martes, octubre 31, 2017

Postpentecostalismo: El desencanto religioso de los pentecostales, Parte I

Publicado en el canal divulgativo: Travesías Dialécticas | Citación

Postpentecostalismo: El desencanto religioso de los pentecostales, Parte I

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VER PARTE II

"Evangélicos de Chile".
Fuente: www.archivonacional.cl.
Miguel Ángel Mansilla

El postpentecostalismo es un concepto desarrollado por el teólogo peruano Bernardo Campos1. Aquí nos diferenciaremos en dos aspectos de Campos: uno epistemológico y otro disciplinario. En primer lugar, para nosotros el concepto no tiene connotaciones evolutivas, ni una superación parcial respecto del concepto de pentecostalismo, pero concordamos con Campos que se trata de una ruptura. Para nosotros el postpentecostalismo es una crisis generalizada del pentecostalismo vivida por los jóvenes y adultos jóvenes, especialmente aquellos con formación universitaria. Se trata de una experiencia subjetiva de que el pentecostalismo quedó estancado en un discurso espiritucéntrico y espiritualizante, no asumiendo su responsabilidad con la sociedad. En segundo lugar, nos diferenciamos con respecto de Bernardo Campos en términos disciplinarios. Él hace una lectura y una propuesta desde la teología, en cambio nosotros la hacemos desde la sociología. Creemos que los creyentes postpentecostales son más bien creyentes en la sociedad que de una iglesia. Siguen la premisa de Wesley de que “su parroquia es el mundo”. No se trata de una expulsión de la iglesia, sino de una salida al mundo. En donde tampoco la sensación es del todo cómoda. Por ello su sentir e intención es transformar el mundo. El mundo no es entendido como la esencia de lo malo, como lo hace el pentecostalismo, sino como el lugar para poner la fe –con entendimiento– en acción, ya que “saber hacer el bien y no hacerlo también es malo”. Por ello, se trata de creyentes que piensan y actúan en el mundo y no quedan impávidos viendo cómo éste se destruye o anhelando la destrucción del mundo.

El pentecostal se esfuerza por vivir en la sola dimensión de la fe, por ello es espiritucentrista y espiritualizante. En cambio el postpentecostalismo manifiesta su interés por la razón, la intuición y la fe. Pero no se trata de una relación armónica, sino compleja, paradójica y a veces antitética. El postpentecostalismo es más bien un sentimiento2, que una condición3, ya que es un vínculo conflictivo entre el ser y el tener; entre ser y estar en el mundo, la iglesia y la sociedad; y el servirse a sí mismo o servir al prójimo. Es una permanente lucha entre el sentir, el creer y el pensar. Es una ruptura con el pentecostalismo, en tanto y en cuanto, no considera la vida sólo como un camino al cielo o un soslayo del infierno. No concibe el servicio a Dios como contradictorio a servir en/a la sociedad; ni el servir a Dios como un acto de anti-humanismo ni de deshumanización. Se trata de un sentimiento que no busca la destrucción del mundo, ni de salvarlo, sino de transformarlo, poniendo a disposición los recursos simbólicos sociales adquiridos.

Este ensayo lo hemos dividido en seis apartados, distribuidos en tres entregas.

Primera entrega
Entre la nostalgia y el sentimiento de la comunidad amenazada. Históricamente el pentecostalismo siempre ha denostado el pasado, desde el discurso de la conversión, sin embargo hoy ha requerido elaborar un mito fundacional elaborado en un pasado de comunidad pobre, discriminada y un liderazgo austero. La centralidad del pasado es, también, la manifestación de la crisis actual de la comunidad y la ausencia de un futuro colectivo, frente a la crisis del discurso escatológico. En segundo lugar nos referimos a la crisis del pentecostalismo, dado al discurso anquilosado de los líderes y de las iglesias que siguen presentando un evangelio apartado del mundo, sin conciencia, compromiso o responsabilidad social de los creyentes, es que las nuevas generaciones ya no se identifican con ese discurso.

Segunda entrega
En el siguiente apartado nos referimos a los evangélicos “a mi manera”, en donde hablamos de la ausencia de proyectos sociales y culturales que hoy presentan los creyentes y líderes que se van de las iglesias. Hasta el pasado reciente alguien disentía con el pastor y fundaba una nueva iglesia y esa permanente competencia se constituía en un proyecto permanente de crecimiento del pentecostalismo, manifestando la existencia de un proyecto común y de futuro. En cambio hoy el proyecto es la ausencia de proyectos y sólo la presencia de malestar, disconformidad y perplejidad. En otro apartado nos referimos a las teologías de la prosperidad y de la pobreza como manifestación del desencanto. La existencia de una generación de creyentes pentecostales más reflexivos, críticos y autónomos, conlleva su desavenencia con las predicaciones pentecostales, porque evidencian una legitimación de la pobreza, la desigualdad y la opresión social; al considerarla como una voluntad divina, más que como una condición social injusta. Por otro lado la prosperidad también es criticada por su énfasis materialista de la Biblia y la fe, que en última instancia privilegia y enriquece a los líderes.

