viernes, julio 08, 2011

La ética cristiana frente a la realidad social

"La curación del ciego" II de El Greco.
Fuente: lib-art.com.
Gustavo Daniel Romero

Cuando confrontamos la ética cristiana con la realidad social en la que estamos insertos, debemos tener en cuenta, al menos, tres características objetivas de esa realidad, que se destacan por su relevancia a la hora de abordarla desde la perspectiva de aquellos y aquellas que hemos aceptados gozosos el regalo de Dios en Jesucristo y el compromiso que significa el trabajar para Su Reino; a saber:

1) Los elementos formales de la realidad social son mucho más antiguos que los individuos que la constituyen. El sistema simbólico, las costumbres, las tradiciones, las leyes básicas, la tecnología, las técnicas para lograr que se hagan las cosas y distribuir el poder. Esta longevidad social es beneficiosa: La estabilidad de la sociedad requiere que construyamos sobre las soluciones de generaciones anteriores. Como una consecuencia, sin embargo, el pecado de esas generaciones también continúa.

2) La vida social prosigue con relativamente poca dependencia de la toma de decisiones individuales conscientes o de la responsabilidad.

3) La vida social a menudo consiste en problemas complejos para los cuales parece no haber soluciones. Cada vez que intentamos una solución, únicamente creamos problemas nuevos en otro punto.

Lo expresado nos advierte que las estrategias de acción y normas éticas que funcionaban en el nivel de las acciones concretas (conscientes, con una cierta intencionalidad) no funcionan en el nivel del sistema social. En este pasaje de un nivel al otro, emergen nuevas propiedades que nos permiten percibir que estamos tratando con un nivel diferente (no necesariamente superior en términos éticos). Y esta emergencia de nuevas propiedades modifica al mismo tiempo las formas de funcionamiento del sistema.

Por ejemplo, en el campo económico de las sociedades, una de las novedades fundamentales de las teorías económicas modernas, desde Adam Smith, es el descubrimiento de que sistemas económicos modernos amplios y complejos, como el mercado, no son resultado de acciones conscientes e intencionales de agentes económicos, ni de la suma de esas acciones. La famosa imagen de la “mano invisible” utilizada por Adam Smith para explicar los resultados no intencionales de las acciones de los agentes económicos en el mercado es la metáfora más conocida e influyente en el campo de la economía que tiende a sintetizar esta novedad teórica.

No basta que seamos honestos y que actuemos de acuerdo con los valores morales, si el sistema económico y social en el que estamos insertos es un sistemáticamente perverso o socialmente excluidor y opresor. En definitiva, la ética no puede ser reducida a la discusión de la intencionalidad y de la acción concreta de los agentes sociales y, por eso, la estructura social –que delimita las posibilidades de acción de sus miembros y genera los efectos no intencionales- debe ser asumido como un lugar éticamente relevante.

Todo esto recuerda a la ética cristiana que el mal no se limita a las personas como individuos, sino que impregna la totalidad de la vida. Las consecuencias del reconocimiento de la presencia del pecado en las instituciones, tanto como en nuestra vida personal, hace que nuestra actitud hacia la sociedad cambie. La ética cristiana se vuelve sensible al surgimiento de la condición de pecado social. Esta percepción afecta nuestra actividad en el mundo. Cambia la posición del ciudadano cristiano desde una postura de obediencia pasiva a otra de responsabilidad activa. No podemos ya descargar nuestra responsabilidad aceptando pasivamente el “status quo” (el orden tal cual es) como la voluntad de Dios. En el contexto de la corrupción del sistema, el cristiano es llamado a ser “sal de la tierra” (Mt 5:13), resistiendo la corrupción del mismo modo con que resiste y combate la oscuridad: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt: 5:14). Servimos a un orden distinto: el Reino de Cristo, quien juzga y confronta al mundo.

El pecado social también implica el temor, la humillación, el sufrimiento y la pérdida, cuando el ser humano hace daño a otro ser humano. No somos tocados con la red de justicia hasta que dentro nuestro ésta se vuelve una con nuestra angustia ante el sufrimiento humano. Ahí, recién, tomamos más conciencia acerca del significado de que “Cristo murió por nosotros”.

Nuestra posición de clase afecta la forma en que pensamos, como así las consideraciones de raza, sexo y patriotismo. Deberíamos examinar estas posturas para detectar esos elementos.

Las estructuras sociales emergen de la interacción de los efectos intencionales y de los efectos no-intencionales de las acciones individuales y colectivas. Ellas se constituyen en ruptura con la intencionalidad y la eticidad de los actos de los individuos.

Como ejemplo y corolario de lo expuesto, sostengo que es imposible a la lógica del capitalismo realizar los dos principios éticos centrales colocados por el Papa Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus: el primado del trabajo sobre el capital y el destino universal de los bienes, fundando y limitando la propiedad privada, pues el capitalismo es incapaz de operar con aquellas exigencias éticas, independientemente de la buena voluntad del capitalista individual. Y no sólo es incapaz, sino que se funda precisamente en lo contrario. La lógica del sistema económico funciona y produce sus resultados independientemente de la voluntad individual del agente.

La noción de culpa deriva de la idea de que erramos moralmente, sea por ignorancia, flaqueza o intención de hacer el mal. Por eso, la relación del sujeto con la culpa es un correlato de la degradación o pérdida del sentido de la dignidad ética. La responsabilidad, a su vez, puede o no estar atada a la culpa. Está atada a la culpa cuando somos gentes de infracción u omisión y de nosotros depende la secuencia de los efectos reprobados. Pero podemos ser responsables frente a estructuras injustas, estructuras de pecado, y sentirnos llamados a luchar por su transformación sin que tengamos que asumir la culpa por la existencia y funcionamiento de esa estructura. En ese sentido, la noción de responsabilidad es una conducta, actitud o disposición para actuar, mayor y más vasta de que la mera culpabilidad.

Creo que el cristiano debe escapar de estos dos extremos: o de la culpabilidad personal por el pecado estructural y o del determinismo histórico. Este último es problemático no solamente porque niega la responsabilidad y la creatividad humana y con eso la complejidad de las sociedades humanas, con sus aspectos físico-bio-psico-socio-ecológicos, sino principalmente porque justifica en nombre de una “ley superior” los sufrimientos de los inocentes y las lógicas y relaciones sacrificiales.

Referencia
  • MOTT, Stephen Charles. Biblical Ethics and Social Change. New York / Oxford, Oxford University Press, 1982.