miércoles, abril 23, 2014

Persona y clonación humana, Parte III

Publicado en el canal divulgativo: Naturaleza y Trascendencia | Citación

Persona y clonación humana, Parte III

VER PARTE II


"Reflexiones", por Camilomicrom. Fuente: deviantart.com.
¿Qué hay a propósito de la posibilidad de que algún clon humano sea considerado persona?

Carlos Sierra Lechuga

Hemos pasado revista a varios puntos previos para la constitución formal de la pregunta que cuestiona por la relación entre persona y clonación humana. Sin duda que no hemos respondido tal pregunta de manera unívoca, ni estamos facultados para tal proeza. Nuestro propósito ha sido siempre clarificar las cosas sobre la mesa, porque de no hacerlo podríamos tener un bonito aparato radiofónico que funcione de maravilla sin saber cómo lo hace y, por ello, en cuanto deje de funcionar no sabremos por qué. Por suerte, hasta donde sabemos, que los aparatos radiofónicos no funcionen no resulta peligroso. ¿Qué hay con clonar (operación) sin entender (ciencia)? Descartes diría que nos equivocaríamos, eligiendo mal por bien y lo falso por lo verdadero. Esto anterior son justamente nuestras bases; la clarividencia. Revisamos, además, el carácter efectivo de la clonación humana, y aunque efectivamente es viable la clonación de determinadas estructuras, no así el de aquella estructura que con toda propiedad llamamos persona. ¿Pero, que hay con la personalidad de la persona? La última vez veíamos la historicidad y de pasada la ontología de la misma; en la primera notábamos que la persona ha sido una construcción histórica, no tratándose necesariamente de una arbitrariedad, pero sí de un concepto contingente: ha variado y así es como puede seguir variando. Frente a esta historicidad, la personalidad de un clon humano es ciertamente posible. Por otro lado, preguntábamos por su ontología; y en este caso la pregunta es llevada a un nivel diferente que el meramente nominal; se trata positivamente de un nivel metafísico. Aquí vimos que las características de la persona tratan de ser consideradas como propiedades, no como meros atributos; y una de éstas quiso ser la autoconsciencia. Notamos entonces que pensar de tal forma trae más problemas que aquél que se intentaba responder. Queda, así, abierta la necesidad de la pregunta por la personalidad en cuanto tal, debemos llegar a ese nivel metafísico, y para el caso habrá que pensar de otro modo. No extrayendo de lo humano lo personal, sino viendo que lo personal resulta ser humano. Indaguemos la ontología de la persona; veamos cómo queda relacionada con lo humano y, al final, concluyamos estas breves lecciones.

Reflexión personal

Hay, pues, preguntas anteriores que el mundo (sobre todo el mundo académico) deja de lado quizá por su vasta complejidad, prefiriendo saltar a las situaciones más rentables que, quizá, podrán ser lo interesantes que se quiera, pero no dejan de ser secundarias. Es preciso, al menos, tener claras ciertas nociones previas. Como antes ya he dicho: α) lo que se ha entendido por persona es resolución histórica, por lo tanto, es viable que los clones sean considerados como tales, β) frente a la pregunta por la ontología de la persona, no tenemos claro si un clon humano podría ser nombrado como tal porque la respuesta a tal pregunta amerita consideraciones previas que no se han respondido todavía. Permítaseme, sólo a modo de presentación y disculpando la ligera argumentación, mostrar algunas líneas de lo que pienso como base suficientemente densa para una ontología personal. Sentado todo lo anterior, y –reitero– asumiendo la (pronta) existencia de clones humanos, sólo entonces, creo que lo más honesto y responsable que puedo hacer con el lector es γ) dejarlo, a la postre, frente a su propio criterio.