Tercera entrega
En otro apartado nos preguntamos: ¿Qué hacemos con los que se van? Antes estaban los descarriados y los conversos que le brindaban dinamismo al pentecostalismo, en cambio hoy los que se van, ya no les interesa volver. Entonces se trata de socializar a creyentes más para la sociedad que para la iglesia. De esta manera se evita los estereotipos arcaicos. Así los que se van, más bien siguen actuando, activando e influyendo en el mundo, sin que necesariamente eso signifique estar perdido o alejado. Por último, nos referimos a la Biblia como libro de inspiración a los inspiradores, en el sentido de no utilizar la Biblia sólo para ir contra el mundo o nuestra intolerancia frente a grupos discriminados, sino para que la Biblia sea un libro que inspire a servir a los demás y proponernos transformar al mundo.

Comenzamos entonces con la primera entrega.

Entre la nostalgia y el sentimiento de la comunidad amenazada

Hasta los años 1980 las iglesias pentecostales funcionaban como comunidades: eran comunidades familiares, donde lo tuyo era mío y lo mío era tuyo. Donde no se daban diezmos, sino ofrendas porque era mucho más dinero que los diezmos, ya que prácticamente nadie tenía un trabajo estable. Tiempos en que las primicias eran abundantes y eran repartidas entre los más pobres de la congregación a su vez, administradas por el pastor. Un apretón de manos, que a veces, iba acompañado de una “bendición del Señor” (aporte en dinero). Las primicias como pescados, mariscos, gallinas, huevos, carne de cerdo, eran compartidas. Las ofrendas eran pan con chicharrones (grasa de cerdo), kuchenes (pasteles chilenos), cazuelas o pescados fritos. En ese entonces la casa del pastor era una extensión del templo, a veces ignorando cómo se sentían los hijos e hijas de éstos. Incluso en ciertas ocasiones se les despreciaba con frases como “gracias a nosotros comes”. Estas frases eran dichas a los niños, como si se pensara que nunca crecerían. Muchos hijos de pastores abandonaron las iglesias de sus padres por la falta de privacidad, el trato duro de los adultos de la iglesia hacia los niños, la desatención del pastor hacia sus hijos por dedicarse a la iglesia, o bien por la pobreza y miseria de la misma casa pastoral. Los creyentes llegaban a casa de sus hermanos de iglesia sin previo aviso. Los pastores sacaban a los descarriados de los bares. Las vigilias terminaban en comidas y los ayunos en comidas en la iglesia. La iglesia se volvía más importante que la familia. La vieja camioneta del hermano “más bendecido”, era la camioneta de la iglesia, cuando las personas más bendecidas eran los hermanos de las FF.AA. y los maridos ideales eran los pastores, los evangelistas y los varones de la FF.AA.

Eran tiempos en que los coritos de campañas evangelísticas eran los hits en las iglesias y se reproducían innumerables veces en los casetes. Eran tiempos en que cuando los hombres caían en pecado, la responsabilidad no era de él sino del diablo. Pero lo más importante era que cada uno disfrutaba de gozo, paz y de la seguridad que brindaba la comunidad. No había miedo porque los pecadores y los “malos” estaban en el mundo, y para evitar eso, por sobre todo, había que alejarse del mundo; había que evitar que el mundo entrara en la casa a través de la “caja del diablo” (televisión). Había que evitar ir a la Universidad o aceptar algún trabajo que pudiese alejar al creyente de la iglesia. Se aprendía la Biblia de memoria, con el llamado “juego de espada” u otros nombres dependiendo de las iglesias. El mayor gusto era recitar salmos y proverbios enteros. Las visiones, los sueños y las profecías complementaban las lecturas bíblicas. El tema preferido de las predicaciones era el arrebatamiento, y ni siquiera se podía ir al cine o a ver un partido de fútbol con tranquilidad, porque en cualquier momento esto podía ocurrir.

