jueves, julio 17, 2014

Vivir la fe como juego y fiesta creativa

Publicado en el canal divulgativo: Mosaicos Teológicos | Citación

Vivir la fe como juego y fiesta creativa

"La luz en la Navidad, Catedral de Murcia",
por Emilio A. Cano. Fuente: photocritiq.com.
Juan Pablo Espinosa

La fe cristiana le concede lugar de importancia a la dimensión simbólica y a la mistagogía, entendida como pedagogía que nos permite la comprensión del Misterio. El rito, la fiesta, la celebración lúdica y gratuita, ocupan espacios esenciales tanto en la vida familiar como en la experiencia eclesial. En este breve desarrollo, queremos asumir la necesidad de re-pensar creativamente la fe y su experiencia desde los conceptos del juego y de la fiesta creativa.

El juego como espiritualidad

El hombre posee como nota constitutiva el ser homo ludens, el hombre que juega, el ser lúdico. En todas las culturas está la presencia de los juegos como aspectos rituales. Ellos son códigos convenidos que permiten abrir el espectro a una dimensión más trascendente. ¿Qué entenderemos por juego? Battista Modin sostiene “el juego es un desarrollo de actividades para lograr una distracción o diversión, un sentimiento de gozo y una realización propia”1. La realización propia nos habla de la humanización que el hombre busca en vistas a lo que está más allá de lo cotidiano. El juego funciona así como una ventana a la divinidad. Pensemos por ejemplo en el juego Pok-ta-pok, deporte de la cultura maya que consistía en hacer pasar una pelota por unos orificios puestos en las murallas de las canchas usando solamente los muslos y las caderas. Este juego comenzaba y terminaba con un rito de oración y de ofrenda a los dioses. Ilustremos también con el caso del We Tripantu mapuche, el año nuevo, el cual iba acompañado del juego del palín o de la chueca2, carreras de caballos, del nekulo carreras de personas las cuales iban acompañadas con cantos y rogativas. En estos dos casos vemos una relación directa entre lo lúdico y la espiritualidad o la liturgia específica de cada cultura.

Desde la óptica cristiana, Battista Modin sostiene que el juego posee tres características principales3. La primera nos habla de una función lubrificante, es decir, el juego es un medio para salir del marco de la exigencia del trabajo en busca de la diversión con los más cercanos. Se espera el fin de semana para renovar energías. La liturgia tiene así su cabida. Llegamos luego de una semana de trabajo exigente y en muchos casos alienantes, a participar de la celebración litúrgica comunitaria liberadora que nos permite volver a las fuentes, al origen libre de la condición humana.

Ahora bien, ¿cuál es la relación entre la liturgia, la espiritualidad cristiana, el juego y la fiesta? Quizás uno de los elementos más notables sea el lugar de lo corporal en medio de la celebración. El cuerpo viene desgastado, el alma inquieta. En la liturgia, cuerpo y alma se tranquilizan y buscan el descanso que proviene de la fuente divina. Pouilly, Paludo y Trudel nos dicen que “la liturgia como acción requiere un cuerpo que se mueva y un espíritu que se manifieste en y por el gesto (…) El gesto es expresión corporal de una actitud interior, a su vez, ésta se expresa a través del rito”4. Por medio de nuestros cuerpos y espíritu alabamos al Dios que nos salva para así cumplir el precepto: “Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza” (Dt 6,5).

Una segunda característica es ver al juego como una posibilidad de re-crear la inteligencia y la libertad con la consecuente auto-realización. En la experiencia gratuita del juego liberador experimentamos también la resurrección, la plena realización. Es por la acción de la gracia que Dios Padre resucitó a Jesús por medio del Espíritu Santo. La resurrección es un acontecimiento escatológico gratuito por medio del cual se realiza el paso de la utopía a la “topía” humana de la liberación de todas las ataduras del pecado, es decir, en Jesús encontramos el lugar en el cual Dios está actuando de manera radical. En palabras de L. Boff:

