea condiciones territoriales que harían sospechar que pasaron miles de años cuando solo se trató de unos momentos en los que se hundió13. La traducción del capítulo termina a media argumentación sobre la cuestión de “las razas de los hombres y monumentos antiguos”. De lo que se alcanza a leer se puede concluir que el argumento es semejante: malos instrumentos de medición sobre la antigüedad de los grandes monumentos arqueológicos.
Conclusiones
Este esbozo de la Antropología de Hodge permite conocer algunas bases argumentativas, que, aún hoy en día, sostiene el creacionismo. Algunas otras críticas, como la que hace indirectamente a Morgan, desaparecieron de la agenda teológica pues si el evangelicalismo estadunidense rechazó el evolucionismo en forma biológica o física, lo aceptó de muy buen grado en la forma ideológica de progreso. Recuérdese que aun hoy en día los comerciales de automóviles hablan de “la evolución” de X modelo como una mejoría, cuando la evolución sólo indica adaptación a condiciones ambientales estocásticas sin proyección hacia algo “mejor”.
Se extraña con alegría en Hodge un ánimo hostil a los evolucionistas, los trata siempre con respeto e incluso reconociendo virtudes morales en Darwin. Como también pudo verse, el Dr. Hodge se mantenía ampliamente informado de los debates científicos de su época y ya utilizaba el recurso de conferencias y revistas como medio de información. El creacionismo del siglo XX perdió mucho de este carácter profesional de Hodge llevando la discusión cada vez más hacia cuestiones de atentado contra cierta moralidad nostálgica del antiguo american way of life, y a impugnaciones jurídicas en la enseñanza escolar.
Su purista estilo ensayístico, el respeto y buen manejo argumentativo de las posiciones evolucionistas, el ánimo más de diálogo que de polémica, y la preocupación por integrar estas discusiones en el terreno de la dogmática sin pretender declaraciones infalibles, sino sólo argumentos documentados que concuerdan con las Escrituras, convierten a Hodge en un gigante teológico sobre cuyos hombros pocos enanos contemporáneos han decidido sentarse.
__________
- Moore, Randy y Mark. D. Decker, More than Darwin. An Encyclopedia of the People and Places of the Evolution-Creationism Controversy, Estados Unidos, Greenwood Press, 2008, pág. 168.
- Hodge, Charles, Teología Sistemática I, España, CLIE, 1991.
- Ibíd. p. 19
- Ibíd. p. 455
- Ibíd. p. 457
- Ibíd. p. 458
- Ibíd. p. 450
- Ibíd. p. 461
- Ibíd. p. 465
- Ibíd. p. 467
- Ibíd. p. 469
- Ibíd. p. 471
- Ibíd. p. 472