Algunos creían que el pentecostalismo no tenía teología, que sólo era un conjunto inarticulado de creencias prácticas y utópicas. Sin embargo, si pudiéramos asignarle un nombre a la teología pentecostal, podríamos llamarla de teología de la pobreza. Aquí no nos referiremos a la teología como la disciplina de estudio ni a la profesión de un teólogo, sino como una mentalidad de Biblia y de Dios. La teología de la pobreza es una concepción bíblica y de Dios muy antigua, que está presente en los distintos grupos que se han constituido al margen de los grupos religioso dominantes. Sin embargo, donde más se hizo manifiesto esta teología fue en el pentecostalismo, definido por distintos sociólogos como “la religión de los pobres”, “la religión de los desheredados”, “la religión de los oprimidos”, etc. Es la religión donde los pobres de la ciudad, los campesinos, los indígenas, los inmigrantes y las mujeres encontraban o encuentran un lugar. El problema no está en ser una iglesia de los pobres, sino en impedir que los pobres dejen de ser pobres o legitimar la pobreza como voluntad divina. Al igual que cuando el catolicismo decía que los “pobres eran los preferidos de Dios”, de esta manera la teología de la pobreza es una teología de clase social: el evangelio es para los pobres, y Dios les sigue amando, en tanto permanezcan pobres, por lo que, desde el momento en que comiencen a experimentar alguna movilidad social, comenzarán a perderse y alejarse de Dios, o Dios se irá alejando de ellos.

Desde la teología de la pobreza no solo se desconfía de la movilidad social, sino también del conocimiento y la inteligencia. Se pensaba que cuanto más ignorante y analfabeta era la persona, más fiel era a Dios. Entonces un creyente perfecto era pobre, analfabeto e ignorante, por creer que “la letra mata” la fe y su relación con Dios. De esta manera, se transforma en una teología que primeramente concibe a Dios con lo tremendo y temible, porque se piensa que Dios siempre da pobreza a los suyos y miseria para que le sirvan y le teman. En segundo lugar, se concibe a Dios como alguien inseguro, ya que quiere tener a sus hijos sumidos y sumisos en la ignorancia y el analfabetismo, para que así no duden ni sean reflexivos. Por lo tanto, pese a que se piensa que Dios da la riqueza y la inteligencia, teológicamente se concibe la riqueza y la inteligencia como beneficios del diablo.

Es posible que alguien diga respecto de lo anterior: “bueno eso ya no es así, todo ha cambiado, hoy los pentecostales no somos analfabetos, ni pobres ni ignorantes”. Porque “hoy tenemos autos, casas y estudios universitarios”. Sin embargo “estudios universitarios” no significa educación. Una profesión no significa conciencia social. Una profesión es escolaridad pero, no necesariamente, educación. Porque pese a que los pentecostales tienen autos, casas, profesión y buenos trabajos, se sigue pensando que la pobreza, la miseria y la necesidad son recursos virtuosos para agradar a Dios.

La teología de la pobreza se podría concebir como una teología estoica. El estoicismo es sinónimo de sufrimiento, sacrificio y negación de las pasiones. En el caso del pentecostalismo esto se basa en el espiritualismo. Esta concepción es la idea de que lo único real es lo espiritual, por lo tanto es un rechazo a todo lo material y lo corporal. Es una especie de filosofía platónica que siendo lo único real el espíritu, entonces el cuerpo es un envoltorio insignificante. Si bien, para los pentecostales, el cuerpo es un templo de Dios, al mismo tiempo es el centro del pecado. Es la reducción de que mientras que la letra mata, el espíritu vivifica, pero también el cuerpo mortifica y el espíritu da vida. La teología de la pobreza fue significativa y consoladora en los tiempos en que dos tercios de la población chilena eran pobres. Un país en constante urbanización pero sin industrialización, y por lo tanto con altos índices de desempleos, subempleos, alta natalidad; y como en todos lados “ser pobre es lo peor”, el discurso de concebir a los pobres como virtuosos ayudó al pentecostalismo a identificarse como una religión de la clase social predominante: la religión de los pobres. Por otro lado, pese a la educación gratuita, tampoco la escolaridad era funcional a los pobres, por el contrario, esta va contra sus proyectos porque un niño o una niña que estudiara era una “mano de obra menos en casa”. Sólo importaba aprender a leer y a escribir. Asistir a la Universidad, tan lejos y tan distante de la realidad de los pobres, no era una opción. Por ello el discurso del pentecostalismo de que “la letra mata el espíritu” tuvo tanto éxito. Por otro lado un pastor analfabeto no importaba mucho, porque lo relevante era que fuera afectivo, dedicado a atender las personas, que brindara auxilio a los desamparados, que hospedara a los sin hogar, que recogiera la gente de las calles y que orara por los enfermos. Para ello, lo que importa es el afecto y no la letra: el pastor era un padre, no un profesor.

