Manuel David Morales
Vivimos en una época en que la ciencia se erige como una de nuestras herramientas más valiosas, de hecho la mas importante, para el estudio del mundo natural. Y esto no se limita al estudio teórico y especulativo como por ejemplo sucedía en el antiguo sistema aristotélico, sino que siempre va acompañado de una amplia cantidad de aplicaciones tecnológicas que hacen de nuestra vida, algo más cómodo; esto es el dominio experimental. En este sentido, los creyentes siempre debemos tener en mente que, visto de esta manera, nuestra capacidad para hacer ciencia no es más que un regalo divino para nuestra propia realización como seres humanos. Ahora bien, es bajo este asombroso panorama de innumerables logros científicos en que algunas ocasiones surge la idea, a mi parecer errónea, de buscar evidencias científicas concluyentes a favor del diseño divino. Hoy es bastante conocido el caso del llamado movimiento del "Diseño Inteligente" (DI), el cual sostiene que el origen de ciertos constituyentes de la naturaleza, esencialmente las máquinas moleculares, no es posible explicarlo vía mecanismos naturales no dirigidos, sino mas bien a través de una causalidad inteligente. Dicha propuesta, según William Dembksi, principal portavoz del movimiento, constituiría un verdadero puente entre la ciencia y la teología 1.
Es evidente que las ideas propuestas por Dembski y los adherentes al DI se tornan sumamente conflictivas con la ciencia, ya que a la par de transformarse en un elemento antagónico al neodarwinismo (este último ampliamente aceptado hoy en el terreno de la biología) genera una falsa sensación de que el diseño se opone necesariamente a la idea de evolución darwinista. Por el momento, no es mi intensión entrar a analizar en detalle esta perspectiva, sino mas bien citarla a modo de ejemplo de conflictivo, en la búsqueda de la tan preciada "huella divina" en la naturaleza. Sin embargo, lo que sí gustaría exponer, es una de las alternativas interesantes, menos problemática por supuesto, la cual ha surgido no para aspirar a convertirse en una evidencia científica a favor de la existencia Dios, porque de hecho tal cosa es imposible; sino mas bien para sistematizar una renovada forma de reflexión filosófica, que resulta muy útil dentro del terreno de la teología natural. En particular me estoy refiriendo, a la cuestión de la racionalidad de la naturaleza.
Es correcto sostener en cierto sentido, de que la ciencia moderna es una empresa basada esencialmente en el pensamiento crítico. Toda teoría que se propone, debe pasar por el riguroso "filtro" teórico y experimental, antes de convertirse en una explicación plausible acerca del mundo natural. Por ningún motivo se deben introducir hipótesis ad hoc con el fin de "acomodar" las teorías a posteriori sin ofrecer ningún tipo de predicción novedosa, ni muchísimo menos aceptar explicaciones apelando a algún tipo de autoridad. Sin embargo, algo muy importante de tener en cuenta, es que todo esto se da dentro del nivel puramente metodológico, es decir, es parte integral del procedimiento mismo de hacer ciencia.
Cuando nos ubicamos en el terreno de los fundamentos filosóficos de la ciencia, el panorama es completamente diferente, ya que éstos deben ser asumidos a priori por todos los científicos, para garantizar que la ciencia exista, de hecho. Uno de los más importantes lo constituye el concepto de orden natural, debido a que la ciencia es posible entenderla esencialmente como la búsqueda de leyes que rigen los mecanismos naturales. Dichas leyes, en una primera aproximación, y como lo señala el filósofo argentino Mario Bunge, corresponden a las pautas inmanentes del ser o del devenir: relaciones naturales, constantes y objetivas, las cuales por su cualidad de inteligibles, es posible reconstruirlas de manera conceptual 2. Es dentro de este esquema filosófico en donde el científico a fuerzas necesita asumir la existencia de un orden natural, representado por los diversos mecanismos naturales con sus respectivas leyes asociadas.
Ya considerando lo anteriormente expuesto, se hace muy interesante notar que cuando la ciencia, como un todo, se convierte en nuestro objeto de reflexión filosófica, esto es cuando hacemos metaciencia, es posible encontrar toda una serie de aspectos que se desprenden de dicho orden natural, y que para el teólogo en particular resulta ser motivo de muchísimo asombro y admiración. El reconocido filósofo, teólogo y físico español Mariano Artigas ha sistematizado de manera magistral, algunos de estos aspectos, dentro del contexto de la inteligibilidad y creatividad de la naturaleza, las cuales se hace muy pertinente mencionar en esta ocasión 3, acompañados de algunos ejemplos concretos muy conocidos y consolidados dentro del ámbito científico.