Sea cual sea el sujeto susceptible de ser persona, a él le vendrá su especificidad como tal no por ser alguna clase (quizá «superior») de animal, tampoco de que sea dador de sentido del mundo, no de la comunicación intersubjetiva y demás esquematismos, como tampoco de su autoconciencia ni de la consistencia de un mejor argumento que delimite lo que es ser persona; es decir, la ontología de la persona debe ser descubierta en la historia pero no construida por ella. Como decía, es preciso conceder por principio una realidad personal. La especificidad de quien es susceptible de ser persona radica en la resistencia específica de su ser real respecto de la resistencia de otras realidades. Esto es, dicha especificidad está en cómo ella se relaciona con el resto del mundo y cómo el mundo queda relacionado específicamente con ella, i.e., la especificidad de quien es susceptible de ser persona radica en el cómo de su correlación al mundo, o lo que es lo mismo, radica en el enlazamiento personal-mundanal. La persona se relaciona, ni duda cabe, con los objetos inanimados, mas es la relación que hay entre ellos la que exige a la persona acercarse al objeto de tal o cual modo, justo como la relación con cosas animadas le exige a la persona tener otra clase de relación. Las personas no se relacionan de la misma manera con cosas animadas que con cosas inanimadas, por ejemplo. Pero a partir de su relación, que es siempre una relación de facto, lo relacionado mantiene su impronta uno en el otro constituyéndose así recíprocamente. Hay, entre ellos, un enlazamiento estructural: su correlación los estructura a ser lo que son. Cuando hay enlazamiento, aquello que queda enlazado no puede serse ya mutuamente indiferente. Esto, en cierto sentido, lo hacen todos y no sólo las personas, es verdad. Pero en el modo preciso como lo hacen las personas no hay sólo un mero condicionamiento del mundo sobre ellas, como tampoco un mero enseñoramiento de ellas sobre el mundo sino, sobre todo, hay un horizonte abierto de posibles respuestas dentro del cual la persona queda obligada a responder de alguna forma. En esta necesidad de responder según un horizonte abierto de posibilidades, en esta inflexión de la necesitad y la contingencia, ocurre el modo concreto en que las personas se garantizan como tales: la responsabilidad.

Frente a esta imposición del mundo de cara a la persona, y frente a la deliberación de la persona de cara al mundo, ocurre que para las personas la realidad antes que ser consistente, es resistente. Antes que ser una disposición de estímulos o antes que ser un ordenamiento divino, etc., la realidad se resiste a lo que la persona quiera hacerle. Antes que ser cualquier precomprensión histórica, la realidad aparece como resistente; nos manifiesta su alteridad, manifiesta ser otra que nosotros mismos,1 las mismas precomprensiones dan cuenta de ello al no poder comprender más que lo que la precomprensión dispone. Y estar en conformidad con dicha resistencia, esto es, el asumirse constitutivamente una persona mundanal en un mundo personalizado, el poder obrar según posibilidades limitadas por el propio mundo sin pretender tergiversarlas, el responder adecuadamente, el elegir lo preferible (elegantia), es justamente lo que llamamos responsabilidad.

Cuando una persona queda –digámoslo así– enlazada al resto de la realidad (enlazamiento que de facto siempre está ya dado), sin duda hay algo que ella atribuye a dicho resto personificándolo; así, por ejemplo, modifica su entorno, lo ornamenta, lo dota de sentido, lo deifica o ritualiza, etc.; pero son esas realidades primigeniamente impersonales las que acotan aquello que la persona pueda atribuirles, así, una persona modifica el entorno tanto como el entorno se lo permite; por ejemplo, ritualiza al espacio con un templo y al tiempo con un calendario litúrgico, pero ni el templo ni el calendario pueden estar hechos de cualquier modo, baste mencionar que el templo requiere una ingeniería que considere seriamente la fuerza gravitatoria y el calendario de una proyección que considere seriamente ciclos planetarios, pasado y futuro, etc. La persona personaliza el mundo pero el mundo mundaniza a la persona constituyendo en dicho enlazamiento la imposibilidad de enseñoramiento absoluto por parte de la persona y de cosificación absoluta por parte del mundo. La persona tiene una responsabilidad con el mundo en la medida en que todo el mundo queda personificado por ella y ella queda imbuida en las disposiciones del mundo. El mundo y la persona están realizándose en su mutua imbricación. Y es ahí donde debe responderse, donde la persona debe responsabilizarse. Esto es claro, por ejemplo, cada vez que una catástrofe natural ocurre, por caso, un terremoto: la persona ha impreso su huella en el mundo pero debe vérselas con las disposiciones que éste le exige en ese preciso momento. En medio de una situación en la que la relación con el mundo queda manifiestamente (y trágicamente) patentizada, hay una muestra de que, precisamente, las personas se humanizan.