Sin embargo, al llegar la crisis de la década de 1980, las mujeres y madres debieron dejar sus hogares para salir a trabajar. Fueron ellas las que impulsaron a sus hijos a estudiar, a que cumplieran la gran meta de terminar la Enseñanza Media (Cuarto Medio). Por lo tanto, esa generación de pentecostales con Enseñanza Media, incluso con profesiones técnicas, educaron a sus hijos para la Universidad en la década de 1990 o del 2000. Porque en los 80 y hasta mediado de los 90 la Universidad era un sueño. También la casa propia se tornó un sueño. Esta imagen de mujer, madre y trabajadora generó tal impacto en la nueva generación de jóvenes universitarios, que ya no quieren ir a la iglesia, no quieren casarse y no quieren tener hijos. En primer lugar, porque la madre que salió a trabajar aumentó significativamente su horario laboral: trabajaba en el hogar, trabajaba fuera del hogar y trabajaba en la iglesia. La vida de la mujer de la década de 1980 adquirió un carácter heroico, que las hijas no quisieron heredar. Además la nueva generación de mujeres aprendió a ser consciente de la opresión y la explotación laboral femenina, pero también a criticar y reflexionar respecto de la sublimación religiosa de la desigualdad de género, como aquella que debían “callar en la congregación” porque sólo el hombre tenía el derecho de la palabra en el púlpito. También debía guardar silencio en el hogar porque “el hombre era la cabeza del hogar”, y también debía guardar silencio en el trabajo porque los reclamos de derechos laborales era una cuestión política que los pentecostales debían evitar, ya que, al contrario, estaban llamados a honrar al patrón.

Sin embargo, la generación pentecostal de “los 90” es una generación que no se distingue de la sociedad en general. Es una generación que quiere disfrutar del bienestar de la vida. Es crítica de la iglesia y sus autoridades, y también de la lectura rutinaria de la Biblia, lectura que ya no da respuesta a los nuevos problemas psicológicos, sociales, políticos y culturales. El discurso de la pobreza como virtud quiere mantener a los pobres en tales condiciones, para que no se alejen de Dios. Implica también no estudiar la Biblia porque desconfía de la razón y la pone en duda, al concebirla como un atributo demoníaco: sólo se lee la Biblia desde la tradición. No se estudia, sólo se leen los mismos textos de siempre. Se desconfía de los libros analíticos y reflexivos, y sólo se confía en los textos que confirman su doctrina conservadora, conformista y fatalista de Dios.

El pentecostalismo en crisis

La sociedad chilena ha cambiado. Cambió la mentalidad de los creyentes pentecostales. Pero no la mentalidad pastoral pentecostal. Mantienen un discurso que se quedó congelado en el tiempo. Se quedó estancado en los 80, con prédicas que apuntan sólo a la espiritualidad abstracta, al cielo y una exigencia exagerada de que los creyentes asistan varias veces a la semana a los cultos. La idea es sólo evangelizar. No existe un mensaje de responsabilidad social, política, cultural o histórica para el creyente. Se continúa pensando a un “Jesús contra la cultura”- La sociedad es secularizada, pero como nunca antes hay una búsqueda de espiritualidad. El problema es que el mensaje pentecostal no logra llegar a la clase media, porque, tanto el pastor como la iglesia siguen teniendo un culto rutinario, sin contenido representativo para aquellos sectores, y a su vez es anacrónico. El evangelio de los actuales pentecostales ha perdido el milagro, la magia y el misterio. La pérdida del carisma lo ha llenado con slogans sin contenido que dicen: “culto de milagros”, pero no ocurre tal cosa. La sociedad chilena cambió y el liderazgo pentecostal parece que no lo sabe. Comenzó a cambiar con el retorno de la democracia, cuando el gozo de la iglesia fue reemplazado por la alegría de la democracia, el cielo fue desplazado por la Universidad, los departamentos y los condominios reemplazaron a las “moradas celestiales”. Por lo demás, la Biblia fue reemplazada por los celulares, la memorización de textos bíblicos por los tips y sobre todo, el cuarto secreto de la oración fue reemplazado por Facebook. Es decir, hoy los pentecostales manifiestan sus malestares y desencantos religiosos en los espacios de las redes sociales.