Es innegable que si analizamos la naturaleza desde una perspectiva metacientífica, tenemos motivos suficientes para impresionarnos. La pregunta crucial y profunda que surge ante todo esto es: ¿por qué la naturaleza en definitiva es así? En lo personal creo, que la única manera de que el mundo natural cuente con toda esta racionalidad inherente, es que efectivamente haya una fuente de racionalidad e inteligibilidad última, a saber: Dios. Quizás para muchos escépticos ésta resultará una conclusión algo aventurada, no obstante, lo que creo no se puede desconocer, es que los constantes y crecientes descubrimientos científicos nos muestra una naturaleza cada vez más coherente con la visión teísta de un Dios creador de todo lo que existe, así como la de un universo con sentido.
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Vivimos en una época en que la ciencia se erige como una de nuestras herramientas más valiosas, de hecho la mas importante, para el estudio del mundo natural. Y esto no se limita al estudio teórico y especulativo como por ejemplo sucedía en el antiguo sistema aristotélico, sino que siempre va acompañado de una amplia cantidad de aplicaciones tecnológicas que hacen de nuestra vida, algo más cómodo; esto es el dominio experimental. En este sentido, los creyentes siempre debemos tener en mente que, visto de esta manera, nuestra capacidad para hacer ciencia no es más que un regalo divino para nuestra propia realización como seres humanos. Ahora bien, es bajo este asombroso panorama de innumerables logros científicos en que algunas ocasiones surge la idea, a mi parecer errónea, de buscar evidencias científicas concluyentes a favor del diseño divino. Hoy es bastante conocido el caso del llamado movimiento del "Diseño Inteligente" (DI), el cual sostiene que el origen de ciertos constituyentes de la naturaleza, esencialmente las máquinas moleculares, no es posible explicarlo vía mecanismos naturales no dirigidos, sino mas bien a través de una causalidad inteligente. Dicha propuesta, según William Dembksi, principal portavoz del movimiento, constituiría un verdadero puente entre la ciencia y la teología 1.
Es evidente que las ideas propuestas por Dembski y los adherentes al DI se tornan sumamente conflictivas con la ciencia, ya que a la par de transformarse en un elemento antagónico al neodarwinismo (este último ampliamente aceptado hoy en el terreno de la biología) genera una falsa sensación de que el diseño se opone necesariamente a la idea de evolución darwinista. Por el momento, no es mi intensión entrar a analizar en detalle esta perspectiva, sino mas bien citarla a modo de ejemplo de conflictivo, en la búsqueda de la tan preciada "huella divina" en la naturaleza. Sin embargo, lo que sí gustaría exponer, es una de las alternativas interesantes, menos problemática por supuesto, la cual ha surgido no para aspirar a convertirse en una evidencia científica a favor de la existencia Dios, porque de hecho tal cosa es imposible; sino mas bien para sistematizar una renovada forma de reflexión filosófica, que resulta muy útil dentro del terreno de la teología natural. En particular me estoy refiriendo, a la cuestión de la racionalidad de la naturaleza.
Es correcto sostener en cierto sentido, de que la ciencia moderna es una empresa basada esencialmente en el pensamiento crítico. Toda teoría que se propone, debe pasar por el riguroso "filtro" teórico y experimental, antes de convertirse en una explicación plausible acerca del mundo natural. Por ningún motivo se deben introducir hipótesis ad hoc con el fin de "acomodar" las teorías a posteriori sin ofrecer ningún tipo de predicción novedosa, ni muchísimo menos aceptar explicaciones apelando a algún tipo de autoridad. Sin embargo, algo muy importante de tener en cuenta, es que todo esto se da dentro del nivel puramente metodológico, es decir, es parte integral del procedimiento mismo de hacer ciencia.
Cuando nos ubicamos en el terreno de los fundamentos filosóficos de la ciencia, el panorama es completamente diferente, ya que éstos deben ser asumidos a priori por todos los científicos, para garantizar que la ciencia exista, de hecho. Uno de los más importantes lo constituye el concepto de orden natural, debido a que la ciencia es posible entenderla esencialmente como la búsqueda de leyes que rigen los mecanismos naturales. Dichas leyes, en una primera aproximación, y como lo señala el filósofo argentino Mario Bunge, corresponden a las pautas inmanentes del ser o del devenir: relaciones naturales, constantes y objetivas, las cuales por su cualidad de inteligibles, es posible reconstruirlas de manera conceptual 2. Es dentro de este esquema filosófico en donde el científico a fuerzas necesita asumir la existencia de un orden natural, representado por los diversos mecanismos naturales con sus respectivas leyes asociadas.