La persona se responsabiliza en su enlazamiento con el mundo, y quien muestra concretamente una capacidad tal de respuesta, es el hombre. Así pues, lo que quiero mostrar es una inversión a la construcción clásica de lo que se entiende por persona. Clásicamente se toma por modelo al hombre y entonces se seleccionan de él características que imputar al concepto de persona, ya sea la autoconciencia, la sujeción al derecho por ser un ser social, la dación de sentido, etc. (de aquí que luego los delfines y ballenas sean nombrados también personas, i.e., por compartir características encontradas primeramente en el hombre); pero lo que digo es que hay que partir justo a la inversa. Si partimos de una ontología de la persona que no precomprenda lo que ésta deba ser, podemos llegar a la efectividad de la responsabilidad de ésta sobre el resto de la totalidad, ¿en qué medida? En la medida en que la persona todo lo personaliza. Siendo el caso, ¿quién sino el hombre es el único que fisgonea la totalidad de lo real en la medida en que todo cuanto sea imaginable, siquiera concebible (v. gr. la moralidad de los clones), deviene objeto de su mirada curiosa? Y es también en la medida en que ese todo que puede ser siquiera imaginable es imaginable en cuanto todo; el hombre es ese quien escudriña (que en griego se diría σκοπεῖ) la totalidad no sólo en cuanto aditividad de sus partes sino además qua totalidad. En esta medida la totalidad queda, ya de facto, enlazada con él.

No es que el hombre dé las características de lo que es ser persona, sino que la persona personalizante es aquella que todo cuanto toca lo hace suyo. Y este hacer suyo no es, de nuevo, ningún enseñoramiento, pues lo tocado impone el modo como dejarse tocar, impone su resistencia; este hacer suyo es, en todo caso, una responsabilización. La persona se responsabiliza, y el único del que tenemos plena noticia que puede responsabilizarse de la totalidad de lo real, es el hombre. Tanto así que, incluso, los clones y sus consecuencias serán responsabilidad suya. El hombre es siempre un hombre personalizado.

Persona personalizante y hombre personalizado. La persona tiene por característica fundamental la de ser hombre. Bien como bípedo sin plumas, bien como animal racional, como imagen y semejanza de Dios o como poseedor del libre albedrío y dueña sus potestades, la persona es, ante todo, hombre. ¿Es legítimo hablar, como ya se hace, de personas no-humanas? Lo sería si del hombre extrajimos las cualidades de ser persona, pero no si, inspeccionando ontológicamente a la persona en sí, encontramos –justamente a la inversa– que una de sus cualidades fundamentales es ser-hombre. En este sentido, persona no-humana es una contradicción interna de los términos. ¿Qué pasa, pues, con los derechos de los cetáceos, de los perros, etc.? Pues que más que ser derechos de ellos por ser «personas no-humanas», son responsabilidad nuestra por ser nosotros, en cuanto hombres, personas. Sustitúyase en este ejemplo a los cetáceos por cualquier clase de clon («¿tendrían derechos los clones?» No, formalmente nosotros tendríamos obligaciones sobre ellos). Sea como sea, lo quiero dejar bien en claro es que más allá de que cualquier otro animal, clon, etc., pueda ser considerado persona, el hombre es siempre hombre personalizado.

La persona, pues, en el sentido antes señalado, no puede ser no-humana, so riesgo de que a la persona le quede abierta la puerta a ser inhumana. Pues bajo la perspectiva clásica que extrae las cualidades de la persona de las del hombre (y no a la inversa, como ahora lo hago aquí), un hombre bien podría justificar su irresponsabilidad apelando a su inhumanidad; o, sencillamente, apelando a que no comparte las cualidades humanas que han sido transferidas al concepto de persona. Así pues, no es que la persona sea sujeto de derecho por ser hombre (de hecho, hoy en día no está claro que tan «hombres» son ciertos hombres –nótense las querellas sobre el aborto, la eutanasia y, claro, la clonación– y, por lo tanto, no está claro qué tanto derecho tienen; la mórula, el embrión, el moribundo, el clon, etc., tienen sólo ciertos derechos, pero no todos los de una persona). No es que la persona sea sujeto de derecho por ser hombre, sino que, puesto que toda persona es sujeto de derecho, y toda persona es fundamentalmente humana, entonces el hombre queda sujetado al derecho (y a la obligación). Debe, pues, por ser persona, responder.

No es que el hombre sea hombre personal, más bien la persona es siempre persona humana, y es precisamente bajo esta adherencia del hombre respecto de la persona que el hombre no puede, jamás, esconderse tras de su animalidad o cualquier otra cualidad. El hombre, antes que ser animal, es personalizado; será lo animal que se quiera, pero siempre animal no animalizado sino, precisamente, personalizado; el hombre encarna a la persona –decimos, precisamente– la personifica. En dicha personificación le va su responsabilidad. Si el hombre no personificase, si la persona no fuese siempre persona humana, el hombre tendría una «salida» para no ser más que pura animalidad, o quizá mera materia orgánica organizada según cadenas de carbono; pero el hombre, si bien es también todo eso, es todo eso personificado, digamos: es carbono, pero lo es en persona. Y, en cuanto tal, debe responder como persona; cadenas de carbono no tiene responsabilidad alguna, a menos que, antecediendo a ello, estén llamadas a ser personas.