Pese a que muchos pentecostales no aceptan estos cambios porque no ven en ellos oportunidades, sino obstáculos, anhelan los tiempos de ayer. Los pentecostales adultos extrañan las vigilias, los testimonios, las semanas de oraciones del pasado. Sin embargo los jóvenes y los adultos jóvenes están desencantados; ya no se congregan esperando el arrebatamiento, sino la “iglesia del mañana”. Una iglesia en la que su único interés no sea perseguir homosexuales, condenar los abortos e impedir los divorcios, sino que tenga conciencia social, política, cultural y económica: un pentecostalismo con responsabilidad social. Los pentecostales confunden iglesia con sociedad: no perciben que la religión es una construcción social y que la sociedad no es una construcción religiosa.

Por otro lado, esos fantasmas que los líderes eclesiásticos pensaban que sólo estaban en el mundo-sociedad, ahora también están en las iglesias evangélicas: el consumo de drogas, cigarros y cerveza están visitando a los pentecostales. A su vez llegan los fantasmas más temidos: las tendencias homosexuales, pero sobre todo los divorcios y las depresiones. Eso no significa que ello no hubiera existido antes, existía pero de manera oculta. Antes se solucionaba con ayunos y echando fuera los “espíritus inmundos y demonios”. Si alguien osaba confesar algunos de estos pecados, no había posibilidad de disciplina, sino el ostracismo (destierro) y la pérdida del privilegio de ser creyente en plena comunión, avergonzados ante toda la comunidad. Esto hacía que estos pecados, no se confesaran sino que se ocultaran, por lo tanto los divorcios se ocultaban en argumentos, como “separación para consagrarse al Señor”. Las separaciones conyugales comenzaron antes que los divorcios. Sin embargo, como los matrimonios de ayer ocultaban o no conversaban esos temas, crecimos pensando que nuestros padres eran felices, fieles y feligreses. Eran pobres, pero felices. Hoy nosotros añoramos esa supuesta felicidad y la rememoramos con tips de Facebook. Hoy cuando las mujeres pentecostales se deprimen, las comparamos con las consagradas creyentes de ayer. Admiramos a nuestras madres como mujeres virtuosas, pero criticamos a nuestras hermanas, mujeres, colegas y novias considerándolas débiles, porque ellas no guardan ni ocultan, sino que conversan lo que les sucede. O más bien no toleran el machismo ni los destinos sociales indicados por la iglesia.

Pero hilando fino, en realidad nos damos cuenta que mucho de estos problemas los heredamos, sólo que ayer se pensaba que eran “ataques del diablo”. No obstante, ante tantas preocupaciones: ¿Qué comeremos mañana?, ¿Cómo pagar las deudas?, ¿Dónde sacar el dinero para la ropa, pagar la luz o el agua?, no había tiempo para deprimirse. Hoy no hay respuestas a estos “nuevos problemas” con “viejas respuestas”. Es posible resolverlo desde la Biblia, pero no es suficiente ayunar, orar o exorcizar, sino que se vuelve necesario sacar a la luz la causa verdadera de estos problemas. No es posible refugiarse en la nostalgia y la culpabilización, sino que hay que enfrentar los problemas de hoy con sinceridad y humildad, no creyéndonos mejores que los demás, sino teniendo conciencia que también nos afectan los problemas sociales, políticos, económicos y culturales: porque somos pentecostales en una determinada sociedad. Porque la religión es una construcción social dinámica.

Las mujeres de hoy no toleran el machismo, pero los viejos líderes las acusan de “mujeres Vasthi” o peor aún de “Jezabel”. Por ello el desencanto también es algo de las mujeres jóvenes, que critican el machismo de las iglesias, critican las concepciones conservadoras de la mujer. Estas concepciones se sustentan en que deben casarse, ser madres y quedarse en casa. Hay muchas mujeres que no aceptan estos destinos sociales sino que quieren elegir sus propios sueños, metas y objetivos.


  1. CAMPOS, Bernardo. El post pentecostalismo. Renovación del Liderazgo y Hermenéutica del Espíritu. En: Cyberjournal for Pentecostal-charismatic Research: http://www.pctii.org/cyberj/cyberj13/bernado.html.
  2. DE UNAMUNO, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Madrid, Espasa, 1971.
  3. LYOTARD, Jean-François. La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Cátedra, Buenos Aires, 1987. Para Lyotard el postmodernismo es una incredulidad hacia los metarrelatos (el marxismo, la ilustración, progreso)

Citación (ISO 690:2010): MANSILLA, Miguel Ángel. Postpentecostalismo: El desencanto religioso de los pentecostales, Parte I [en línea]. Trav. Dial. (Rev. RYPC), 31 octubre 2017. <http://www.revista-rypc.org/2017/10/postpentecostalismo-el-desencanto.html> [consulta: ].