Ya considerando lo anteriormente expuesto, se hace muy interesante notar que cuando la ciencia, como un todo, se convierte en nuestro objeto de reflexión filosófica, esto es cuando hacemos metaciencia, es posible encontrar toda una serie de aspectos que se desprenden de dicho orden natural, y que para el teólogo en particular resulta ser motivo de muchísimo asombro y admiración. El reconocido filósofo, teólogo y físico español Mariano Artigas ha sistematizado de manera magistral, algunos de estos aspectos, dentro del contexto de la inteligibilidad y creatividad de la naturaleza, las cuales se hace muy pertinente mencionar en esta ocasión 3, acompañados de algunos ejemplos concretos muy conocidos y consolidados dentro del ámbito científico.
- Dinamismo. Hoy sabemos que en la naturaleza no existe materia pasiva e inerte. La actividad en diferentes tipos de niveles y formas, es una característica inherente a cualquier sistema físico. De hecho, aún cuando en algunas ocasiones pareciéramos encontrar equilibrios en los cuales no hay ningún tipo de dinamismo natural, en realidad estamos en presencia de equilibrios entre diferentes dinamismos. Por ejemplo, cuando tenemos dos sistemas termodinámicos en equilibrio térmico, sus partículas microscópicas constituyentes seguirán experimentando movimiento, el cual estará descrito esencialmente por una velocidad promedio, constante.
- Patrones. Esta característica, corresponde esencialmente a las diversas estructuras espacio-temporales que existen en la naturaleza, las cuales se desplegan siguiendo un determinado dinamismo direccional. Esto por supuesto es algo que lo observamos en la naturaleza en todas sus escalas, ya sea desde el vasto universo observable con los clusters y superclusters de galaxias, hasta el micro-mundo con partículas compuestas como los protones y neutrones, los núcleos atómicos, las moléculas como el ADN, entre muchos otros.
- Información. Una de las cualidades más asombrosas de la materia, es que sus diversos patrones ya mencionados contienen toda una racionalidad materializada, o en otras palabras, la potencialidad o guía para la formación de nuevos patrones. La materia en cierto sentido "sabe" de antemano como responder a determinados agentes físicos externos, los cuales determinan que tipo de nuevos patrones se formarán. Una partícula responde de una manera muy determinada, si le aplicamos un campo electromagnético. De manera similar, un microorganismo sabrá como responder cuando esté sometido a la selección natural.
- Auto-organización. Es el resultado de las tres características antes mencionadas. En términos generales, constituye el complejo proceso de despliegue de los distintos tipos de dinamismos naturales, los cuales al final son capaces de producir nuevos niveles con nuevas y asombrosas características emergentes. Es dentro de este contexto de sinergia, en donde es posible afirmar que la naturaleza es inherentemente creativa. Un caso típico de esta interesante característica lo constituye por ejemplo, la evolución darwinista con todos sus mecanismos involucrados.
Es innegable que si analizamos la naturaleza desde una perspectiva metacientífica, tenemos motivos suficientes para impresionarnos. La pregunta crucial y profunda que surge ante todo esto es: ¿por qué la naturaleza en definitiva es así? En lo personal creo, que la única manera de que el mundo natural cuente con toda esta racionalidad inherente, es que efectivamente haya una fuente de racionalidad e inteligibilidad última, a saber: Dios. Quizás para muchos escépticos ésta resultará una conclusión algo aventurada, no obstante, lo que creo no se puede desconocer, es que los constantes y crecientes descubrimientos científicos nos muestra una naturaleza cada vez más coherente con la visión teísta de un Dios creador de todo lo que existe, así como la de un universo con sentido.
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- DEMBSKI, William. Diseño Inteligente: Un puente entre la ciencia y la teología. USA, Editorial Vida, 2005.
- BUNGE, Mario. La ciencia: su método y su filosofía. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1960.
- ARTIGAS, Mariano. La mente del universo: Lección inaugural del curso 1996-97 en la Universidad de Navarra. [en línea] <http://www.unav.es/cryf/lamentedeluniverso.html> [consulta: 17 mayo 2010]