“la resurrección de Jesús significa (…) la realización total de las capacidades que Dios colocó dentro de la existencia humana. Con eso, fueron aniquilados todos los elementos alienantes que laceraban la vida como la muerte, el dolor, el odio y el pecado (…) La esperanza humana se realiza en Jesús resucitado y ya se está realizando en cada hombre”5

¿Cuál es la relación entre la resurrección como acontecimiento escatológico gratuito y liberador y la celebración litúrgica de las comunidades cristianas? Veamos en primer lugar qué entendemos por fiesta. Aquilino de Pedro sostiene: “En la fiesta se celebra el sentido positivo de la vida, recibida como don. La persona en fiesta se siente feliz de vivir. Celebra el existir, que es la base de todo su ser”6. Ahora bien, si esto lo llevamos al acontecimiento metahistórico7 de la resurrección, comprendemos que en la liturgia celebramos justamente el don de la nueva vida con la que Dios Padre ha reivindicado a Jesucristo a causa de su entrega gratuita por la totalidad del género humano. Porque es justamente allí, en donde radica el dolor y la muerte, que los creyentes en el Dios de Jesús de Nazaret añoramos y profetizamos en pro de la justicia y de la vida. Sabemos que el sufrimiento, la nada de Sartre no es la última palabra. Es gracias a la resurrección de Jesús que comprendemos que “la fiesta es una condena a la injusticia. Es pregonar la hermandad y la caridad”8

Ahora bien, ¿qué relación guarda con el juego liberador, con el momento de distensión? Así como los niños pequeños por medio de sus juegos crean y re-crean constantemente sus propios mundos al momento de acceder a otros y a otras que se constituyen en sus semejantes, Dios va adentrándose en nuestras propias vidas con Aquél que es la Vida misma. Los niños tienen esa capacidad de degustar lo que es gratuito. Pensemos en un caso concreto, un simple juego de futbol entre los chicos del barrio un domingo por la tarde. Lo más probable es que muchos de ellos sean los mismos de siempre, pero llega uno o dos nuevos, unos desconocidos. Pero ¿qué sucede? Los ‘nuestros’ aceptan y permiten que los ‘otros’ o ‘ellos’ puedan ingresar en nuestro mundo. Los niños tienen esa posibilidad de vivir lo que teológicamente afirma Boff: eliminar aquello que lacera la vida humana, botar barreras y ser todos lo mismo. Los niños son así los seres más libres. Eso es también lo que pasa en la liturgia. Venimos de muchas partes pero compartimos un código común y en ese lenguaje por medio del cual decimos el mundo experimentamos lo gratuito, la resurrección y la fiesta lúdica.

La tercera característica es comprender que el juego tiene una dimensión escatológica ya que nos habla del estadio final del hombre, de la dulce despreocupación, del gozo y de la alegría que no se le puede quitar. En esto, es interesante también comprender que dentro del imaginario escatológico de nuestro pueblo latinoamericano la plenitud del cielo o de la presencia de Dios se ve como un momento de alegría y de gozo lúdico gratuito.

En esto, me gustaría traer un bello testimonio presentado por J.B. Libanio, teólogo del Brasil. Sus palabras hacen referencia justamente a la comprensión que el pueblo sencillo tiene de lo escatológico, del cielo. Es la imagen que los pobres tienen de la comunión con Dios, la cual es presentada justamente como una fiesta, como un momento de ‘dulce despreocupación’. Él nos dice: “El cielo es concebido por el pueblo sencillo como un lugar. Lugar de encuentro y de fiesta, de convivencia, de hartura y comunión (…) Hay abundancia de espacio para todos, como ocurre con el corazón de la madre, en el que ‘siempre cabe uno más’ y con la casa del pobre. Además de eso, hay momentos en la vida del pueblo, normalmente tan dura y tan dolorosa, en los que se anticipa y se experimenta ya ese cielo, como las ocasiones de fiesta”9

La fiesta y lo simbólico en la vida cristiana

Sostiene Leonardo Boff que “la comunidad eclesial (…) celebra a la luz de la fe la misma vida, las conquistas de todo el grupo y sus encuentros. Sabe dramatizar sus problemas y soluciones: liturgiza lo popular y populariza lo litúrgico; aprende a descubrir a Dios en la vida, en los acontecimientos, en sus luchas”10. Esta experiencia tan propia y encarnada en la fe cristiana de recordar aquello que le viene desde su fundación permite que lo simbólico se actualice en la totalidad de la vida de la Iglesia.