En la personificación que el hombre lleva a cabo, y en virtud de que, en última instancia, todo queda personalizado por él, resulta que en su relación con otras realidades está llamado a responder por ellos siempre (i.e. a ser responsable). La propiedad de la persona de ser hombre exige a toda persona a ser humano, quiero decir, a ser humanista y humanitario, pues cada vez que está con otras realidades, éstas aparecen siempre ya como personalizadas, nunca como meras ilusiones, objetos de juego, abstracta fuerza de trabajo, imaginarios conejillos de indias, quimeras, etc. Y ni aquel que por trastornos patológicos sea incapaz de reconocer la personalidad del mundo queda exento de su responsabilidad pues, antes que ser un «hombre-enfermo», es primeramente persona. Lo mismo para aquel que a ultranza haga cosas «en nombre de la ciencia»; antes que ser «hombre-científico» es persona.

Conclusión

Nosotros debemos responder. ¿Podría considerarse a un clon humano como una persona? A reserva de ver qué tan clon es el clon, esto es, si es semejante al hombre o es hombre, no tenemos otra que responsabilizarnos nosotros por ellos. Quizá esta respuesta, muy parcial, deje insatisfecho al lector, pero considero que en nuestro tiempo toda respuesta al respecto desemboca en la misma insatisfacción; siendo el caso, fue por ello que presenté esta tesis siempre como parcial, de no hacerlo podría haber incurrido en ideología. Era necesario todo lo dicho para tener una zona clara desde la cual poder mirar el problema; sin una plataforma clarividente, las posibles respuestas resultan irresponsables. A final de cuentas, como al inicio sugería Descartes, no hagamos sin entender, porque entonces el error se hace inminente; dada la posibilidad, el que podamos clonar no implica que comprendamos la cuestión por la clonación y, si no comprendemos, el que pueda clonarse no significa que deba clonarse. Y, sin embargo, aun cuando supiéramos por qué es posible clonar, quedaría abierta la pregunta de para qué hacerlo. Si hacemos sin comprender, los consecuencias serán nuestra culpa, si primero comprendemos, quizá el hacer no sea siquiera necesario, y entonces seremos responsables. Cuando la voluntad rebasa al entendimiento se elige el mal por el bien, la ficción por la efectividad, la comodidad por la complejidad, la animalidad por la personalidad, la superfluidad por la responsabilidad, lo falso por lo verdadero; cuando la voluntad rebasa al entendimiento, se es irresponsable. Cristianamente diría: ello hace que me engañe y que peque. “Ce qui fait que je me trompe et que je pèche.” 2


  1. Así es como Descartes termina la cita que antes mencionamos. En latín “atque ita et fallor et pecco.”
  2. A reserva de matizar esta alteridad. En efecto, es otra que nosotros a pesar de ser también nosotros reales. Estamos en medio de la realidad, embebidos de ella, de facto estructurados (enlazados) pero, en principio, distintos; constituimos una unidad distinta. Siguiendo lo que en el texto estamos por decir, podemos decir que la realidad es la unidad estructural entre persona y mundo (éste apareciendo formalmente como siendo real a aquélla, a pesar de cualquier contenido). He tratado esto en otras ocasiones, cfr. SIERRA-LECHUGA, Carlos, “¿Por qué decimos que la Realidad es una y que, además, tiene ventanas distintas?”, in. Navarro, César y Chamorro, Gonzalo (eds.), Ciencia y Fe: dos ventanas una realidad, Guatemala: Sociedad Educativa Latinoamericana para Fe y Ciencia, 2013, pp. 23-37. Y SIERRA-LECHUGA, Carlos, “Dios y la Realidad Fásica: Aplicación de las distinciones entre la consistencia lógica, la existencia objetual y la subsistencia metafísica.”, Apuntes Filosóficos, Vol. 22, N° 42, año 2013, pp. 170-201.

Citación (ISO 690:2010): SIERRA LECHUGA, Carlos. Persona y clonación humana, Parte III [en línea]. Nat. y Tras. (Rev. RYPC), 23 abril 2014. <http://www.revista-rypc.org/2014/04/persona-y-clonacion-humana-parte-iii.html> [consulta: ].