El sujeto es un animal de los símbolos, de los signos por medio de los cuales él “dice su mundo”. La experiencia del símbolo en la vida cristiana tiene la característica de ser algo dinámico y por tanto lúdico, que permite que el hombre participe plenamente de él. El símbolo también tiene la particularidad de ser polisémico. No aprisiona al Misterio en una sola definición. Se puede comprender y debe re-crearse continuamente desde “una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del Misterio”11. Esto último tiene como lugar central la misma explicación del misterio mediante una renovada mistagogía (pedagogía del misterio), es decir y siguiendo el planteamiento del Papa Francisco, debe considerar la “necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana”12.

Al igual que el rito lúdico, la fiesta y lo simbólico poseen una dimensión escatológica, que Juan José Tamayo ha relacionado con la utopía y con lo anticipatorio. Él sostiene

“el símbolo se ubica en el horizonte de la utopía. Ayuda a recuperar la identidad perdida, pero no mirando al pasado con añoranza, sino centrando la mirada en el futuro con intención anticipatoria. Ejerce una función utópico-anticipatoria, ya que apunta al ideal de una humanidad liberada de toda opresión (…) lo que se anticipa en los símbolos sacramentales cristianos, por ejemplo, son los valores del Reino, el nuevo cielo y la nueva Tierra donde acontece la salvación”13.

Un texto paradigmático: El hijo pródigo (Lc 15,13-32)

Para finalizar nuestro desarrollo, queremos re-leer un texto conocido por todos: El hijo pródigo. En nuestra lectura los aspectos que hemos venido reflexionando más arriba. El retorno a la casa del Padre es una gran liturgia en donde tienen lugar el juego, lo lúdico y sus manifestaciones celebrativas y simbólicas. Queremos centrarnos en el último momento del relato lucano (vv. 20-31).

El hijo que había gastado todos sus bienes en prostitutas y en fiestas (v. 13) experimenta un proceso de conversión, de re-educación de la mirada. Recapacita y discierne y decide volver a la casa del Padre (vv. 17-19). Y cuando regresa el Padre lo ve desde lejos y corre a su encuentro besándolo y abrazándolo enternecido (v.20). El Padre lo contiene y sin decir nada le perdona, y dicho perdón se traduce en celebración gratuita.

“Pero el Padre dijo a sus sirviente: Enseguida, traigan el mejor vestido y vístanlo; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta” (Lc 15,22-24)

El tema de las comidas o de los banquetes no es un tema nuevo para el Nuevo Testamento. Su presencia se acentúa ya sea en imágenes metafóricas o reales en donde vemos que los creyentes se reúnen en la mesa o se utiliza esta para significar la presencia de Dios. Hay un aspecto que nos interesa para comprender la relación entre tiempos del eschatón, la Eucaristía y los procesos de liberación, esto es el advertir que en los últimos tiempos la renovación de la creación se presentaría como un gran banquete, al cual estarían como invitados principales los excluidos del sistema. El tiempo mesiánico sería inaugurado con un gran banquete (Cf. Is 25,6-8) en el cual la mesa se llenaría de manjares enjundiosos, que en el texto se representan con el ‘ternero engordado’ preparado suponemos para una celebración especial en la casa del Padre. En nuestras propias casas, comunidades eclesiales domésticas, también hemos experimentado este ‘matar el ternero engordado’, es decir, colocar en nuestras mesas lo mejor de nosotros por muy sencillo que sea. Cuando llegan nuestros invitados los queremos hacer sentir cómodos en nuestros propios ambientes y contextos.

La fiesta conlleva ‘música y danzas’ (v. 25), sensualidad y juego. El imaginario de lo festivo se actualiza en las manifestaciones culturales de cada pueblo. Y ese mismo pueblo sabe cantar a su Dios y danzarle. Gracias a estas mediaciones culturales, se re-crea el origen y las fuentes de lo que celebramos. Por medio del juego, de lo lúdico, de lo simbólico y celebrativo, experimentamos además el paso de una condición de alienación a una de libertad. Pensemos en el caso de Miriam hermana de Moisés que encabeza las danzas hebreas en honor al Dios liberador una vez que acontece el paso por el mar (Cf. Ex 15,20).

La fiesta es símbolo de la vida, de la resurrección. En nuestras comunidades los días de celebración entonamos cantos, bailamos danzas y compartimos los alimentos en vistas a la “memoria peligrosa del Dios Mesiánico, del Dios de la resurrección de los muertos y del juicio”14, que resucitó de entre los muertos y que hace justicia de sus pobres.

En el mismo relato del hijo pródigo acudimos a esta dimensión escatológica del juego y de la celebración. Leemos en el texto que en el momento de la confrontación del hijo mayor con el Padre, éste último le dice “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc 15,31-32). Hacer fiesta y vivir el juego gratuito es por tanto celebrar la Resurrección cotidiana. ¡Cada día debe ser resurrección!

Conclusiones

La celebración y el juego como momento de distensión y de gratuidad no deben quedarse aprisionados en el templo material, sino que deben prolongarse hacia las calles, poblaciones, escuelas, juntas de vecinos, universidades, etc. En estos tiempos en los que hemos de re-crear nuestras prácticas evangelizadoras hemos de transformarnos continuamente en una Iglesia de salida, una Iglesia que sea callejera de la fe y que en su pascua por los nuevos mares actualice creativamente la música, las danzas, las celebraciones, los abrazos, los juegos y los símbolos con los cuales puede ir mediando en la interiorización del Misterio, especialmente de los más pobres, primeros convidados al banquete del Reino.


  1. Battista Modin, Teologías de la praxis, BAC Popular, España, 1981, p.51
  2. Juego parecido al actual hockey.
  3. Cf. Battista Modin, Teologías de la praxis, p. 59
  4. Alfredo Pouilly, Faustino Paludo & Jacques Trudel. Expresión de la corporeidad. En AA.VV. Manual de Liturgia. La celebración del Misterio Pascual. CELAM, Colombia, 2000, p. 441.
  5. Leonardo Boff. Jesucristo el liberador. Indo-American Press Service, Colombia, 19774, p. 147.
  6. Aquilino de Pedro. Liturgia. Curso básico para fieles y comunidades. Chile, 1996, p. 25.
  7. Lo metahistórico expresa que la resurrección aconteció en un momento y en un lugar determinado de la historia pero que a su vez la trasciende, va más allá (meta) de la historia.
  8. Aquilino de Pedro. Liturgia. Curso básico para fieles y comunidades., p. 29.
  9. Juan Batista Libanio & María Clara Bingemer. Escatología cristiana. Paulinas, Madrid, 1985, pp. 270-271.
  10. Leonardo Boff, Eclesiogénesis, las comunidades de base reinventan la Iglesia. Sal Terrae, Santander, 1986, p. 67
  11. Papa Francisco, Evangelii Gaudium n°171.
  12. Evangelii Gaudium n°166.
  13. José Tamayo, Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo. Herder, Madrid, 2012, p. 144.
  14. Johann Baptist Metz, La teología en la lucha por la historia y la sociedad. En Teología y liberación: perspectivas y desafíos. Ensayos en torno a la obra de Gustavo Gutiérrez. CEP, Lima, 1989, p. 290.
Citación (ISO 690:2010): Juan Pablo Espinosa. Vivir la fe como juego y fiesta crativa [en línea]. Mos. Teol. (Rev. RYPC), 17 julio 2014. <https://www.revista-rypc.org/2014/07/vivir-la-fe-como-juego-y-fiesta-creativa.html> [consulta: ].